El Príncipe de Plata

XIV

Cuando Tiberius terminó sus clases de esgrima fue directo a los establos para reunirse con Christopher como era costumbre. Pero cuando llegó, él no estaba ahí.

Intentó guardar la calma y decirse a sí mismo que tal vez se le había hecho tarde. Caminó despacio de un lado a otro, trató de mejorar su relación con los corceles acariciando sus crines, contó cada nube del claro cielo hasta que este se tornó oscuro. Ya casi era la hora de cenar y Christopher no había aparecido.

El miedo se hizo presente como única emoción, atrapó su pecho y se rió de su ingenua capacidad de mentira. Lo había arruinado todo al pedirle a su madre que le permitiera acompañarlo a Winchester, de seguro no le había tomado más de un misero minuto darse cuenta de que ellos dos se conocían demasiado bien y ahora Christopher pagaría por su descuido. No iba a permitirle a su madre que lo dañara, aun si Livia no se lo perdonaba por aceptar ser rey, lo haría con tal de obtener la promesa del bienestar de Christopher.

Ya había preparado su discurso completo en su mente para cuando su madre llegó a la cena y los tres jovenes se pusieron de pie para recibirla. Tiberius sintió que Roy se sentaba a su lado de nuevo y que Livia movía su silla detrás de ella pero él se congeló al ver a su madre. Porque detrás de ella estaba Christopher.

El rubio no lo miró al ingresar y sus ojos se mantuvieron en el alfombrado suelo todo el tiempo. Su cabello se veía más brillante que nunca y estaba peinado hacia atrás, viéndose más corto. Su atuendo no era el de siempre. Eran ropas nuevas y de primera mano, con zapatos en sus pies. Su rostro estaba libre de suciedad y se veía más pulcro que nunca. Tiberius no sabía como reaccionar.

Aun estaba parado cuando su madre se sentó y Christopher caminó al fondo de la sala donde se mantuvo de pie con las manos a sus espaldas y sin mirar a nadie. Todo el discurso que había preparado para su madre, cada grito enfadado, cada pedido de redención, todo se había esfumado en un simple segundo. En el segundo en el que sus ojos se aseguraron de que Christopher estaba a salvo y allí, tan cerca para que él corriera a abrazarlo pero tan lejos para hacerlo en presencia de alguien más.

-Tiberius, cariño- su madre habló, comenzando a cortar su carne-, toma asiento de una vez.

Tiberius obedeció lentamente y tratando de que su rostro no mostrara demasiada confusión. Miró su plato de comida y luego a su hermana sentada frente a él. Livia evitaba mirarlo con demasiado significado, pero cuando lo hacia, Ty podía percibir en ella la misma idea de que se estaban perdiendo de algo. Si alguno de ellos preguntaba, tal vez sería demasiado fácil para la reina descubrirlos. Para la fortuna de ellos, Roy ya se había hecho de su simpática sonrisa y su cordial tono para hablar por los hermanos.

-La cena está deliciosa, su alteza- ella asintió-. Veo que tiene servicio nuevo.- Esta vez, la reina lo miró.

-El príncipe considera oportuno llevarlo a Winchester con nosotros- explicó con voz altiva-. Debo ver por mí misma si es capaz de comportarse y servir bien.

Tiberius odiaba que hablara de él así. Se cuestionó a sí mismo si era la forma en la que siempre se habían referido a toda la servidumbre, como simples eslabones que tenían que cumplir con su oficio sin importar la descarada petición de la corona. Intentó no mirar a Christopher, quiso disculparse, pero una mirada cargada de significado sería suficiente para su madre. Ella los estaba probando y Ty debía probarse a sí mismo que era capaz de ganar su juego.

Se sentó derecho y adoptó la misma actitud condecendiente que siempre había tenido. La de un niño criado en cuna de oro, a quien jamás le había faltado nada, de quien no conocía nada peor ni mejor. De quien había olvidado lo que era estar vivo y que Christopher le había recordado. Adoptó la postura de quien no había sido libre en mucho tiempo. Entonces sonrió sin importancia.