Capítulo 12.

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[Las rechazadas.]

Juliana.

La noche anterior había sido una de las más frías y la había vivido en una casa con la puerta principal forzada, con las ventanas rotas y con ningún tipo de calefacción además de una manta ajada que había quedado sobre mi colchón. Lo peor de todo, es que en realidad ni siquiera había podido dormir en ese colchón, porque cada vez que sentía su textura bajo mi cuerpo, recordaba las manos torpes de mis verdugos pasando por mi piel mientras me ultrajaban.

En fin, era la rechazada, no podía apelas a una mejor condición.

La mañana siguiente no fue mejor y el aire frío hacía más insoportable las lastimaduras que habían quedado marcadas en mi piel desde entonces. Pero, ya estaba lo suficientemente cansada como para poder hacer algo con mi propia vida.

Recuerdo haber visto en uno de los termostatos del pueblo, que hacían -1º y yo me estaba paseando con una blusa arrugada, la falda del uniforme y un chaleco casi tan delgado como la blusa. No importaba, de todos modos, no podría optar a comprar nada mejor porque todo mi dinero se iría a pagar las cuentas de una casa maltratada y comprar comida para el mes; lamentablemente, el sueldo de un trabajo de medio tiempo no era suficiente para poder vivir holgadamente. Me dije, una y otra vez que debía acostumbrarme y me obligué a que mis dientes no castañearan, consolándome con que caminar ayudaría a quitar el frío.

Llegué a tiempo, con la moral baja y con las ganas de vivir por los suelos, implorando, como una ingenua a un dios que nunca escucha a los torturados, porque mis verdugos me dieran unos cuantos días de paz. Nuevamente me equivoqué, porque ellos estaban ahí, esperando como buitres a que mi cuerpo inerte cayera entre sus garras.

—Que no me esperen a mí. — Susurré apretando las manos en los tirantes de mi mochila vieja. — Que no me esperen a mí. — Repetí en un intento de empujar el nudo en el centro de mi garganta para que no me vieran llorar. — Que no esperen por mí. — Repetí tan bajo, como si de alguna forma, en algún universo alterno, ellos torturaran a alguien diferente a mí. — Que no esperen por mí. — Temblé cada palabra mientras atravesaba esa especie de túnel que habían formado con sus cuerpos.

—Se acabó el descanso, caballo de circo. — La voz de ese ser tan cruel llegó a mis oídos y detuvo mi respiración. — Te estábamos esperando. — Y la primera lágrima, cedió.

No sabía si estaba llorando de impotencia, de miedo o de el dolor aumentado por el frio ambiente, solo sabía que estaba llorando frente a las personas que me habían roto de tantas maneras posibles y que me habían hecho mierda. Levanté la mirada cuidadosamente, encontrándome con los ojos curiosos de Camila puesto sobre los míos, como si intentara anticipar mis pasos.

Todos hacían lo mismo, todos parecían saber como anticipar mis pasos, porque era la chica estigmatizada de tal forma, que nunca me habían dado el beneficio de la duda, porque todos parecían predecir cada uno de los pasos que daría. Pero este día, mi cuerpo estaba tan cansado de cumplir esas pobres expectativas, que decidí revelarme ante ellos y ante mi misma, para romper ese patrón.

—¿¡Quieres dejarme en paz!? —Grite a todo lo que mis pulmones daban, encontrando esa mirada de sorpresa ante mis ojos. — Deja de fanfarronear con lo que me harás y hazlo de una vez. — Le empujé con todas las fuerzas que tenía y no logré moverlo un maldito centímetro. — Y si tienes tanto valor como matarme, hazlo de una vez, maldito cobarde.

El silencio sórdido llegó a todos los presentes, dando esa sensación de una falsa calma luego fue roto por el mezquino sonido de un golpe seco y de un puño cortando el aire. Supe que precisamente era el puño de Daniel chocando contra mi nariz cuando dejé de verlo a él y terminé observando el pulcro blanco raso del techo.

El amor no duele. - (Ventino) [Jumila]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora