28. Come Little Children.

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Satanás lo llamaban, aunque no se llamaba así. En realidad, su nombre era mucho más mundano que eso. Se llamaba Joshua, y no tenía culpa alguna de contar con aquellas cicatrices en su rostro (las que le habían hecho ganar aquel nombre) o de haber terminado trabajando como cuidador del cementerio del pueblo. Era consciente, sí, de la forma en que ese trabajo le había afectado. Era obvio que ahora vivía una vida más bien tétrica.

Como fuere, Joshua siempre había sido alguien inclinado a las artes ocultistas. Mentiría si dijera que no le daba curiosidad la naturaleza del verdadero Satanás. ¿Existía realmente? No sabría decirlo. A veces hacía rituales de invocación, rezos que terminaban con un cuchillo lastimando sus antebrazos y con él ofrendando su sangre a quién sabe qué espíritu maligno.

¿Por qué hacía estas cosas?

La respuesta era sencilla. Había presenciado tanta desgracia a lo largo de su vida que pensaba que lo mejor para las vidas inocentes de la humanidad era la muerte. Tal vez debería dejar de invocar a entes externos y hacerlo él mismo... Había abierto los ojos. Ya no era Joshua, el chico promedio. Era Satanás, al cual la gente del pueblo repudiaba y encasillaba en un rol sin siquiera conocer su vida.

Y ellos mismos, los que lo repudiaban, no movían un solo dedo para ayudar a los indefensos. Y el loco guardián del cementerio sí. Se había interesado en las vidas de los pequeños mendigos, en su fe, en sus sueños. Había visto en ellos el reflejo de su propio pasado. Él los quería, como nadie en ese maldito pueblo haría.

𝘊𝘰𝘮𝘦 𝘭𝘪𝘵𝘵𝘭𝘦 𝘤𝘩𝘪𝘭𝘥𝘳𝘦𝘯,
𝘐'𝘭𝘭 𝘵𝘢𝘬𝘦 𝘵𝘩𝘦𝘦 𝘢𝘸𝘢𝘺,
𝘪𝘯𝘵𝘰 𝘢 𝘭𝘢𝘯𝘥 𝘰𝘧 𝘦𝘯𝘤𝘩𝘢𝘯𝘵𝘮𝘦𝘯𝘵...
𝘊𝘰𝘮𝘦 𝘭𝘪𝘵𝘵𝘭𝘦 𝘤𝘩𝘪𝘭𝘥𝘳𝘦𝘯,
𝘵𝘩𝘦 𝘵𝘪𝘮𝘦'𝘴 𝘤𝘰𝘮𝘦 𝘵𝘰 𝘱𝘭𝘢𝘺,
𝘩𝘦𝘳𝘦 𝘪𝘯 𝘮𝘺 𝘨𝘢𝘳𝘥𝘦𝘯 𝘰𝘧 𝘴𝘩𝘢𝘥𝘰𝘸𝘴.

Estaba preparando una fiesta de Halloween, ofreciendo grandes cantidades no solo de golosinas sino también comida. Había tantos niños muriendo de hambre en las calles... Esperaba que pudieran visitarlo a pesar de la repulsión que algunos de ellos sentían por su apariencia, y él, Satanás, les haría un regalo. Les regalaría libertad, y piedad.

Fue más o menos unos días antes de la tenebrosa festividad que salió a ejecutar uno de sus rituales. Llevaba el cuchillo en la diestra, y estaba de rodillas en un área del cementerio donde era notoria la luz de la luna. Entonces vio a Sam.

No sabía que era Sam en un inicio, evidentemente. Todo lo que había alcanzado a ver era un alma desfilando... Algo como un alma en pena. Se movía con gracia, entonando una canción de dolor y pesar. Joshua solo se dio cuenta de que era Sam por su llamado a los niños...

𝘍𝘰𝘭𝘭𝘰𝘸, 𝘴𝘸𝘦𝘦𝘵 𝘤𝘩𝘪𝘭𝘥𝘳𝘦𝘯,
𝘐'𝘭𝘭 𝘴𝘩𝘰𝘸 𝘵𝘩𝘦𝘦 𝘵𝘩𝘦 𝘸𝘢𝘺...
𝘛𝘩𝘳𝘰𝘶𝘨𝘩 𝘢𝘭𝘭 𝘵𝘩𝘦 𝘱𝘢𝘪𝘯 𝘢𝘯𝘥 𝘵𝘩𝘦 𝘴𝘰𝘳𝘳𝘰𝘸𝘴.
𝘞𝘦𝘦𝘱 𝘯𝘰𝘵, 𝘱𝘰𝘰𝘳 𝘤𝘩𝘪𝘭𝘥𝘳𝘦𝘯,
𝘧𝘰𝘳 𝘭𝘪𝘧𝘦 𝘪𝘴 𝘵𝘩𝘪𝘴 𝘸𝘢𝘺...,
𝘮𝘶𝘳𝘥𝘦𝘳𝘪𝘯𝘨 𝘣𝘦𝘢𝘶𝘵𝘺 𝘢𝘯𝘥 𝘱𝘢𝘴𝘴𝘪𝘰𝘯𝘴.

No lucía como la gente solía pintarlo. Se veía más bien como un ser etéreo, lleno de magia y esperanza. ¿O sería solo impresión de Satanás? Para él todo lo que veía y escuchaba era hermoso. Sam mismo era un espíritu hermoso. Su cabeza, donde solía ir la calabaza tradicional, lucía un brillante cabello rojizo, casi naranja. Su piel parecía de porcelana y sus extremidades eran esbeltas. Una figura delgada que bailaba y cantaba para invocar a los desgraciados, a los niños.

Satanás procuraba no estorbar cuando aparecía. Se quedaba atónito y no sabía qué decir. Solo miraba a lo lejos, y cuando el espíritu se desvanecía volvía a su casa, a seguir afilando su cuchillo.

Un día antes de Halloween soñó con Sam.

—Me gusta este lugar, el cementerio —dijo el espíritu, de pie sobre el césped seco.

Satanás no dijo nada, como era usual. Aun así, se vio forzado a mirar a Sam cuando este tomó su rostro con ambas manos.

—¿Quién te hizo esto? —oyó la suave voz del espíritu de Halloween, quien debía referirse a las espantosas cicatrices de su cara.

Se encogió de hombros.

—Algunos tipos, cuando era niño. No les gustaba que pidiera comida. Por eso me llaman Satanás, porque soy feo.

—¿Y hay alguien que no lo sea aquí? —cuestionó Sam, dejándole ver su apariencia muerta.

Era un cadáver, y nunca lució más bello.

𝘏𝘶𝘴𝘩 𝘯𝘰𝘸, 𝘥𝘦𝘢𝘳 𝘤𝘩𝘪𝘭𝘥𝘳𝘦𝘯,
𝘪𝘵 𝘮𝘶𝘴𝘵 𝘣𝘦 𝘵𝘩𝘪𝘴 𝘸𝘢𝘺...
𝘛𝘰𝘰 𝘸𝘦𝘢𝘳𝘺 𝘰𝘧 𝘭𝘪𝘧𝘦 𝘢𝘯𝘥 𝘥𝘦𝘤𝘦𝘱𝘵𝘪𝘰𝘯𝘴.
𝘙𝘦𝘴𝘵 𝘯𝘰𝘸, 𝘮𝘺 𝘤𝘩𝘪𝘭𝘥𝘳𝘦𝘯,
𝘧𝘰𝘳 𝘴𝘰𝘰𝘯 𝘸𝘦'𝘭𝘭 𝘢𝘸𝘢𝘺,
𝘪𝘯𝘵𝘰 𝘵𝘩𝘦 𝘤𝘢𝘭𝘮 𝘢𝘯𝘥 𝘵𝘩𝘦 𝘲𝘶𝘪𝘦𝘵...

La noche de Halloween Satanás estaba listo. Tenía su cuchillo bien afilado, y había conseguido varios más. Algunos niños habían ido al cementerio y habían terminado en su casa, atraídos por el aroma de la comida y las golosinas. Satanás había preparado una gran mesa, y varios de sus pequeños invitados la rodearon. Se veían sucios, andrajosos, y tristes. Sus ojos se iluminaron ante la presencia de algo con lo cual llenar sus estómagos, y el corazón de Joshua se hundió en su pecho.

