Epílogo

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Se habían sentido muy cortos.
Los años que pasaron frente a mis ojos de forma no literal, se sentían demasiado cortos. Desde el momento que conocí a esa precíosa chica de ojos claros y piel sonrosada sabía que el tiempo se esfumaría entre mis manos cómo sí se tratara de agua. Y así había sido. Fueron sólo unos años de relación y fue suficíente para marcar nuestro destino en unión.

No habían palabras que pudíeran describír la maravillosa sensación que en realídad llegué a sentír cuando la ví frente a mí, en el parque. Supe enseguída que quería pasar el resto de mí vida con ella. Quería hacer justo lo que ya había hecho.

La llevé al rascacíelos la noche de su cumpleaños y me arrodillé ante ella, pidiéndole qué se volvíera mi esposa y entre llantos, ella aceptó.

La ví caminar por un largo pasillo de flores que la llevaría hasta a mí, mientras nuestros amigos, familiares y conocídos la miraban con asombro, porqué ella lucía preciosa con su enorme vestido blanco. Creo que jamás olvidaría esa sonrísa emocíonada de mi futura esposa cuando me miró fijamente. Y yo, estaba seguro que mi sonrísa igualaba la suya. Durante toda la fiesta nos fue imposible despegar la mirada uno del otro, incluso cuando nos tocaba bailar con otras personas. Nuestras miradas jamás se separaron.

El viaje de bodas a Castle Combe, fue otra de las maravillas que viví a su lado. La primera noche juntos cómo marido y mujer se sintió igual a nuestra primera vez. Porqué lo era, despúes de muchos años lo era. Había sido una propuesta divertída que se le ocurrió a ella la tarde que volvímos y apesar de lo difícil que sería para mí, yo acepté. Sí cerraba los ojos y me concentraba, podía recordar perfectamente los momentos en la sala, con la fogata encendída y las luces apagadas. Cuando salíamos a caminar por las tardes, tomados de la mano. O las mañanas en la cama, despúes de haber hecho el amor, conversando hasta que el hambre nos levantara.

El viaje no se detuvo ahí, porque nuestros días juntos jamás se volvíeron una rutina. Siempre aprendíamos algo nuevo del otro, apesar de ya conocernos demasiado, descubríamos que había más en nosotros.
Juntos diseñamos la casa de nuestros sueños y en menos de seís meses, la mansión Carter ya estaba de píe y lista para ser habítada. Eso significó, tristemente, que debía dejar mi departamento y ponerlo en renta cómo el resto de mí edificio.

En mis recuerdos también estaba el momento qué Benjamín se volvió padre. Summer y él habían tomado la decisión de no contraer matrimonio, pero si de formar una familia. Y lo habían hecho cuatro años despúes de nuestra boda. Él estaba nervioso y muerto del miedo, pero jamás volví a verle los ojos tan llenos de vida y amor cómo cuando cargó en sus brazos a su hijo.《Zedríck Hendrix.》

O la boda de Jack, al estilo más hippie posíble. Emily llevaba un vestido suelto color blanco y una corona de flores en la cabeza. La recepción fue pequeña pero muy emotíva, algo muy Jackson. Y eso signifícaba todas las cosas en una. Maravilloso, por supuesto. Aunque jamás tuvíeron hijos.

Mi precíosa esposa y yo, teníamos una vida extraña y maravillosa. Nunca hubo calma, pero no era que lo necesítaramos. Me gustaba verla cantar por todo el salón al ritmo de James Brown, con sólo su playera larga y sus calcetas. Cocinaba muy mal, pero era divertído verla tan atenta a las pequeñas clases que Mar, nuestra cocínera le daba. Amaba con locura escúchar acerca de los casos tan asombrosos que habían llegado al hospital y que ella estaba atendíendo. En un abrír y cerrar de ojos estaba subíendo escalones en el hospital de manera sorprendente. Ella era excelente en lo que hacía. El único momento en el que se detuvo un poco, fue cuando esperaba a nuestro bebé.
Ver al pequeño entre mis brazos fue algo agrídulce, pero me decía a mi mismo que Seth estaba con quiénes debía estár y qué un día, sí él lo quería, podría búscarnos y nosotros estaríamos con los brazos abíertos.

-Nathanael Carter, ¿Te gusta?.- me había pregúntado mientras miraba al bebé con veneración y yo sólo había podido asentír, sin palabras.

Dos años despúes, una hermosa niña llegó a complementarnos.
《Evie Carter.》
La casa se llenó de vida con sólo dos niños en ella. Era algo muy maravilloso, y me encantaba. Todo con ellos en mi vida me encantaba.

Había algunos momentos en los que aquella mujer de cabello dorado aparecía en mi cabeza. En un eco de los recuerdos bonitos que tuve con ella. Y yo sólo podía imagínarla con ese hombre que fuera conscíente de que estaba con ella y se sintíera orgulloso de ello. Que con sólo verla le mostrara todo el amor que ella jamás sintióm que la abrazara despúes de hacer el amor y que al despertar lo siguíera hacíendo. Sólo podía imagínar eso y rezaba porqué así fuera. Ya que jamás volví a saber de ella.

En el cumpleaños de los gemelos, Benjamín nos unió a todos en una de sus casas en Bali. En ese lugar siempre se sentía un calor infernal, pero a Ben le gustaba mucho, quizás era porque él odiaba la lluvía y el olor a tierra húmeda.
Su casa estaba a la orilla de la playa y muy a mi pesar era perfecta para los niños, que se divertían con las miles de cosas que se podían hacer en la arena y en el mar. Esos niños separados eran una bomba, y juntos eran peor que Chernobyl.

-¡Tío Kleith, Evie se ha lanzado sobre el castillo de arena de Nate y él está llorando!.- Zedríck corrió hacía a mí agítado.

-¡Mentira!.- chilló Evie intentando desesperadamente de quítarse la arena del rostro.

Si, así eran ellos.

Al atardecer, Daniela y yo decidimos dar un paseo antes de ír a dormír a los niños. Benjamín y Jack nos acompañaron. Hablaban de tonterías que sólo nosotros entendíamos y hacían bromas acerca de lo mal que nos asentaba la vida seria.

-Debemos salír de fiesta.- Jack nos abrazó por el cuello y Ben lo apoyó.

-Ya dejarían polílla regada por todos el lugar.- bromeó Daniela empujándolos.

-¡No pasamos los treínta!.- exclamó Benjamín fingíendo estár hérido.

-... y tantos.- añadí burlón.

Daniela siguió discutíendo con Jack y Benjamín, hacíendolos sentír viejos, pero ellos no se dejaban. Yo sólo los veía divertído y tomé a Daniela de la mano.
Sujetar su mano siempre iba a ser una sensación única. Apesar de que ya no era la misma, no era la Daniela que yo conocí cuando estaba en la universidad, ni era la Daniela que Trevor dejó destrozada. Era su mejor versión. Como Benjamín, que no era el mismo que términaba en el hospital por sobredosis, ni el mismo despúes de la muerte de Lissel. Ni Jack era aquel chico que los guardias de sus padres arrastraban para llevarlo a la clínica. Todos habían cambiado y eso era la mayor muestra de la sabíduria adquírida por todo lo pasado.
Porque así debía de ser siempre pero no todos tenían ese valor. Déja ír lo malo y sosténer lo bueno. Déja ír lo que no es para tí y lucha por lo que si lo es. 

Supera o quédate estáncado.

Vives, aprendes y evolucíonas o mueres.

Y gracías y a Dios, mi familia seguía viviendo.

Benjamín, Jack, y mi alma gemela, Daniela Carter.

Ellos eran mi familia y lo serían siempre.












Al Amor Que Dejé Atrás.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora