1. Llegada al paraíso.

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Era ya la cuarta vez que nos mudábamos, cuarta vez que teníamos que huir gracias a los negocios de papá. Esta vez, era a una isla llamada Outer Banks, en Carolina del Norte. Yo tan solo miraba por la ventanilla de coche, observando cada pequeña flor que se encontraban descansando en la cuneta de la carretera. Sentía la fría mirada de mi madre clavada en mí, pero no pensaba girarme; ella sabía perfectamente lo que pensaba de mis padres en ese momento.
Vi por el rabillo del ojo cómo mi madre pegaba un codazo a mi padre.

— ¿Qué? —. Susurró. Me podía imaginar a mi madre mandándole miradas para que me hablara, no sería la primera vez que ocurre — Ahhhh... hija, estamos llegando, ¿estás emocionada? —. Preguntó mirándome por el espejo retrovisor.

— Sí... emocionadísima —. Respondí sarcásticamente sin quitar la vista de la ventanilla; mi padre soltó un suspiro antes de volver a hablar.

— Mira, hija, mientras vivas bajo nuestro techo, vas a tener que venir a donde nosotros vayamos, ya lo sabes —. Dijo de manera seca.

— Vale, me parece bien, pero soy una adolescente de 16 años que se pasa la vida huyendo porque su padre no sabe llevar su negocio —. Comenté de manera mordaz, clavando mis ojos color azul hielo sobre los de mi padre.

— No te atrevas a hablarle así a tu padre, niña —. Defendió mi madre mirándome por el retrovisor.

— ¡Es que no lo entiendo! ¿Por qué no paras ya? ¿Por qué no podemos ser una familia normal? ¿Por qué tenemos que aparentar ser perfectos cuando somos un puto desastre? ¿Por qué, papá, por qué? —. Exclamé estallando como si fuera un globo chocándose contra un millón de agujas.

Mis padres me respondieron con más silencio, como siempre, así que yo volví a mi súper interesante ventana.
Escasos minutos después, vimos un cartel, "Outer Banks, el paraíso en la tierra"; genial, una nueva vida en la que no puedo ser realmente yo con nadie, porque de ser así, jodo a mis padres.
Solté un largo suspiro antes de empezar a ver un montón de casas gigantes, algo me dice que nosotros viviremos por aquí.

Observé cómo la gente miraba nuestro coche de último modelo fascinados, si por mi fuera iríamos en una tartana, a decir verdad. Nunca me gustaron tantos lujos, me valía con lo más mínimo para sobrevivir, y eso se notaba, mis padres y yo éramos tan diferentes que se podría decir que soy adoptada, pero el físico me delata. Heredé los ojos de mi madre y el pelo de mi padre, la nariz de mi abuela paterna y los rasgos de mi abuelo materno; era, lo que se podría llamar, el modelo de europea perfecta. Porque, efectivamente, he nacido en Europa, en Bundoran, Irlanda.

Estaba perdida en mis pensamientos, cuando el coche se estacionó delante de un pedazo de casa. Yo la miré desde dentro del coche como si fuera lo más normal del mundo, me había habituado a vivir así, aunque me parecía que era excesivo
De nuevo, solté un suspiro, la situación me agobiaba a niveles inconcebibles, abrí la puerta del coche y bajé. Un calor bastante pegajoso se adhirió a mi piel, haciéndome sentir bastante incómoda, estaba acostumbrada a temperaturas más bien bajas, contando que he vivido en Irlanda, Canadá y Austria, llegar a un sitio en el que da la sensación de que siempre es verano, se me hace extraño.
Miré a mi padre, quien me dedicó una gélida mirada, como ya era costumbre cada vez que discutíamos. Se dirigió junto a mi madre hacia la puerta y la abrió, ambos entraron como si ya hubieran estado aquí, cosa que no me extrañaba, siempre tenían esa manera tan peculiar de entrar a los sitios, con tanta confianza que daba hasta miedo.
Yo entré tras ellos, imitando lo que anteriormente habían hecho, tenía que seguir sus pasos, sino, sería un blanco demasiado fácil.

Al entrar, un increíble olor a vainilla me invadió, pero no me molestó, se sentía bien tener algo que me recordara momentos en los que era feliz. Eché un vistazo por la planta de abajo, me encontré una cocina bastante grande, un baño que parecía estar hecho entero de mármol blanco y negro, un gigante salón, en el cual había una increíble cristalera que daba acceso a un jardín con piscina y varias hamacas. También había un par de salas de invitados. Encontré las escaleras y subí al piso superior, donde estaba la habitación de mis padres, que tenía baño incorporado. Mi habitación estaba al otro extremo de esa planta, cosa que agradecía, cuanto más lejos, mejor. Llegué a la puerta que escondía el sitio donde pasaría el 90% del tiempo, y al abrirla, me sorprendió lo grande que era, preferiría que fuera más pequeña. Al igual que la de mis padres, tenía baño incorporado. Abrí el armario y ya estaba allí toda mi ropa, al igual que todas mis pertenencias estaban perfectamente colocadas por el resto de la habitación. Lo primero que hice, fue tirarme a la cama, era muy cómoda. Seguidamente, cogí mi móvil y le conecté a los altavoces que había por toda la habitación, al segundo después, ya tenía puesta la música a toda caña.

¿El paraíso o el infierno?||Outer BanksDonde viven las historias. Descúbrelo ahora