Ellos no debían nacer para eso.

—Coman lo que quieran —les dijo, bajando su rostro lo suficiente para no asustarlos mucho. Podía notar la reserva que algunos infantes tenían para con él, y aunque le entristecía mentiría si dijera que no estaba acostumbrado ya.

Ellos no tenían la culpa. Joshua sí lucía como un demonio.

Fue horas después que fue por su cuchillo, llevándolo a la sala para poder regalarles a los pequeños niños libertad, un escape al dolor. Apretó la empuñadura, dispuesto a todo, pero cuando el brillo asesino de la hoja de su arma se hacía ver una mano tomó la suya.

Era Sam.

Y cantaba.

𝘊𝘰𝘮𝘦 𝘭𝘪𝘵𝘵𝘭𝘦 𝘤𝘩𝘪𝘭𝘥𝘳𝘦𝘯,
𝘐'𝘭𝘭 𝘵𝘢𝘬𝘦 𝘵𝘩𝘦𝘦 𝘢𝘸𝘢𝘺...
𝘪𝘯𝘵𝘰 𝘢 𝘭𝘢𝘯𝘥 𝘰𝘧 𝘦𝘯𝘤𝘩𝘢𝘯𝘵𝘮𝘦𝘯𝘵.
𝘊𝘰𝘮𝘦 𝘭𝘪𝘵𝘵𝘭𝘦 𝘤𝘩𝘪𝘭𝘥𝘳𝘦𝘯,
𝘵𝘩𝘦 𝘵𝘪𝘮𝘦'𝘴 𝘤𝘰𝘮𝘦 𝘵𝘰 𝘱𝘭𝘢𝘺,
𝘩𝘦𝘳𝘦 𝘪𝘯 𝘮𝘺 𝘨𝘢𝘳𝘥𝘦𝘯 𝘰𝘧 𝘴𝘩𝘢𝘥𝘰𝘸𝘴.

Lucía una sonrisa hermosa, y su eterno cabello entre rojizo y naranja. Negó con la cabeza, haciendo que Satanás guardara el cuchillo infame. Cuando el arma ya no estaba a la vista, alzó ambas manos y acarició el rostro horripilante, con infinito afecto, y el corazón de Joshua dio un vuelco.

—¿Qué hac...?

—Shh...

Y guardó silencio, siendo un mero espectador cuando el bello hombre delante de sí se transformaba en un niño y se ponía una calabaza en la cabeza, para ocultar su rostro. Guardó silencio cuando el canto de Sam invitó a los niños al exterior de la casa, cuando los llevó a internarse un poco más en el cementerio. Los pequeños le seguían, tomados de las manos, y sonreían.

Satanás los siguió todo lo que pudo, hasta que la silueta de Sam se perdió tras una colina imposible de vislumbrar. El hombre se quedó parado ahí, en medio de la noche, preguntándose por qué el espíritu de Halloween se había llevado a aquellos niños, y a dónde.

Parte del misterio fue revelado cuando se percató de que las cicatrices de su rostro habían desaparecido. Cuando se tocó las mejillas, previamente tocadas por Sam, cayó en la cuenta. ¡Ya no era feo! Sorprendido, corrió a su casa para mirarse en el cristal de la ventana (desde hacía años se había asegurado de no tener espejos cerca). Cuando estuvo seguro de que el rostro que le devolvía la mirada, sin una sola marca de maltrato, era el suyo, se sintió el ser más afortunado. Podría salir del cementerio, buscar un trabajo más normal en el cual lo aceptarían, y no arruinar su vida con lo que había estado a punto de hacer...

Este era el regalo de Sam para él: 𝘓𝘪𝘣𝘦𝘳𝘵𝘢𝘥.

Tal vez Halloween no fuera una festividad para adultos, pero Joshua debía admitir que para él sería la más bella de todas. Nunca había encajado con los adultos de todas formas.

A hundred worlds where I still love you.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora