24. Islands.

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La primera sacudida tomó por sorpresa a Joshua. A pesar de que no podía ver con claridad, su vista recorrió la habitación. No hubo mayor movimiento, y cuando empezó a notar esto fue que se percató de la mano de Zeth sobre la suya.

—¿Estás bien, agápi? —preguntó el griego, y Joshua no tuvo que esforzarse mucho para deducir que sonaba preocupado.

Por él.

Ah.

𝘌𝘭 𝘤𝘢𝘮𝘪𝘯𝘰 𝘦𝘴 𝘭𝘢𝘳𝘨𝘰 𝘺 𝘭𝘢𝘴 𝘢𝘨𝘶𝘢𝘴 𝘱𝘳𝘰𝘧𝘶𝘯𝘥𝘢𝘴.
𝘔𝘪𝘴 𝘱𝘪𝘦𝘴 𝘦𝘴𝘵á𝘯 𝘤𝘰𝘯𝘨𝘦𝘭𝘢𝘥𝘰𝘴 𝘺 𝘭𝘢 𝘭𝘶𝘻
𝘴𝘦 𝘳𝘦𝘧𝘭𝘦𝘫𝘢 𝘮á𝘴 𝘢𝘭𝘭á 𝘥𝘦𝘭 𝘰𝘤é𝘢𝘯𝘰.
𝘌𝘭 𝘵𝘪𝘦𝘮𝘱𝘰 𝘤𝘰𝘯𝘵𝘪𝘯ú𝘢 𝘧𝘭𝘶𝘺𝘦𝘯𝘥𝘰
𝘪𝘯𝘤𝘭𝘶𝘴𝘰 𝘦𝘯 𝘭𝘰𝘴 𝘥í𝘢𝘴 𝘥𝘦 𝘵𝘦𝘮𝘱𝘦𝘴𝘵𝘢𝘥.
𝘌𝘴𝘵𝘶𝘷𝘪𝘴𝘵𝘦 𝘤𝘰𝘯𝘮𝘪𝘨𝘰 𝘥𝘦𝘴𝘥𝘦 𝘴𝘪𝘦𝘮𝘱𝘳𝘦.


—¡𝘏𝘦𝘺, 𝘑𝘰𝘴𝘩! ¿𝘠𝘢 𝘵𝘦 𝘥𝘦𝘤𝘪𝘥𝘪𝘴𝘵𝘦?

𝘑𝘰𝘴𝘩𝘶𝘢 𝘴𝘰𝘯𝘳𝘪ó, 𝘮𝘪𝘳𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘢𝘭 𝘵𝘢𝘪𝘮𝘢𝘥𝘰 𝘥𝘦 𝘴𝘶 𝘢𝘮𝘪𝘨𝘰. 𝘏𝘢𝘣í𝘢 𝘤𝘰𝘯𝘰𝘤𝘪𝘥𝘰 𝘢 𝘎𝘳𝘦𝘨 𝘩𝘢𝘤í𝘢 𝘶𝘯 𝘱𝘢𝘳 𝘥𝘦 𝘢ñ𝘰𝘴, 𝘤𝘶𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘢𝘮𝘣𝘰𝘴 𝘩𝘢𝘣í𝘢𝘯 𝘤𝘰𝘪𝘯𝘤𝘪𝘥𝘪𝘥𝘰 𝘦𝘯 𝘶𝘯 𝘤𝘳𝘶𝘤𝘦𝘳𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘳𝘦𝘤𝘰𝘳𝘳í𝘢 𝘮𝘢𝘳𝘦𝘴 𝘱𝘦𝘳𝘵𝘦𝘯𝘦𝘤𝘪𝘦𝘯𝘵𝘦𝘴 𝘢 𝘌𝘶𝘳𝘰𝘱𝘢. 𝘈𝘮𝘣𝘰𝘴 𝘦𝘳𝘢𝘯 𝘮ú𝘴𝘪𝘤𝘰𝘴, 𝘺 𝘣𝘶𝘴𝘤𝘢𝘣𝘢𝘯 𝘨𝘢𝘯𝘢𝘳𝘴𝘦 𝘭𝘢 𝘷𝘪𝘥𝘢 𝘢 𝘵𝘳𝘢𝘷é𝘴 𝘥𝘦 𝘴𝘶 𝘢𝘳𝘵𝘦. 𝘎𝘳𝘦𝘨 𝘭𝘦 𝘩𝘢𝘣í𝘢 𝘩𝘢𝘣𝘭𝘢𝘥𝘰 𝘥𝘦 𝘶𝘯 𝘵𝘳𝘢𝘯𝘴𝘢𝘵𝘭á𝘯𝘵𝘪𝘤𝘰 𝘦𝘯 𝘦𝘭 𝘤𝘶𝘢𝘭 𝘱𝘰𝘥í𝘢𝘯 𝘱𝘳𝘰𝘣𝘢𝘳 𝘴𝘶𝘦𝘳𝘵𝘦.

𝘈 𝘴𝘶𝘴 𝘷𝘦𝘪𝘯𝘵𝘦 𝘢ñ𝘰𝘴, 𝘯𝘰 𝘩𝘢𝘣í𝘢 𝘯𝘢𝘥𝘢 𝘲𝘶𝘦 𝘭𝘦 𝘪𝘮𝘱𝘪𝘥𝘪𝘦𝘳𝘢 𝘪𝘳. 𝘕𝘰 𝘵𝘦𝘯í𝘢 𝘧𝘢𝘮𝘪𝘭𝘪𝘢, 𝘥𝘦𝘴𝘱𝘶é𝘴 𝘥𝘦 𝘵𝘰𝘥𝘰.

—𝘔𝘦 𝘥𝘦𝘤𝘪𝘥í. 𝘝𝘢𝘮𝘰𝘴 —𝘳𝘦𝘴𝘱𝘰𝘯𝘥𝘪ó 𝘧𝘪𝘯𝘢𝘭𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦.

𝘌𝘭 𝘦𝘯𝘵𝘶𝘴𝘪𝘢𝘴𝘮𝘰 𝘦𝘯 𝘦𝘭 𝘳𝘰𝘴𝘵𝘳𝘰 𝘥𝘦 𝘎𝘳𝘦𝘨 𝘧𝘶𝘦 𝘱𝘢𝘭𝘱𝘢𝘣𝘭𝘦.

—¡𝘈𝘴í 𝘮𝘦 𝘨𝘶𝘴𝘵𝘢! ¡𝘑𝘰𝘴𝘩𝘶𝘢 𝘔𝘪𝘭𝘭𝘦𝘳, 𝘦𝘭 𝘮𝘦𝘫𝘰𝘳 𝘤𝘦𝘭𝘭𝘪𝘴𝘵𝘢, 𝘫𝘶𝘯𝘵𝘰 𝘢 𝘎𝘳𝘦𝘨 𝘐𝘷𝘢𝘯𝘰𝘷, 𝘦𝘭 𝘮𝘦𝘫𝘰𝘳 𝘱𝘪𝘢𝘯𝘪𝘴𝘵𝘢! 𝘝𝘦𝘳á𝘴 𝘤ó𝘮𝘰 𝘦𝘭 𝘱ú𝘣𝘭𝘪𝘤𝘰 𝘤𝘢𝘦 𝘳𝘦𝘯𝘥𝘪𝘥𝘰 —𝘦𝘭 𝘮𝘶𝘤𝘩𝘢𝘤𝘩𝘰 𝘭𝘦 𝘨𝘶𝘪ñó 𝘶𝘯 𝘰𝘫𝘰 𝘢 𝘑𝘰𝘴𝘩𝘶𝘢, 𝘱𝘳𝘰𝘷𝘰𝘤𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘦𝘴𝘵𝘦 𝘳𝘪𝘦𝘳𝘢 𝘥𝘦𝘴𝘱𝘳𝘦𝘰𝘤𝘶𝘱𝘢𝘥𝘢𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦.

𝘓𝘢 𝘥𝘦𝘴𝘱𝘳𝘦𝘰𝘤𝘶𝘱𝘢𝘤𝘪ó𝘯 𝘥𝘦 𝘭𝘢 𝘫𝘶𝘷𝘦𝘯𝘵𝘶𝘥.


𝘗𝘢𝘴𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘴𝘰𝘣𝘳𝘦 𝘮𝘪𝘴 𝘩𝘰𝘮𝘣𝘳𝘰𝘴,
𝘲𝘶𝘦 𝘴𝘦 𝘴𝘢𝘤𝘶𝘥𝘦𝘯 𝘯𝘦𝘳𝘷𝘪𝘰𝘴𝘢𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦,
𝘵ú 𝘱𝘰𝘯𝘦𝘴 𝘭𝘢𝘴 𝘮𝘢𝘯𝘰𝘴 𝘦𝘯 𝘦𝘭 𝘢𝘨𝘶𝘢,
𝘴𝘪𝘯 𝘥𝘦𝘤𝘪𝘳 𝘶𝘯𝘢 𝘱𝘢𝘭𝘢𝘣𝘳𝘢,
𝘤𝘰𝘯𝘦𝘤𝘵á𝘯𝘥𝘰𝘯𝘰𝘴 𝘥𝘦 𝘤𝘰𝘳𝘢𝘻ó𝘯 𝘢 𝘤𝘰𝘳𝘢𝘻ó𝘯.
𝘋𝘦𝘴𝘱𝘭𝘦𝘨𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘶𝘯 𝘤𝘢𝘮𝘪𝘯𝘰 𝘱𝘢𝘳𝘢 𝘮í.

Sus rodillas dolían cuando se dirigió a la puerta. Podía sentir la mirada atenta de Zeth en él, y rio en su fuero interno. El pasar de los años había beneficiado mucho al griego. Siendo un bailarín, era imposible que la artritis hiciera de las suyas con él.

Joshua era lo opuesto. Una vida entera dedicada a la música pasaba factura, aunque debía admitir que sus facultades para tocar el cello y componer seguían siendo únicas. Tal vez tardase un poco al momento de ejecutar acordes rápidos y la vista defectuosa le hiciera sufrir un poco al leer partituras, pero por lo demás seguía siendo un músico experto.

—Al parecer nada, musa —masculló, mirando por la escotilla de la puerta y luego regresando a la cama para sentarse al lado de Zeth.

Silencio.

—Sonríes —dijo segundos después. No estaba del todo ciego, así que todavía podía ver aquella sonrisa deslumbrante.

—Tú me haces sonreír.

¿𝘊𝘶á𝘯𝘵𝘰𝘴 𝘳í𝘰𝘴 𝘥𝘦𝘣𝘦𝘯 𝘴𝘦𝘳 𝘤𝘳𝘶𝘻𝘢𝘥𝘰𝘴?
¿𝘊𝘶á𝘯𝘵𝘰𝘴 𝘰𝘤é𝘢𝘯𝘰𝘴 𝘢𝘮𝘱𝘭𝘪𝘰𝘴 𝘥𝘦𝘣𝘦𝘯 𝘴𝘦𝘳 𝘴𝘶𝘱𝘦𝘳𝘢𝘥𝘰𝘴
𝘱𝘢𝘳𝘢 𝘤𝘰𝘯𝘰𝘤𝘦𝘳 𝘢𝘭 "𝘺𝘰" 𝘥𝘦 𝘮𝘪𝘴 𝘴𝘶𝘦ñ𝘰𝘴?

A hundred worlds where I still love you.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora