XXI

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Livia dio un beso en la mejilla de su padre y dejó dos puñados de bayas a su lado. Roy le aseguró que ningún guardía se adentraria a esa parte del bosque y que el rey estaría a salvo por un par de horas más. Livia no tenía motivos para volver a confiar en él pero tampoco tenía otros planes mejores que ese, y si Roy iba a llevarla con Tiberius tendria que aguantar el tiempo necesario hasta ver a su hermano a salvo, luego podría encargarse de él.

Roy parecía molesto con la idea de que la princesa se decidiera a no huir para buscar a Ty, pero Livia no iba a abandonarlo. No había creído ni por un momento que su madre lo hubiera asesinado. Si ella había dejado al rey con vida, como madre, dejaría a sus hijos aunque sea encerrados. Es por eso que su primera elección fue volver sobre sus pasos para ir hacia los calabozos por los que habían escapado con su padre. La adrenalina le hervía la sangre y había una tormenta desatando se en su pecho. Si la reina había hecho sus últimas jugadas era porque esto acababa hoy. Livia miró el cielo nocturno y se decidió que para el amanecer, Tiberius y ella serían libres.

Las hojas crujientes bajo los pies de ambos eran la filarmónica que acompañaba su corazón retumbante. La presencia de Roy a un paso delante de ella para asegurarse de que no la tomaría por la espalda, la ponía histérica. Debería haberle clavado la espada, debería asesinarlo cuando apenas tuviera la mínima visión de Ty frente suyo. Pero Livia sabía que no sería su mano la que ejecutara el golpe y eso la enfadaba incluso más. En otros tiempos, apenas un par de semanas atrás, su mano jamás hubiera dudado en manchar sus dedos de sangre de traidores, de aquellos que juraron protegerla para luego torserle la muñeca. No hubiera dejado que alguien creyera que podían engañarla. Pero el pensamiento de Roy era distinto. Incluso cuando no debería confiaba en su confesión, en la mirada derrotada y arrepentida que sus ojos verdes demostraban, de la rendición de sus movimientos dispuesto a perder la vida por su error. Tal vez él había creído que había hecho lo correcto.

Livia gruñó a causa de sus pensamientos.

-¿Te encuentras bien?- Roy preguntó sin dejar de avanzar.

- No me hables- exigió aún más molesta-. No estoy haciendo esto ahora.

-¿Haciendo qué?- Livia presionó la punta de su espada en el costado del hombre y él soltó un quejido.- De acuerdo, lo entiendo.

- No, no lo haces.- Livia presionó otro poco.- No tienes ni idea de lo que es no poder confiar en tu propia madre pero decidir hacerlo con alguien más solo para que termine traicionandote como todos y trabajando para la mujer que te lleva a un calabozo. No. Créeme que no puedes entenderlo.

Livia creyó que él no diría más porque el silencio volvió a ellos. La luna dejó que su brillo se volviera más presente y las estrellas canturrearon su nombre cuando titilaban. Estaban cada vez más cerca de llegar a la entrada de los calabozos y la mano de Livia no temblaba mientras sostenía la espada apuntando a él. Tal vez si podría hacerlo después de todo, solo un movimiento y acabaría con él, pagaría su error, le enseñaría a Roy y a cualquiera que no deberían meterse con ella. No iban a salir ilesos.

-No te pediré que me perdones porque no soy digno de ello. Me iré en cuanto logres tu cometido, o aceptaré el castigo que quieras darme. Pero me iré con mi conciencia sabiendo que solo tomé la oportunidad para protegerte.

-¿Y por qué no lo dijiste?- Livia exigió.- Si no era cierto que lo hacias por mi madre podrías habermelo dicho.

-La reina puede leer entre lineas a la perfección, lo habría adivinado, ¿y entonces qué? Tenía una oportunidad para estar un paso al frente de ella, tuve que tomarla.

-¡Esta no es tu batalla!

-No. Es la tuya y la del principe, pero elegí mi lugar en ella y permanecí en él.

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