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Maratón 4/7

Luego de haber tenido una hermosa velada con su pareja, pidiendo pizza a domicilio y bebiendo soda mientras veían películas. No había tenido tiempo de cocinar después de aquel encuentro en el callejón, sintiéndose una mierda por su comportamiento y por el cómo la trataron.

"Tu pendejo se acabó"

Aquellas palabras aun rondaban su cabeza ¿Su pendejo? No entendía nada. Pese a que lo pensó mucho y tuvo miedo cuando los brazos de Gae la rodearon y no sintió el esperado calor, sintió suficiente miedo como para dudar siquiera si estaba despierta.

Sus alarmas se activaron cuando escuchó risas y el tono de voz que ya conocía por los pasillos. Había llegado.

Rápidamente se acercó a su puerta, solo para comprobar su idea de que había llegado solo. Se sintió una tonta cuando vio por el pequeño ventanal en su puerta. Estaba con aquella mocosa. La tenía tomada de la cintura de modo posesivo y se estaban besando tiernamente.

Le dolió.

"Yo debería estar ahí, no ella"

Negó rápidamente con su cabeza, ella estaba con Gae, y el idiota de Mark le odiaba.

–Seguro fue la soda que bebí que me hacen pensar cosas raras, sí, debe ser eso –trató de convencerse a su misma desde el piso, sonriendo débilmente.

Se puso de pie débilmente y caminó a su cuarto, donde se deshizo en lágrimas cuando cerró la puerta.

–La cagué... De nuevo la cagué...

La lagrimas resbalaban rápidamente por sus mejillas, haciéndola sentir más patética de lo que ya se sentía. No podía parar, era como si estuviera viviendo el duelo de su hermano, de su mejor amiga y todos en un solo momento. Lloraba como una niña entre las sombras.

Insegura, con miedo y necesitada de un abrazo de protección.

Necesitaba en esos momentos alguien que le dijera que todo estaba bien, que nadie ni nada le haría más daño, y que estaban para ella.

Pero ciertamente, nadie le iba a decir tales cosas. Menos cuando sabía que estaba sola, sin sus padres y su hermano estaba muerto. Todos parecían estarlo, la verdad.

Necesitaba apoyo de alguien, pero no podía contar con muchos. Su novio no podía enterarse de lo que estaba pasando, con los Kim no podía hablar, eran amigos de Mark y ni hablar de Jae, quien sabía entraría a los puños. Seguro con Kim podría, pero la posibilidad de que le ayudara y no le mandara a la mierda era equivalente a que ella dejara de llorar.

Temía por la respuesta de su amiga, no por el hecho de que se enterara de lo que pasó hace un mes o quizá un año, ya había perdido la cuenta, la verdad. Temía por lo que pasará con su grupo de amigos, sabía y era consiente que Kim amaba hacer nuevos amigos y esos días en la cabaña le hicieron dar cuenta que el grupo de "salidas" que habían construido era muy importante para ella.

Pero... ¿Lo será tanto como para mandarla a la mierda?

A la mierda todo, todos sus problemas mentales y sus inseguridades.

Con sus manos temblando producto de los espasmos que aparecían continuamente en su cuerpo, logró tomar el teléfono. Con la dificultad de ver por las lágrimas, buscó el número de Kim entre sus contactos, no viendo la hora.

La llamó. No contestó la primera vez, ni mucho menos la segunda, la tercera o la cuarta...

"Que tonta, es igual que hace unos años..."

Con rabia dejó que el teléfono cayera por su pecho hasta llegar a su regazo, lugar donde lo dejó mientras se hacía bolita entre sus piernas y brazos, pegada a la pared y callando sus lamentos con mordidas nada delicadas a su labio inferior. Sabía y temía por algo como esto, la soledad en tiempos que ella de verdad necesitaba que le devolvieran la mano que ella dio en algún momento.

Con su ultimo pensamiento de fe en sus amigos, llamó a Jae. Tampoco contestó.

Con rabia, así se sentía. Lanzó el teléfono al piso, alejándolo de ella, siendo el único testigo de sus lamentos, su llanto y sus gemidos lastimeros.

Mas una llamada entrante llegó, y se conectó con el leve tacto de la ropa y la pantalla. Era Kim.

Ella escuchó como las cosas se rompían, como su amiga lloraba y como se deshacía en lamentos silenciosos, como sus sollozos le partían el alma y rogaba por el amor de su hermano, un abrazo de protección y su risa irónica hablando entre balbuceos.

Cortó, con su idea clara.

Mientras tanto, la menor, quien harta de verse como una tonta, se metió al baño, largando el agua de la bañera, un agua sumamente fría para poder aclarar sus ideas. A penas el agua estuvo hasta rebosar, se metió con ropa y todo en ella, gimiendo por el frio que recorrió su cuerpo. No estaba pensando con claridad, pero su parte racional había abandonado el barco en cuando vio a Mark con la rubia.

–N-necesitamos esto –se dijo a si misma– necesitamos aclarar nuestra mente...

Con una mano tocó su piel, tan fría que sentía como su calor desaparecía por completo, además de que a través del espejo pudo ver como sus labios estaban de un hermoso azul.

–Me veo bien ¿No crees, oppa? –habló mirando al techo, sonriendo.

Sin duda necesitaba ayuda inmediata, se estaba arrepintiendo de haber hecho tremenda estupidez. Ahora quería salir de su bañera, pero su cuerpo estaba tan helado que a penas y lo sentía. Odiaba ser de temperatura delicada, así solía decir su madre.

Sus dientes comenzaron a hacer fricción, los escalofríos y sus espasmos corporales se hicieron más intensos, además que ya no sabía si sus labios podrían cambiar más de color.

Quizá... si dormía, podría ponerse de pie después.

Con la idea en su mente, lentamente dejó caer su cabeza en su hombro, sintiendo como lo poco que le quedaba seco, se iba mojando conforme su cuerpo se hundía.

–Buenas noches, oppa... –habló en un susurro, mirando el cielo a través de la pequeña ventana.

Sus ojos comenzaron a pesar y el frio en su cuerpo aumentó, su idea no estaba funcionando del todo bien, además que ahora ni fuerza para abrir sus ojos tenía. Necesitaba ayuda, rápido.

Amantes Enmascarados | Mark Lee | Libro#1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora