Capítulo 7.

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[No vales la pena]

Camila.

Juliana no respondía, parecía simplemente no responder a absolutamente nada, y cada día parecía ser más lejana la idea de que despertara. Necesitaba ver sus ojos, necesitaba que me viera y me dijese quienes eran los desgraciados; incluso necesitaba que me mandara al demonio para sentir que seguía ahí de alguna manera.

Estaba furiosa conmigo por haberla dejado sola, estaba furiosa con esas personas crueles que la miraban por sobre el hombro por haber sido hija de su madre, estaba realmente furiosa con esos idiotas que le habían provocado ese daño desmedido.

-Creo que deberías dormir. - Susurró Natalia a mis espaldas. - Llevas demasiadas horas en vela.

Suspiré pesadamente. - No, yo no me puedo ir de acá si no sé quienes son esos idiotas que le hicieron tanto daño.

-Solo ella lo sabe, Camila. - Susurró. - Y los doctores no pueden tomar ningún tipo de prueba si es que no hay un consentimiento de por medio. - Tenía razón, y era lo peor. Porque pese a que mamá había firmado como responsable, a ella no la dejarían tomar ninguna decisión de índole legal sin el consentimiento de los tutores legales. - Bien sabemos que sus padres no van a aparecer, y cuando tú lo insinuaste, ella misma te dijo que no quería eso.

-¡Es que no puede querer protegerlos! - Bufé con furia. - No es posible que ella decida esconder a esos imbéciles.

-Quizás tiene miedo. - Justificó. - Quizás está completamente aterrada y nosotras no podemos obligarla a hablar si no se siente lista.

Le miré completamente furiosa, intentando desquitar de alguna forma la rabia que me dominaba en ese momento. Quería gritarle a Natalia, a mi madre, a los doctores y a la misma Juliana; pero era completamente imposible, nada de eso podría calmar el zoológico que rugía en mi interior por no haber podido defenderla de ninguna manera.

-Que tenga miedo, no es una excusa para defender a unos cobardes. - Susurré por lo bajo. - Ellos le hicieron daño, le hicieron tanto daño y yo los dejé. - Ya ni siquiera podía controlarme, los sollozos llegaban como si nada y me comenzaban a ahogar cruelmente. - Tiene que haber justicia, debe haber justicia de alguna forma, por ella.

-Lo sé, querida. - Susurró, envolviéndome en uno de esos abrazos reparadores que solían reparar cada uno de los aspectos rotos de mi vida. Pero esta vez no era suficiente, esta vez el dolor era mucho más profundo. - Prometo que la cuidaremos, que no dejaremos que nada malo le vuelva a pasar. - Era imposible que de alguna forma se reparase el alma, porque no podías palparla, no podías tenerla entre las manos y mucho menos podías reconstruirla; es por eso por lo que no me imaginaba lo mucho que costaría reconstruir a Juliana. - La ayudaremos a tomar la decisión de denunciar, porque esos idiotas no pueden quedar impunes.

No, no podían quedar impunes, porque no era justo. Habían destrozado a Juliana de todas las maneras posibles, la habían reducido a nada y luego se fueron como si no importara el destino que pudiese tener esa maltrecha chica. Debían pagar, así fuese lo último que consiguiéramos en la vida; ellos debían caer a como diese lugar.

Juliana.

Como cada mañana, desde que era muy pequeña, lo primero que sentía en las mañanas, era dolor. Una punzada fuerte había hecho acto de presencia entre mis piernas, recordándome lo cruel que podían ser algunas personas en busca de placer. Irónicamente, no era el único sentimiento que causaba revuelo en la memoria emocional de mi ser, sino que también la sensación de ardor en gran parte de mi espalda, la inconfundible noción de tener los pulmones presionados y ese entumecimiento en la punta de mis dedos que solo podía significar el anormal flujo de sangre en mis extremidades.

El amor no duele. - (Ventino) [Jumila]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora