Capítulo 3.

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Juliana:

Me quedé ahí, tirada en medio de los camarines de varones ubicados en el último rincón del establecimiento; me quedé tirada en medio de alguna de las duchas, con sangra migrando de mi labio roto, con los ojos apenas abiertos y ahogándome con mi propia sangre cada vez que intentaba tomar alguna respiración profunda para calmar el dolor generalizado en mi cuerpo.

El dolor, la única emoción fuerte que había experimentado en mi vida, la única sensación que me había abordado desde que había sido consciente de la miserable vida que se me abría frente a los ojos de manera avara. Quería gritar, quería despotricar contra todas las personas que me golpeaban todos los días, quería acabar con todo, quería acabar con mi sufrimiento aunque eso implicara acabar conmigo misma.

No sabía cuánto tiempo exacto había estado ahí, tampoco sabía si en realidad alguien se había dado cuenta de que seguía ahí. Probablemente no, todos me pasaban por alto, menos esos monstruos que me golpeaban hasta cansarse y luego se iban a casa, a darle la cara a sus familias y actuar como niños ejemplares que llevaban buenas calificaciones, que practicaban deportes y que eran el ejemplo para todos los docentes. Yo solo era la pobre hija de la alcohólica trastornada del pueblo que nadie estaba dispuesto a defender.

—Tienes que ponerte de pie, maldita desgraciada. — Jadeé para mí misma, en el mismo momento que mis ojos dejaron de pesar. — Nadie te vendrá a buscar. — Volví a darme ánimos.

Me levanté perezosa por el dolor latente en cada uno de mis huesos, teniendo en cuenta que uno de mis brazos estaba inutilizable porque me lo habían hecho pedazos; me moví con extremo cuidado, lanzando jadeos desprovistos de cualquier emoción, solo símbolos de dolor. Sin medir nada, abrí una de las duchas y dejé que el agua fría y corriente limpiara esos rastros de sangre seca que habían manchado mi blusa y que salpicaban mi rostro.

De nuevo perdí la noción del tiempo, y solo logré salir cuando el agua helada me tenía adormecida las extremidades y no sentí dolor alguno en las piernas para moverme. Cerré las llaves con pereza y sin preocuparme de secarme, caminé hacia la salida con mi única mano buena presionando mi barriga para calmar el dolor.

Estaba tan cansada, estaba tan harta de todo. Lo único que quería era llegar a la casa y arrastrar esa mísera cobija sobre mi para desaparecer el mundo que me rodeaba.

—¿Juliana? — No me detuve. No quería que nadie me viese acabada. — Juliana, por favor, espera.

—No, por favor. — Supliqué más para mí que para cualquier cosa. — No quiero que me vean tan destruida.

Era cierto, cada vez que me veían mal, las palizas solían ser el doble de brutales. Ellos parecían oler mi vulnerabilidad.

—Por favor. — Volvió a llamar. Esta vez, su cuerpo menudito y su pelo rojo se atravesó por el frente. — ¿Estás bien? — Pregunta idiota. Estaba segura de que me veía como la mierda. — ¿Puedo hacer algo por ti?

Si, pudieses evitar que me siguieran haciendo mierda.

—No, estoy bien. — Mentí con la mirada en el suelo. — Solo se me hizo tarde.

Camila no me dejó pasar, de hecho, volvió a preguntar. — Vi que ellos te arrastraron en la hora de almuerzo. — Si, yo también te vi, pero nadie intervino. — ¿Qué te hicieron?

Me hicieron mierda. Me patearon en lugares donde no sabía que fuese posible que me golpearan, me obligaron a besarlos, a tocarles la entrepierna y luego me orinaron; finalmente, me volvieron a golpear hasta dejarme tirada en el piso.

—Nada, solo se rieron de mí. — Bajé aún más la cabeza. — Solo bromas, como siempre...

—Lo que te hicieron antes no fue una broma, Juliana. — Recriminó con furia. — Y sé que lo de hoy no fue una simple broma, sé que fue mucho más que eso. — Impulsada por la misma rabia, ella tomó mi rostro y levantó mi mirada, causando un calambrazo de dolor por mi mejilla golpeada. — Dime ¿Qué te hicieron? ¿Cómo puedo ayudar ahora?

El amor no duele. - (Ventino) [Jumila]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora