Capítulo 4.

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Juliana.

Dolor.

Horriblemente, solo sentía dolor en cada fibra de mi cuerpo azotaba cruelmente cada pequeño y recóndito rincón de mi alma. Ni siquiera era consciente del lugar en el que me encontraba, tampoco estaba completamente segura de que en realidad estuviese viva y continuara en esa escuela que había logrado romperme hasta el último ápice de alma. No quería abrir los ojos, juro que no quería; porque, por primera vez, no sentía ese cruel frío que empeoraba los horribles dolores de los golpes.

Pero sabía que debía ser una especie de utopía mal conformada, sabía que debía ser solo una parte de un sueño desesperado de encontrar un poco de compasión en ese mundo oscuro que se empeñaba en aplastarme cada día más. Sabía que no había forma alguna de que esa paz se me regalara cuando nunca en la vida había conocido ni de cerca la piedad.

—Está despertando, muchacha. — Escuché un pequeño murmullo. — No tienes que preocuparte más. — No conocía esa voz. — Ella estará bien.

—Pero tiene fiebre. — Protestó.

Esa voz si la conocía. Era la voz de Camila Esguerra, la chica que había dado algunas palabras en son de mi defensa. Dudaba que hubiese salido ilesa de ese enfrentamiento.

—Camila, el doctor ya te explicó. — Susurró otra voz que me parecía conocida, pero que no podía poner en un rostro. — Sus lesiones han sido demasiado para su propio cuerpo. El hecho de que no hubiese tratamiento alguno para las constantes golpizas que recibió.

—Además. — Otra voz que no reconocía del todo. — Debes comprender que tener las costillas rotas no es algo menor.

Nuevamente, ese hombre de voz profunda habló. — Camila, ella no ha comido bien en semanas, me atrevería a decir en meses. Aparte de eso, estaba completamente deshidratada y necesita recuperar los minerales y vitaminas que están en déficit en su cuerpo. — Debía ser un doctor, no era posible que una persona sin gran conocimiento hablara con tanta propiedad. — Deja que el suero haga lo suyo, y que su cuerpo recupere el equilibrio que necesita.

Mi cabeza comenzó a pesar una vez más, como si el cansancio estuviera haciendo parte activa de todas las lastimaduras de mi cuerpo hasta que la negrura de mi propia consciencia me consumió y me dejó inmersa en un sueño profundo.

Nunca fui consciente de las horas que pasaron mientras yo dormía como una pequeña bebé que estaba a salvo de la crueldad del mundo. Fui consciente cuando mi propio cerebro dejó de dar vueltas tan cruelmente para dejarme con los pies bien puestos sobre la tierra. Mis ojos se abrieron, cansados de tanto luchar por conseguir otro día, pero deseosos de ver al sol levantarse a otro día.

Y ahí estaba ella, adormilada en una silla, con sus dedos entrelazados con los míos.

—¡Despertaste! — Susurró con esperanza. — Estás bien.

—¿Dónde estoy? — Susurré temerosa. — ¿Qué hago acá? Esta no es mi casa. — Comencé a decir lo obvio. Estaba nerviosa. — Yo...yo...yo arrugué tus sábanas.

Camila me miró con tristeza, como si tuviera lástima de cada una de las palabras que había dicho. Pronto me sentí completamente avergonzada por las palabras que habían salido sin permiso alguno; además, me sentía como una idiota aprovechada por estar acostada en una cama que no merecía y que no me había ganado con ningún tipo de trabajo. Esto no era para mí, yo valía menos.

—Para empezar...— Se sentó a mi lado, provocando que me encogiera como una niña a punto de ser golpeada. — No has arruinado mis sábanas, solo estás descansado como lo mereces después de todo lo que has vivido. — Su mano intentó acariciar mi frente, y aunque yo deseaba que lo hiciera, simplemente pude encogerme como acto involuntario. — Yo no te haré daño, Juliana, solo quiero que te pongas bien y que te recuperes. — Quería confiar en ella, pero nadie nunca había hecho nada porque confiara en alguien. — Déjame curarte.

El amor no duele. - (Ventino) [Jumila]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora