El Príncipe de Plata

XV

El palacio de Winchester era la mitad de lo que esperaba, pero aun así a Tiberius le sorprendió. La alta estructura los recibió con un centenar de ventanales y un gran lago justo al frente del camino de entrada. El carruaje lo rodeó por completo moviendose de lado a lado mientras avanzaba por la pedrada. No sacaba sus ojos de las dos mujeres que esperaban en las escaleras de entrada. Una alta mujer con el rostro cubierto por un velo y un vestido delgado absolutamente negro, con la elegancia aun en sus manos y una sonrisa cordial. A su lado, estaba Liana.

Tiberius no había visto a Liana Bradbury desde aquél día en el que se había marchado del castillo con los ojos irritados en lágrimas y una expresión huidiza. No había sentido como su corazón había empezado a latir desmesurado hasta que el caballero abrió para él la puerta del carruaje y anunció oficialmente la llegada del príncipe. Sus pies sintieron el suelo firme pero aun así se desestabilizó ante la mirada de ambas damas frente a él. Liana le hizo una reverencia a unos pasos alejada, se veía distante y su vestido gris por el luto de su padre resaltaba su cabello rubio ceniza. Tiberius no quería estar cerca de ella, no con la sospecha de que estaba detrás de los asuntos de su madre, pero se obligó a si mismo a ser cordial y tomó la mano de la emperatriz para besarla.

-Es un placer por fin conocerla.

-Príncipe Tiberius, es usted más guapo en persona.

La emperatriz de Winchester, Isabelle, era una mujer bien parecida. Tenia los años lejos de marcarse en sus facciones y el rostro parecido al de su hija, pero no cargaba en ella los ojos tiernos que caracterizaban a Liana. Su mirada era fuerte, altanera e inspiraba codicia al igual que su madre. Cuando la reina se paró al lado de su hijo, las mujeres y la plebe que los acompañaban le hicieron una gran reverencia que ella aceptó con una sonrisa complacida.

-Isabelle, le agradezco su hospitalidad. Y más sentido pésame por la muerte de su esposo.

-Reina Helena, su compañía en este momento de dolor es bienvenida. Por favor, permita que mis empleados ayuden con sus pertenencias.- La emperatriz hizo un gesto con la mano que hizo a sus plebeyos moverse de inmediato. Ty miró con algo de ansiedad el movimiento sobre su equipaje.

-Por favor, guie a sus lacayos al caballero de mi hijo- su madre habló-. Ha insistido en el cuidado de sus pertenencias.

Tiberius vio la mirada extrañada de la emperatriz mientras él le sonreía inocente. Por más que quisiera girarse para asegurarse de que Christopher estuviera ahí, no lo hizo. Su mirada siguió fija en las mujeres frente suyo. Liana dio una mirada sobre su hombro y frunció un poco el ceño.

-Por supuesto. Haré que le muestren la alcoba del príncipe.- Asintió a uno de los plebeyos que comenzó a moverse cerca del carruaje.- Deben estar hambrientos, por favor, pasen.

Su madre y la emperatriz avanzaron escalones arriba y se perdieron por la entrada, Ty siguió mirando a Liana. Ella aun sostenía sus manos sobre su vientre con elegancia y su mirada había descendido al suelo con angustia. Tiberius quería interrogarla allí mismo pero no se arriesgaría tan fácil. Recordó las palabras de su hermana y el pedido de ser cauteloso en cada movimiento y se obligó a sonreír apenas para ella.

-Liana- dijo con voz suave-, tal vez podrías mostrarme luego tus jardines. Prometo no compararlos con los nuestros.

-Sí, alteza.- La voz de Liana fue apenas un susurro.

-¿Entramos ya?- Ella asintió caminando a su lado.

El palacio por dentro era incluso más exquisito de lo que hubiera podido suponer desde fuera. Todo era de una pulcridad luminosa y marmolada, con grandes pilares y candelabros en cada mueble, con las arañas de cristal justo encima de ellos. Pero Tiberius estaba demasiado ansioso como para seguir preocupándose de la arquitectura de la casa de Winchester. Saber que estaba allí, suponía que cada paso era observado y que incluso sus propios pensamientos corrían peligro.