Zwölf

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—¿Qué? ¡Pero qué diablos! —contesté, siendo todo un manojo de nervios

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—¿Qué? ¡Pero qué diablos! —contesté, siendo todo un manojo de nervios. Bufé—. ¡Claro que no! Fue un pequeño chascarrillo para ver como reaccionabas.

Esta no se la creería ni en un millón de años, porque yo tampoco lo hacía.

—Pues vaya chascarrillos que te haces en los últimos días —Sus hermosos ojos pardo irradiaban furia.

Sonó su móvil, dándonos así un tiempo y fuera en el round de peleas que tenías.

—Tenemos que regresar a la escuela, al parecer adelantarán mi clase una media hora antes.

El camino de regreso a la universidad fue estresante. Ninguno de los dos hablaba y era más que claro que él no cedería en esa guerra muda que estábamos llevando a cabo.

Lo entendía hasta cierto punto, porque, ¿qué es eso de que la persona que te gusta y con la que estás teniendo algo, te diga que hay más pretendiéndole? Y lo peor ¡que te diga que el otro besa mejor! Esto, queridos míos, se llama el auto-sabotaje de Alexandra. 

Violet me había dicho que era porque me aterraba abrirme y permitirme ser querida. La verdad es que era así por una simple razón que diré como pregunta sin respuesta: ¿Para qué quedarme con la atención de un solo chico que me puede dejar en cualquier instante si puedo tener la atención de diez más?

Cuando era pequeña era la típica chica con sobrepeso de la que todos se rían y la catalogaban como la más fea del salón, de la generación y de la escuela misma. Así que como toda chica cansada de las burlas se dedicó a tener el cuerpo de infarto que todos quisieran tener... Claro que no llegue hasta eso pero sí pude bajar tantos kilos como para que me voltearan a ver y me contemplaran dentro del top 10 de chicas bonitas del salón.

Llegamos a la universidad. Kurt no se bajaba pero tampoco hacía algún movimiento que me indicara que era hora de irnos.

—¿Estás enojado? —inquirí, sabiendo la verdad de todo ello.

—No. —mintió, de una manera pésima, pero lo hizo. Tardó unos segundos más para bajarse del carro y recargarse en la puerta del conductor.

Salí para seguirle. Me posé en frente de él, con brazos cruzados y una actitud de dueña del mundo, que no iba para nada bien en esa situación. Tenía que tranquilizarlo antes de que todo esto se fuera a la deriva.

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