Epílogo.

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Juliana.

Decir que la vida era un cuento de hadas, sería una completa mentira para el mundo o por lo menos para mí. Durante toda mi niñez, hasta la adolescencia me vi envuelta en los constantes ataques gratuitos, pagando las consecuencias de los errores que no eran míos. También había tenido que enfrentar las crueldades del primer amor, de ese que es tan tormentoso y dolido, de esos que te roban el alma y te dejan débil.

Ese amor había significado la tortura más desalmada que jamás había vivido, recibiendo los golpes en silencio y limitándome al anonimato, pero también había supuesto un renacer importante y la enseñanza de que en realidad, el amor no debe doler, no debe ser tortuoso y mucho menos debe tener miedo. Nos habíamos destruido y nos habíamos sanado entre los turbulentas jugadas de la vida y nos había hecho fuerte.

Seis años habían pasado desde esas declaraciones de amor que nos llevaron a prometer un futuro próspero, que construiríamos paso a paso. La semana después de que todas las verdades fueron reveladas, nos llamaron para decir que Natalia había despertado, pero que no tenía movilidad completa; eso había sido un golpe duro para ella, pero al final se había acomodado y había resurgido gracias a Makis quien se había tomado de su mano para no soltarla más.

Esa misma semana volví al colegio para la tanda de exámenes finales y de ingreso a la enseñanza superior de la mano de Camila. Inflé el pecho del orgullo cuando todos los ojos se posaron sobre nosotras y ella estrechó su agarre para mantenerme a su lado. Había besado mis labios para desearme suerte y le había pateado la espinilla a un chico que se había atrevido a hacer un comentario soez con respecto a mí.

Con respecto a Daniel y su sequito, la familia Afanador había puesto una demanda por maltrato reiterado y por agresión sexual. Ellos mismos habían pagado un exhaustivo examen para que se pudiera presentarse como evidencia, además de presentar el informe completo de las lesiones del último ataque que propicio. Esto culminó en un juicio que lo condenó a varios años de cárcel que al final no termino bien para él porque el primer día lo hicieron mierda.

Y yo, al fin y al cabo había logrado salir de ese lugar que significó el infierno de una vez por todas, convirtiéndome en psicóloga gracias a ese deseo ferviente de ayudar a todos quienes alguna vez tuvieron que pasar por tantas cosas como yo. Camila se había decantado por literatura, Makis había optado por psicología, pero en la rama clínica, Olga se desempeñaba como relacionadora pública y Natalia se seguía especializando en medicina pediátrica. Todas habíamos encontrados caminos, un sendero hermoso que no conducía a la felicidad.

—Estás con esa carita de estar pensando. — Susurró cuidadosamente desde la puerta del departamento que compartíamos. — Y solo pones esa carita cuando piensas en lo que ha pasado estos últimos seis años. — Cuidadosamente sentí como su mano se prendaba de mi cintura y terminaba detenida en mi vientre. — ¿Me equivoco, princesa?

—Tu me conoces mas que nadie. — Susurré con la vista clavada en la pared de vidrio que abarcaba toda el ala oeste de nuestro departamento. — Me es difícil encontrar ese olvido al que apelo a llegar en algún momento.

La escuché suspirar. — Quiero que termines hundida en odio.

—No es odio, Camila. — Me giré suavemente hasta tenerla apretada entre mis brazos. — Ni siquiera todos esos años de maltrato me llevaron al odio y estos seis años en realidad han sido de sanación. — Bajé cuidadosamente mi cabeza hasta tener su frente recargada con la de ella. — Pero esa sanación a la que me estoy enfrentando, no me permite olvidar todo lo que ha pasado. Solo puedo decir que realmente estoy feliz.

—¿Te he hecho feliz, Juliana? — Cuestionó con una sonrisa pícara, de esas que en realidad llevaba conociendo en la intimidad desde hace años. — Contéstame, mi linda morena, porque es al educado no responderle a tu prometida.

El amor no duele. - (Ventino) [Jumila]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora