Who Are You

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"Ambos están convencidos

de que los ha unido un sentimiento repentino.

Es hermosa esa seguridad,

pero la inseguridad es más hermosa."

Wislawa Szyborska


New York

La asistente de la directora de The Wall Street Journal corría tras una de las más destacadas periodistas del medio, quien tumbó la puerta de la oficina asustando a Red. Sin embargo, ella sabía perfectamente a que llegaba.

— ¿Dónde está mi mujer? — preguntó alterada. Red le hizo un gesto a su asistente para que las dejara sola.

— ¿Tú no deberías estar de reposo? ¿Qué haces aquí, Artesian? Debes descansar — dijo con amabilidad Red.

— ¿Cómo voy a estar tranquila? ¿Cómo voy a descansar? Si mi esposa me dejó por tu culpa, ¿cómo la mandas a escribir un libro quien sabe adónde? — reprochaba histérica — Yo sé que no te caigo bien, pero no debiste hacer eso, peor en este momento.

— ¡Yo no la mandé! — le gritó la pelirroja — fue decisión de ella, ¿sabes por qué? Estaba cansada de esa actitud de mierda que tienes, a ella también le duele lo que pasó — se sinceró Red.

Artesian bajó el rostro, empezó a jugar con su sortija de matrimonio y lloró frenética — ¿Dónde está? No puedo vivir sin Alex — preguntó con un inmenso dolor en sus palabras.

— No lo sé, quizás ande buscando lo que tanto ha querido en la vida.

— ¿Que? — preguntó confundida Artesian.

— No sé, piensa que no le has dado tú...

Westfield

Los platos ese día quedarían más limpios que nunca, Piper se pasaba media hora con cada uno, pues su mente estaba en otro lado, seguía en el río, en las curvas de esa mujer, en lo armonioso de su color de cabello, piel y contextura. No había podido dormir la noche anterior, nunca una mujer se había acercado a ella de la manera que lo hizo esa rara, pero preciosa desconocida. Su alegría, su risa, tu tono de voz, era exuberante en todo el sentido de la palabra y había dormido en su casa, pero ella se lo perdió por ir a acompañar a dormir a su suegra que estaba sola.

Regresó muy temprano con la intención de verla de nuevo o preguntar a su abuela quien era y que llegó hacer al pueblo, pero Celeste al parecer había salido. Estaba sola mirando por la ventana de la cocina que daba directo a la cabaña que su abuela le había alquilado a la pareja que llegó el día anterior. Se extrañó de verla a ella sola en el río, tenía muchas dudas, quería hablarlo con su abuela, o al menos escuchar de nuevo la voz sensual de esa mujer.

Dejó los platos un momento y salió al cobertizo de la casa, se sentó en una silla mecedora a tomar un poco de aire, se pasó las manos por el cabello y recostó su cabeza a la madera para pensar mejor — Piper, eres una mujer casada y está mal pensar de esa manera en otra mujer, estuvo mal que te quedaras viéndola nadar desnuda — suspiró y se quedó un rato pensativa, luego regresó a sus platos.

Cuando estuvo de vuelta en la cocina sus ojos brillaron, ahí estaba lo que tanto deseó ver, la ninfa del río ya no estaba en su atuendo más divino, pero no dejaba de verse hermosa en botas de cuero, jeans ajustados, camiseta blanca sin mangas y el cabello en una coleta. La rubia se quedó con la boca entreabierta viéndola como ejercitaba sus brazos para pasarle a Charlie unos trozos de madera que se habían caído en la cabaña. Los platos brillaban de tanto que eran fregados por Piper, que no despegaba la vista de la mujer en su labor de reparación.

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