Uno

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Sentía el pesado calor sobre su cuerpo, a su lado, aferrándose a ella, y era tan familiar y agradable, que una involuntaria sonrisa apareció en sus labios cuando despertó esa mañana.

Faltaba poco para que amaneciera y tan solo quedaban unos minutos para que sonara el despertador como todos los días, así que Yona cerró los ojos por un momento y se apretujó aún más contra las sabanas y el calor humano que tenía a su espalda.

Escuchó un gruñido ronco y somnoliento, que consiguió estremecerla y ponerle los pelos de puntas, y el brazo que rodeaba su cintura se ciñó un poco más, asegurándose -inconscientemente, estaba segura- de que no pudiera escapara de aquel confortable lugar.

Como si quisiera hacerlo, pensó sacudiendo mentalmente la cabeza.

Lentamente, y con mucho cuidado de no despertarlo, se dio la vuelta sobre sí misma hasta quedar tumbada mirando al techo y, rozando con la yema de los dedos la suave piel del brazo que la sostenía, ladeó el rostro para mirarlo.

Jamás olvidaría la primera vez que despertó y vio aquel rostro lleno de paz. El pelo todo despeinado y alborotado como si se hubiera pasado los dedos cientos de veces por él. Sus labios formando una pequeña mueca de reposo y serenidad absoluta. Sus interminables pestañas oscuras rozándole las mejillas, escondiendo aquellos penetrantes ojos azules que conseguía ponerla nerviosa.

Sin embargo, no importaba las veces que lo hubiera visto ni el tiempo que llevasen en esa extraña y confortable rutina, que siempre que lo veía sentía ese habitual salto del corazón -a punto de escapársele por la garganta- y el irritable cosquilleo que parecían cientos de dragones volando en el interior de su estómago.

Y esa vez, cómo no, no fue la excepción.

—¿Piensas desgastarme con tu mirada?

Yona sintió sus mejillas enrojecer hasta quedar en el mismo color de su cabello y apartó las pupilas como si le hubieran dado una descarga eléctrica, pasando a observar el impoluto techo al igual que si fuera lo más importante del universo. Lo escuchó reírse ligeramente -un sonido ronco y bajo que penetró por cada poro de su piel- y soltar un sonido gutural, parecido al de un animal desperezándose, antes de inclinar la cabeza delante y restregar su frente contra el hombro de ella en un movimiento involuntario.

—Buenos días, princesa— murmuró aún con media conciencia dormida— Hoy estás especialmente madrugadora, ¿eh?, ni siquiera ha sonado el despertador. ¿Estás nerviosa por el examen?

¿Examen? ¿De qué examen habla?, se preguntó, momentáneamente confundida. Entonces recordó la prueba de matemáticas que tenía esa mañana y sus últimas tardes de estudio y se aferró a un clavo ardiendo. Porque si él, algún día, llegaba descubrir lo mucho que le gustaba verlo dormir, tranquilo y apacible, lo muy guapo que lo veía, no dejaría de molestarla hasta que la muerte se los llevara -o ella misma decidiera ir a su encuentro incapaz de aguantar tanto sufrimiento.

—Hum, sí— se mordió el labio inferior. Percibió, entonces, los dedos de él clavarse en su cintura -muy muy por el borde del bajo de la camiseta del pijama, a unos milímetros de su piel- y su notó como su corazón daba una voltereta— Creo que sí.

—Seguro que te saldrá genial, deja de darle tantas vueltas o será peor con los nervios— gruñó y, por el tono de voz que usó, Yona sabía que aún tenía los ojos cerrados; como siempre, aprovechaba hasta el último momento holgazaneando, sin querer enfrentarse a un nuevo día— Has pasados las últimas tardes encerrado con Yoon en la biblioteca, relájate, que todo irá bien.

Pero, a pesar de sus palabras, él mismo sabía que eso era como pedirle peras al olmo, o como pedirle a Shin-Ah que se presentara voluntario para hablar en voz alta en clase, o que Kija decidiera visitar el terrario del zoo municipal, o que Jae-Ha tirara la chaqueta de cuero que llevaba a todas partes; situaciones absoluta e irrevocablemente imposible.

—Pero...

—¡Sshh! Todavía no ha sonado la alarma, ¿no? Seguro que afuera ni siquiera las calles están puestas, así que, concédeme unos minutos para que me despierte y despeje y entonces tendrás toda mi atención puesta en ti, princesa.

Yona refunfuñó algo por lo bajo, sintiendo como las mejillas se acaloraban de nuevo, y un apacible silencio se instaló entre ambos. Minutos después, casi se atragantó con su propia saliva cuando los -aventureros y muy tentadores- dedos de él que estaban sobre su camiseta realizaron movimientos ascendente y descendente de forma distraída, y Yona -infame y pecadora muchacha- deseó que esos dedos bajaran un poco más, tan solo un poquito más.

De pronto, y sacándolos de esa íntima y tranquila burbuja que los alejaba de todo y todos, la alarma resonó en la habitación -tan estridente y molesta- y Yona soltó todo el aire que no sabía que estaba conteniendo; aunque este volvió a quedarse retenido cuando lo escuchó resoplar por lo bajos algo que no llegó a entender antes de incorporarse por encima de ella para apagar el dichoso aparatito que descansaba en su mesita de noche. Sus cuerpos estaban pegados, de una forma completamente diferente a la que ella estaba acostumbrada, y ella no pudo moverse porque estaba segura de que, si lo hacía, su cuerpo estallaría en mil pedazos o sería calcinado por el fuego que había nacido en partes de interior que no sabía que existían.

Él la miró; sus ojos azules, aún medio adormilados y que se entreveían por la maraña que era su flequillo, se clavaron en ella y una pequeña y divertida sonrisa tiró de sus labios.

Yona creyó que se desmayaría al ver semejante imagen.

Jamás, jamás, se cansaría de admirarlo, de verdad.

—Muy bien, soy todo tuyo, ¿qué estabas diciéndome?

Ocaso (Akatsuki No Yona)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora