Capítulo 29.

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[Todas las verdades que quedaron a medias.]

Juliana.

El silencio de los pasillos era desolador, incluso un poco tétrico a la hora de atravesarlos se te congelaba la espina al punto de retorcer tus pies en un intento desesperado para expiar esa sensación horrible. La señora María José me empujaba suavemente por el camino que nos llevaba hacia la habitación de Natalia, mientras que Camila tomaba mi mano con fuerza, como si tuviera miedo de soltarme y perderme.

Algunas personas me miraban con cierto resquemor, casi como si me repudiaran, mientras que otros simplemente me miraban con pena al saber que era la chica a la que todo el mundo trataba como si fuese un saco de boxeo. La idea me terminó por aterrorizar cuando recordé la mirada de los doctores luego que me violaron, como ese doctor había terminado por mitigar las ideas que alguna vez tuve de denunciar; quizás en este momento fuese similar.

—Esta es otra clínica, Juli. — Susurró Camila como si adivinara lo que pensaba. — Como te trataron los tipos de la ambulancia me hizo desistir y recordar lo que había pasado anteriormente. — De inmediato miré el suelo, sabiendo que en esa circunstancias me había terminado por hundir por completo hasta empujarme a mentir. — Yo sé que alguien te amenazó esa vez y no pensaba correr el peligro, así que vine a este lugar en donde no hay ningún tipo de conexión con las personas que te molestan y, por sobre todo, que se apegan firmemente a la ética profesional. Cualquier reclamo que haga hará que los despidan.

En ese momento, otra mano se posó en mi hombro. — Tomaremos medidas legales en contra del colegio.

—No. — Negué con rapidez, imaginándome el infierno en el que me metería si Daniel se enteraba. — Por favor, no quiero...

—Quieres. — Cortó María José. — Pero tienes miedo de que esas personas te puedan hacer mal. — La mujer parecía completamente impasible. — Pero ya he visto suficiente como para hacer la vista gorda con esos imbéciles. — No sabía si su rabia era por mi o por la misma situación de Natalia. — Estás bajo mi protección, si tú lo desearas incluso de podría adoptar y, por lo tanto, te pienso cuidar como si fueses mi hija, porque... porque... — Sus ojos se llenaron de lágrimas con rapidez, casi como si alguien le hubiese recordado el dolor vivo que quemaba en sus entrañas. — Porque te quiero como si fueses mi hija, Juliana.

—¿No me dejarán sola? — Balbuceé torpemente, haciendo esfuerzos por tragarme el nudo. — ¿Ustedes no van a abandonarme como... como mis padres?

—Nunca más estarás sola.

La emoción bailaba en el ambiente y los abrazos llovieron de manera dulce, Camila con una contención grabada en la punta de sus dedos y los señores Afanador con el cariño que la misma irresponsabilidad de mis padres me había negado durante 17 años de mi vida. Recién entonces me di cuenta de que estábamos frente a la habitación de Natalia, el lugar donde había querido venir desde que desperté.

La puerta se abrió pesadamente, dejando ver a Makis en un río de lágrimas que se deslizaban por su rostro como si deseara darle minutos de vida con ese cálido aliento de vida. Nos vio y sin dudar dejó un beso ahí donde el tubo dejaba su boca entreabierta y que en cierto modo le permitía respirar, saliendo a los pocos segundos con la mirada baja.

—Es bueno ver que estás bien. — Susurró con la voz ronca. — Me alegra saber que te estás recuperando.

La tristeza se desbordaba de tristeza que casi era desolador, pero en parte era su culpa, todo gracias a ese miedo casi invalidante que corría por sus venas y de seguro le hacía arrepentirse enormemente. Yo, por mi parte seguí mirando directamente hacia esa cama en donde se encontraba mi amiga, la única que en realidad le había tendido la mano de esa manera tan desinteresada y completamente entregada.

El amor no duele. - (Ventino) [Jumila]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora