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Día martes, segundo día de la semana y segundo día en que amanece con su novio a un costado de su cama, abrazado a su cintura. No mal interpreten, siguen manteniendo distancia, pero por las recientes tormentas, él mismo se había ofrecido a dormir con ella. Acompañarla.

Sonríe por inercia cuando ve a su pareja buscarla por la cama cuando se pone de pie, sacando toallas para ir a darse una ducha e ir a preparar el desayuno.

Se siente dichosa de tener de vuelta al príncipe que creyó perdido.

Vistiendo un pantalón de tela gris y una camiseta holgada color blanco sale a la cocina, atando a su cintura el delantal rojo y blanco.

–¿Huevos? No, ayer comimos huevos. –dice para ella misma, viendo en el refrigerador algo de hacer para el desayuno– ¿Enrollados de huevo...? –una sonrisa se cruzó por sus labios.

Tomó huevos y salchichas del refrigerador, además de haber tomado el arroz de la alacena y un poco de salmón del frigorífico.

Mientras ella cocinaba, un joven de cabellos castaños despertaba de su sueño. Asomó a la cocina y deseó con todas sus fuerzas, algún día, tener esa imagen todos los días de su vida, por el resto que le queden.

Se acercó y besó la mejilla de su novia antes de sentarse detrás de ella en los taburetes de la isla de la pequeña pero acogedora cocina.

–Buenos días.

–Buen día.

–¿Qué cocinas? –preguntó, bebiendo jugo que había servido en un vaso antes.

–Haré un poco de todo ¿Te parece bien?

–Me parece genial ¿Necesitas ayuda?

–No, mientras dormías avance bastante, puedes ir a ducharte si gustas. Hay toallas en mi armario y ropa... Eso sería un problema –suelta una risa y su pareja frunce el ceño.

–Muy chistosa –se acerca a ella y la toma de la cintura, fregando su nariz en su cuello, sacando risas de su pareja.

–Yah, tonto –se intenta separar, pero los brazos de Gae son mucho más fuertes– Niño, me voy a quemar una mano si sigues así –regañó con falso malestar.

–Bien, me iré a bañar. –dejó un beso en su cuello y se separó, no sin antes darle una nalgada y sonreír– Mía.

–Atrevido –dice en risas y un leve sonrojo. Acostumbrada a ese tipo de tratos, aún se le hace penoso.

Mientras escuchaba el agua de la regadera caer, pone la lista de reproducción de su teléfono en la mesa detrás de ella, mientras arma los rollos de huevo y sirve en los platos porciones de arroz y algo de salmón.

Pone los cubiertos en la isla que estaba detrás, limpiando antes de hacerlo.

Se detiene abruptamente cuando un estruendoso golpe en su puerta le saca de sus pensamientos. Se asoma para ver quién es y sólo quiere gritar cuando ve por el pequeño lente la cara de única persona que ama y odia. Mark.

La deja sonar con pesadez, ignorándolo.

–¡Vamos! ¡Te vi por el lente! –gritó en un tono infantil.

Rodó sus ojos y continuó cocinando. No prestando atención a el chico detrás de la puerta.

Los ruidos cesaron.

Aliviada, dejó los platos sobre la isla, los vasos y un jarrón con jugo de naranja.

Al ver que Gae se demoraba un poco más salió a buscar el correo del día a día a la recepción, pensando que nadie saldría. Asoma su cabeza entre la puerta para cerciorarse de que nadie está cerca, mucho menos él.

Viendo la oportunidad perfecta, corre escaleras abajo, cerrando consigo la puerta de su departamento. Una mano en su cintura la detiene y sólo piensa en las muchas de maneras de dejar sin hijos al que en estos momentos la sostiene de un claro golpe contra las escaleras.

Bufa.

–¡Hombre! ¡Hola, vecina! –¿Vecina?

–¿Vecina? –repite.

–¿No sabías? –preguntó con falsa inocencia– Me mudé hoy a el departamento frente a ti –sonríe como si fuera un niño, un niño que está logrando su capricho.

La menor palidece en ese preciso momento.

–¡Eres un psicópata! ¡Demente!

–¡Baja la voz!

–¡Estás loco!

–¡Que te calles!

–¡¿Que intentas?! ¡Estas malditamente loco!

–¡Yah basta! –gritó con toda su voz. La menor se hizo pequeña en su lugar.

–¿Por qué no simplemente aceptas que no me gustas? ¿Que no te veo como tú me ves? ¡Es solo un capricho! Y estas tan cegado en conseguirlo que estás lastimando a tantos...

–¿Me pintas a mí de malo? ¡Eres tú la perra que se acuesta con el primero que ve por la calle! ¡Cuanto a que te acostaste con mi amigo el primer día que me dijiste que no me querías!

–Con Gae somos novios, no amantes.

– ¿Aún no encuentras mi remplazo?

– ¿Reemplazarte? La basura se saca, no se reemplaza.

–Eres una zorra.

–Yo tu un bebé llorón. Acepta que, entre tú y yo, no habrá nada. Mañana mismo iré a poner una orden de alejamiento.

–No serías capaz.

– ¿Quieres verme hacerlo?

–Deja de jugar con eso. No amas a Gae, debes admitirlo, no quieres arriesgarte a sufrir eternamente. ¡Es solo un niño! ¡No sabe nada de ti!

– ¡Sabe más que tú!

– ¡Se bien que eres una bebé llorona! ¡Una zorra! ¡Una chica que le gusta estar de cama en cama!

La chica sintió una presión en su pecho, jamás había esperado esas palabras de su boca– ¿Que has dicho?

–Jamás serás feliz, eres solo una perra.

–¿Y tú crees que si yo no soy feliz tú si lo serás? Eres un maldito enfermo mental, no tienes dónde meter la polla y por eso no dejas de seguirme ¿Te gustó el sexo? Los tratos fueron claros, tú te enamoraste, tú perdiste. No quiero verte ¡Por qué te es tan difícil entenderlo, joder! Tengo novio, me da lo que tú no supiste dar. Cariño –dijo con amargura– ¡Te di mi corazón y lo hiciste añicos! ¿Recuerdas? Esa tarde dijiste que no estarías con una...

–Asesina...

–Si lo recuerdas, ¿eh? Qué bueno, porque esas palabras siguen aquí –señaló su cabeza– y aquí, qué es donde más duele... –señaló su corazón– Fuimos buenos amigos, Mark. Fuimos grandes amigos y casi fuimos familia, pero por tu culpa y ahora tu maldito orgullo, lo cagaste todo.

–No, lo siento, yo ese día no pensaba con claridad las cosas...

–Ya es tarde, estoy con Gae y el sí es un hombre de verdad ¡Él si me hace feliz!

–¡Ya cállate, zorra!

Su mirada se ensombreció, no pensó que le alzara la voz y menos que le levantara la mano. La mano alzada y extendida de Mark estaba en el aire.

–Vamos. Hazlo. –retó, mirándole a los ojos.

–Yo... Lo siento... No... Lo siento, SunHe –se disculpó cuando vio su mano y la mirada fría de la menor.

–Poco hombre. Te duele la verdad y no sabes asumir las consecuencias.

Se dio la vuelta con un aura fría rodeando su ser. Mark sintió la presión más asquerosa en su corazón.

–Lo siento...

Sin voltear a verle, sin siquiera saber qué habrá hecho después, volvió a su departamento, donde le esperaban unos cálidos brazos.

Lo siento... 

Amantes Enmascarados | Mark Lee | Libro#1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora