XVII

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El castillo era imponente cuando solo se encontraba ella sola. La ausencia de Tiberius hacia sentir a Livia que cada pared era un despropósito y que las columnas que sostenían el techo iban a derrumbarse pronto, todo era más lúgubre y escaso. La ausencia de su madre no cambiaba en nada su angustia y aun podía sentir sus ojos sobre su nuca y las pisadas que la seguían a todas partes.

Ansiaba que su hermano volviera pronto, con nueva información, con un brillo de la esperanza que había comenzado a perder. Se moría por saber si se hallaba bien, si Christopher estaría haciendo un buen trabajo cuidando de él y si ambos habían sido descubiertos o aun estaban a salvo. Cada segundo era un martirio a su cabeza pensando cientos de destinos crueles para ambos, uno más temible que el otro. Solo a veces de permitía fantasear con la victoria donde llevaría la corona sobre su cabeza y seria capaz de mirar la felicidad en los ojos de Tiberius. En ambas opciones, el recuerdo de su madre moría con lo que fuera que sucediera. Livia ya no contaba con ella, y a pesar de llevar amor en su corazón por lo que alguna vez vio en sus ojos, ahora solo era una desconocida.

Los pasos de Roy eran suaves junto a ella, como si el peso de las botas del uniforme no fueran realmente algo a considerar. Él no se había separado de ella desde que su madre se había marchado y su postura era cada vez más amenazante, sobre todo cuando Eloy rondaba cerca. Ella no había tenido el atrevimiento para preguntar cuanto sospechaba que el personal estaba comprometido pero por su actitud siempre cuidada frente a cualquiera que los viera, sospechaba que nadie era de fiar. Livia se alegraba de tenerlo cerca, de que su cabello anaranjado iluminase su visión y sus ojos verdes de ablandaran cuando la veían. Su voz era un ancla que la sostenía en su posición y le permitía seguir con su mente cada vez que pensaba siquiera en derrumbarse. Roy estaba ahí para tenderle la mano y sostenerla firmemente.

La puerta de la oficina de su madre apareció frente a ellos y el corazón de Livia se quedó estático en su pecho, alarmado y pulsando dolorosamente. Era un movimiento arriesgado, aun si ella no estaba allí, pero era una oportunidad única y allanar el escritorio de papeles esparcidos podría darle las pistas o soluciones necesarias.

La ansiedad picaba en sus dedos cuando Roy forzó un poco la cerradura antes de abrir, buscando a su alrededor si alguien estaba viendo. Abrió la puerta lo suficiente para que el cuerpo de Livia pasara y luego él la siguió, cerrando con lentitud para no hacer ruido. En la noche, la oscuridad tragaba cada centímetro del cuarto ocre. El escritorio se abría para ellos en frente y las grandes estanterías de libros relucían en posible información de valor. Los ventanales dejaban entrar la luz de la noche y la blanca luna dejaba ver un hilo de ella entre las cortinas. Roy caminó despacio hasta uno de los candelabros y encendió las tres velas. El fuego consumió su rostro e iluminó su palidez en la habitación. Él le sonrió un poco.

-¿Estás lista?

Livia pensó en la pregunta. Era una difícil ¿Estaba lista para lo que podrían encontrar allí? ¿Qué era lo que buscaba exactamente? Si lo encontraba, ¿se daría cuenta de ello? ¿Estaría realmente preparada para enfrentar los secretos de su madre? Era una puerta de oportunidades demasiado grande que se abría frente a ella, y estaba dudando. No podía permitírselo. No ahora que se sentía más cerca que nunca. Cambió la expresión asustada de su rostro y a sitio deliberadamente.

-Lo estoy.

Roy asintió concediendole una sonrisa más amplia de confianza y encendió otro candelabro más pequeño para ella. Ambos miraron el escritorio con la fascinación de quien encontraba un tesoro que pasó toda su vida buscando. Para Livia no se sentía tan diferente a eso. Las respuestas podrían estar allí mismo.

Comenzaron a buscar. Roy se acercó al librero a su derecha y Livia rodeó el escritorio para comenzar a leer con atención cualquier cosa que hubiera allí. Lo que encontró la confundió más pero no le agradó. El desorden de papeles era impropio de su madre y había algunos escritos en francés con la letra curvada de la reina. Livia podía hablar el idioma sin problema pero las cartas sonaban incoherentes. Su madre expresaba en ellas sus ansias de un combate, a su vez que reclamaba navíos y la ayuda de España. No tenía sentido. La alianza entre esos países era clara, y no solo eso, ¿por qué su madre exigía una guerra? En sus cartas en inglés se quejaba de la inoperancia de los gobernantes actuales de las naciones vecinas, incluso de los pequeños lores de sus propias tierras. Que ninguno era capaz de tomar acción cuando era necesario y que Inglaterra sufriría por eso si no eran detenidos. Mostraba su placer por el poder y la astuta audacia de quien sabía que lo que estaba logrando era debilitar dos países fuertes solo para atacar entonces. Inglaterra era pequeña, pero bajo la mano de la reina se volvía mortal.

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