32. Cuándo Empezaré A Vivir.

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Había una vez un reino mágico con una peculiaridad: el cabello de las personas tenía poder. Esto variaba según la persona, pero todos los habitantes de dicho reino contaban con algún don. Los reinos vecinos sentían mucha curiosidad respecto a esta extraña condición, y no tuvo que pasar mucho tiempo para que diversas personas se interesaran en el reino mágico.

Sin embargo, el rey no estaba contento con aquella atención. Preocupado por la tranquilidad de sus súbditos, forzó barreras alrededor de su reino y restringió el acceso. Esta acción suscitó diversas reacciones en los demás reinos. Hubo quienes respetaron la decisión y hubo quienes la repudiaron. Un monarca en específico interpretó aquello como una muestra de superioridad del rey.

—Habrase visto semejante actuar. ¿Ese hombre cree que no necesita del comercio exterior para sobrevivir o qué? —bufaba en su corte—. Pero esto no se va a quedar así.

7 𝘢.𝘮, 𝘶𝘯 𝘥í𝘢 𝘮á𝘴 𝘪𝘯𝘪𝘤𝘪𝘰.
𝘈 𝘭𝘰𝘴 𝘲𝘶𝘦 𝘩𝘢𝘤𝘦𝘳𝘦𝘴 𝘺 𝘢 𝘣𝘢𝘳𝘳𝘦𝘳 𝘮𝘶𝘺 𝘣𝘪𝘦𝘯.
𝘗𝘶𝘭𝘰 𝘺 𝘦𝘯𝘤𝘦𝘳𝘰, 𝘭𝘢𝘷𝘰 𝘺 𝘴𝘢𝘤𝘰 𝘣𝘳𝘪𝘭𝘭𝘰.
𝘛𝘦𝘳𝘮𝘪𝘯é, ¿𝘲𝘶é 𝘩𝘰𝘳𝘢 𝘦𝘴? ¡7 𝘤𝘰𝘯 16!

Este monarca envió a diversos estudiosos y científicos, incluso espías, al reino vecino. Él codiciaba tener el secreto respecto a por qué los habitantes de dicho reino tenían dones que la gente de su reino no.

Así fue que contrató al señor Miller.

Este hombre era vivía obsesionado con la ciencia. Se decía que incluso su esposa había muerto debido a un experimento fallido suyo. Tenía un hijo llamado Joshua y esta era la razón por la cual no podía dedicarse enteramente a su pasión. Cuando el monarca envidioso lo contactó y le ofreció regalarle un castillo en la frontera del reino, un lugar apartado de la civilización, para que pudiera dedicarse por completo a su trabajo, no lo pensó dos veces.

No pasó mucho tiempo para que lograra infiltrarse en el reino mágico, y una vez que lo hizo llevó a cabo el más cruel plan. El rey y la reina acababan de tener un bebé. ¿Qué mejor que estudiar toda una vida? Podría estudiar de cerca cómo se desarrollaba el don desde la más tierna infancia.

Secuestró al bebé entonces, y lo llamó RapunZeth.

𝘜𝘯 𝘭𝘪𝘣𝘳𝘰 𝘭𝘦𝘦𝘳é
𝘰 𝘵𝘢𝘭 𝘷𝘦𝘻 𝘥𝘰𝘴, 𝘰 𝘵𝘳𝘦𝘴.
𝘖 𝘦𝘯 𝘮𝘪 𝘨𝘢𝘭𝘦𝘳í𝘢 𝘢𝘭𝘨𝘰 𝘱𝘪𝘯𝘵𝘢𝘳é.
𝘎𝘶𝘪𝘵𝘢𝘳𝘳𝘢 𝘵𝘰𝘤𝘰, 𝘵𝘦𝘫𝘰, 𝘩𝘰𝘳𝘯𝘦𝘰 𝘺 𝘺𝘢 𝘯𝘰 𝘴é...
𝘺𝘰 𝘤𝘶á𝘯𝘥𝘰 𝘦𝘮𝘱𝘦𝘻𝘢𝘳é 𝘢 𝘷𝘪𝘷𝘪𝘳.

El monarca envidioso estuvo más que feliz cuando supo lo que había hecho el señor Miller. Todos los meses destinaba dinero a la investigación del hombre, y obtenía informes sobre el desarrollo de RapunZeth. Cuando el muchacho era un bebé no poseía ningún don, observó el señor Miller.

Fue a los tres años que el don llegó de forma natural, cuando el cabello del niño le llegó a la altura del hombro.

—¿No deberían cortarlo? —solía preguntar Joshua, que por ese entonces contaba con cinco años y hacía de asistente de su padre.

—No. Nunca, hijo. Recuerda eso.

Los años pasaron, y pronto RapunZeth se convirtió en un bello príncipe. Descubrió por su cuenta en qué consistía su don y aprendió a dominarlo. El señor Miller le prohibió usarlo en él o en Joshua, y RapunZeth aceptó. Era un muchacho bastante obediente, pues se le había dicho que el señor Miller lo había rescatado del abandono y que le había brindado un hogar. Un engaño había sido suficiente.

𝘙𝘰𝘮𝘱𝘦𝘤𝘢𝘣𝘦𝘻𝘢𝘴, 𝘥𝘢𝘳𝘥𝘰𝘴 𝘺 𝘩𝘢𝘤𝘦𝘳 𝘨𝘢𝘭𝘭𝘦𝘵𝘢𝘴.
𝘗𝘢𝘱𝘦𝘭 𝘮𝘢𝘤𝘩é, 𝘣𝘢𝘭𝘭𝘦𝘵 𝘺 𝘢𝘭𝘨𝘰 𝘥𝘦 𝘢𝘫𝘦𝘥𝘳𝘦𝘻.
𝘈𝘭𝘧𝘢𝘳𝘦𝘳í𝘢, 𝘷𝘦𝘯𝘵𝘳𝘪𝘭𝘰𝘲𝘶í𝘢 𝘺 𝘷𝘦𝘭𝘢𝘴.
𝘌𝘴𝘵𝘪𝘳𝘢𝘳, 𝘥𝘪𝘣𝘶𝘫𝘢𝘳, 𝘰 𝘵𝘳𝘦𝘱𝘢𝘳, ¡𝘰 𝘤𝘰𝘴𝘦𝘳!

RapunZeth tenía prohibido salir del castillo. Podía hacer lo que deseara, siempre y cuando fuera dentro de los límites de aquel lugar. Toda su vida había conocido solo al señor Miller y a Joshua. El primero pasaba el tiempo avocado a sus labores como científico. El segundo fue el problema.

Desde que era un niño, Joshua había volcado en RapunZeth sus deseos frustrados. Su padre nunca le había prestado debida atención, en cambio se desvivía en fascinación por el príncipe. A él le daba lo que quisiera (siempre y cuando no implicara salir del castillo) y a Joshua, que era su hijo, solo lo presionaba y le exigía más y más.

Esta fijación de Joshua con el príncipe no hizo más que volverse más grande con el paso del tiempo y, cuando RapunZeth alcanzó la mayoría de edad, se tornó en algo sumamente ambiguo. Joshua tomó la costumbre de atormentar al cautivo hablándole de aquel mundo exterior que jamás vería, y de hacerle sentir como un bicho raro debido a su don. Las palabras despreciativas eran pan de cada día. Ante eso, RapunZeth hacía de tripas corazón. A él le gustaba Joshua, de una forma no amical, y le dolía profundamente no tener el afecto de su amado, pero aceptaba lo que podía aceptar. Dentro de sí había un ansia voraz de libertad, de descubrir quién era realmente, así que el que Joshua le recalcara la carencia de aquel valor fundamental lo destrozaba. Él reconocía la ayuda que había recibido, pero no comprendía por qué el señor Miller era tan sobreprotector con él. Incluso si el hombre tenía miedo de que le hicieran algo debido a su don, no lo entendía.

𝘓𝘰𝘴 𝘭𝘪𝘣𝘳𝘰𝘴 𝘳𝘦𝘭𝘦𝘦𝘳é 𝘴𝘪 𝘦𝘭 𝘳𝘢𝘵𝘰 𝘩𝘢𝘺 𝘲𝘶𝘦 𝘱𝘢𝘴𝘢𝘳,
𝘺 𝘱𝘪𝘯𝘵𝘢𝘳é 𝘢𝘭𝘨𝘰 𝘮á𝘴, 𝘦𝘯𝘤𝘰𝘯𝘵𝘳𝘢𝘳é 𝘶𝘯 𝘭𝘶𝘨𝘢𝘳...
𝘠 𝘮𝘪 𝘤𝘢𝘣𝘦𝘭𝘭𝘰 𝘢 𝘤𝘦𝘱𝘪𝘭𝘭𝘢𝘳, 𝘺 𝘢 𝘤𝘦𝘱𝘪𝘭𝘭𝘢𝘳,
𝘱𝘦𝘳𝘰 𝘢𝘭 𝘧𝘪𝘯𝘢𝘭 𝘴𝘪𝘦𝘮𝘱𝘳𝘦 𝘷𝘶𝘦𝘭𝘷𝘰 𝘢𝘲𝘶í...

Entonces Joshua y él se juntaron.

RapunZeth podía jurar que era realmente feliz, pues al fin había logrado obtener la atención de su adorado. ¡Se habían besado! De acuerdo, de acuerdo, había hecho uso de su don, pero el resto había sido libre albedrío de Joshua... El don de RapunZeth consistía en que quien tocase su cabello podía sentir su ser iluminarse por amor (no del tipo romántico, sino del amor como un estado de felicidad y plenitud). Era como un sopor que invadía a la persona, al punto de dejarle inconsciente o provocar estados de coma si RapunZeth así lo deseaba.

Él fingió tener dificultad para desenredar parte de su larguísimo cabello, y cuando Joshua se acercó de mala gana a ayudarle se concentró para darle la dosis justa de esa iluminación.

Ese mismo día la actitud de Joshua cambió. Dejó de culpar al príncipe por errores de su padre, y sus intentos de herir al prisionero hablándole del mundo exterior se volvieron en formas de enseñarle trocitos de lo que había afuera. Le compartió anécdotas y al final del día (no se despegaron un solo momento por lo amena que les resultaba la compañía del otro) Joshua lo besó.

Eventualmente esa cercanía se volvió un apasionado romance. Dado que el señor Miller solía estar apartado de ellos dos, tuvieron mucha facilidad para enredarse en una y mil posturas, en todas las partes posibles del castillo. Todo iba de mil maravillas, hasta que RapunZeth hurgó en el pasado.

—Mi padre tiene sus razones para no dejarte salir. No quieras saber más —fueron las palabras de Joshua, uno de esos días en que el apetito sexual les había asaltado, luego de amarse mutuamente.

RapunZeth bajó la vista, no sabiendo si sentirse decepcionado o no. ¿Qué estaba esperando de todas formas?...

—Lo siento, yo... Yo solo quería poder salir contigo, así, como tu amante. Supongo que no podrá ser —dijo con amargura, apoyando la barbilla en sus brazos desnudos.

Y ahí había quedado el tema. RapunZeth no volvió a tocarlo, y Joshua tampoco.

𝘠𝘰 𝘮𝘦 𝘱𝘳𝘦𝘨𝘶𝘯𝘵𝘰, 𝘱𝘳𝘦𝘨𝘶𝘯𝘵𝘰, 𝘱𝘳𝘦𝘨𝘶𝘯𝘵𝘰
𝘲𝘶𝘦 𝘤𝘶á𝘯𝘥𝘰 𝘦𝘮𝘱𝘦𝘻𝘢𝘳é 𝘢 𝘷𝘪𝘷𝘪𝘳...
𝘓𝘢𝘴 𝘭𝘶𝘤𝘦𝘴 𝘲𝘶𝘦 𝘥𝘦𝘴𝘦𝘰 𝘤𝘰𝘯𝘵𝘦𝘮𝘱𝘭𝘢𝘳...
𝘤𝘢𝘥𝘢 𝘢ñ𝘰 𝘦𝘯 𝘮𝘪 𝘤𝘶𝘮𝘱𝘭𝘦𝘢ñ𝘰𝘴 𝘦𝘴𝘵á𝘯.
¿𝘋𝘦 𝘥ó𝘯𝘥𝘦 𝘴𝘰𝘯? 𝘈𝘩í 𝘲𝘶𝘪𝘦𝘳𝘰 𝘪𝘳...
𝘘𝘶𝘪𝘻á 𝘩𝘰𝘺 𝘮𝘪 𝘮𝘢𝘥𝘳𝘦 𝘮𝘦 𝘱𝘦𝘳𝘮𝘪𝘵𝘢 𝘺𝘢 𝘴𝘢𝘭𝘪𝘳.

Con el pasar de los meses, fue Joshua quien dio el primer paso hacia la verdad. Le confesó a RapunZeth todo lo sucedido, delatando al monarca envidioso y a su propio padre en el proceso. RapunZeth le había demostrado que lo amaba verdaderamente, y Joshua guardaba la secreta ilusión de cumplir el deseo del príncipe: poder caminar en las calles del reino como una pareja, con total libertad.

¿Cómo no, si lo único que había hecho RapunZeth en su vida había sido brindarle luz?... Se había enamorado como un loco.

Aun así, lo que siguió a su confesión escapó por completo a su control.

RapunZeth no lloró. No reclamó. No le dijo que él y sus padres eran unos asesinos. Joshua, en medio de su confesión, le había contado que el reino mágico ya no existía más. Gracias a los estudios hechos a RapunZeth, el monarca envidioso había encontrado la forma de subyugar el reino que tanto había deseado para sí en secreto. El señor Miller y Joshua habían ayudado a ello.

RapunZeth no dijo nada, ni ese ni los días siguientes.

Joshua empezó a creer que había sido perdonado, y a trazar un plan de escape para los dos.

Entonces, un fatídico día, el príncipe mató a los Miller. Lo hizo con sumo cuidado y con planificación previa. Se cercioró de que el cuerpo del señor Miller quedara irreconocible y lo mantuvo en su estudio. Con el cuerpo de Joshua fue distinto. Lo arregló de forma decente y se las arregló para hacerle una corona. Él era un príncipe, así que Joshua sería un rey, ambos serían reyes.

Se puso una corona entonces, y dejó a Joshua sentado en el trono de la derecha. Fue a ocupar el suyo con parsimonia, todavía sin un solo indicio de llanto, queriendo castigar al rey envidioso también pero aterrado ante la sola idea de salir... Fuera había gente mala, muy mala.

Además, en algún momento él tendría que mandar a alguien, cuando el señor Miller no respondiera la correspondencia mensual. RapunZeth podía ser paciente, había esperado muchos años y no le costaba mucho esperar un poco más... Cuando ese hombre estuviera muerto, podría reinar con tranquilidad.

A hundred worlds where I still love you.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora