IV

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La tercera mañana posterior a la fiesta, Tiberius se despertó con un cálido día vislumbrando por sus ventanas y el mensaje de su guardia informando que la reina lo requería en su salón de té.

Se había imaginado que cuando anunciaran su presentación real, las reuniones con su madre serían más fluidas. Ella se encargaría de que tuviese claras sus ideas y debia asegurárse de que haria un buen trabajo. Tiberius, muy a su pesar, quería complacerla; después de todo era su madre.

Recogió una manzana camino al salón de té de la bandeja que su criada dejó para él a un costado de su cama. En la soledad de las paredes reales buscó con su mirada si Liana estaba cerca pero había oído el repiqueteo de un carruaje temprano esa mañana, por lo que consideró la opción de que se había marchado a inspeccionar su obra de caridad.

Al llegar a la puerta del salón del té, se encontró que la puerta estaba medio abierta y Livia se hallaba allí con un vestido celeste vaporoso y el cabello suelto con solo un par de trenzas recogiendolo de su rostro. Desde donde estaba solo podía ver su espalda y su posición irascible cuando hablaba con su madre. La reina se veía paciente sentada en el gran escritorio, la pintura de su padre coronaba su cabeza desde la pared detrás de ella y no le estaba prestando demasiada atención a los constantes reclamos de su hija.

-Tú exigiste tu derecho a luto para no casarte con otro hombre que no fuera nuestro padre hasta que nosotros tuviéramos la edad. Gobernaste sin un hombre a tu lado durante seis años y ganaste una guerra contra una de las potencias mundiales. Me demandas ahora mi silencio cada vez que alzo mi voz por lo que me pertenece tanto como a mi hermano, pero renuncias a tu idea de que una mujer puede hacer lo que cualquier hombre.

-Esto no se trata de eso, Livia. Hablas de asuntos que no puedes comprender.

-Madre, no me has dado ninguna verdadera razón por la cual yo no podría cumplir con el papel de reina.

-Lo anhelas demasiado.

-¿No es ese un buen punto?

-Livia, agotas mi paciencia con tus reclamos. Ya hemos hablado de esto y mi decisión está tomada.

-Madre, soy una mujer poderosa. Cumpliré mi deber. Lo he hecho como princesa. Déjame demostrarte que siendo reina seré capaz.

-No.

Antes de que Livia pudiera explotar contra ella, Tiberius ingresó sin llamar. Su madre alzó la vista y lo vio con ojos duros mientras Livia ni siquiera lo vio cuando pasó a su lado y cerró la puerta con un estruendo.

-Ella jamás me entenderá, pero lo hago por el bien de esta nación. Y por el suyo.

-Llamaste por mí, madre.- Tiberius la ignoró acercándose al escritorio. Su madre le señaló el sillón para que tomara asiento.

-He hablado con los gobernantes de nuestro territorio. La coronación está programada para el próximo mes.

-¿Un mes?- Tiberius sintió la ansiedad en su pecho, el miedo, la incertidumbre. Si su madre lo notó, no pudo saberlo porque continuó.

-Es tiempo más que suficiente para que culmines tus dudas al respecto y te prepares para el gran día. Este reino será tuyo y cargarás con la corona de tu padre como él lo hizo, y como su padre antes que él.

-Madre, Livia puede ser mejor reina de lo que yo jamás seré. Desiste de tu idea, no puedes hacerme esto.

-¿Hacerte esto? ¿Estás escuchandote?- Se vio furiosa.- No se trata de ti, ni de tu hermana. Se trata de cada persona allá afuera que espera que nuestra sangre cumpla con su trabajo. Esta no es solo mi decisión, es tu deber.

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