Capitulo 35

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Consejo de Argland

—Perdóname—, le dijo Rigit a su vieja amiga. —Si tan solo pudiera estar ahí habría podido detenerlo.

Apenas habían terminado de hacerle un entierro a Laykus. Keeno solo se quedaban junto a la tumba de su caída compañera y las otras tumbas vacías en honor a las otras quienes no pudieron salvar.

—Puedo intentar resucitarla—, sugirió la enorme bestia alada de un color platino.

—¿Y qué si las traemos de vuelta?—la vampiresa negaba con la cabeza. — Ainz Ooal Gown las matarán de un golpe otra vez.

—Perdóname—, se disculpó nuevamente el dragón. —Los subestime. Has perdido mucho por mi error.

—Todos perdimos algo, tenemos que seguir sin importar que.

—Cállense—, le dijo Keeno con una voz furiosa. —¿Ustedes que perdieron? ¿Un título? ¿Una armadura? ¡Yo perdí todas mis amigas!

   —Ya los sabemos, realmente lo sentimos—, Rigit trató de calmarla. —Estamos tratando de buscar soluciones.

   —La única solución qué hay—, Keeno se paró con una mirada decidida y una expresión sombría. —Es acabar con ellos. Matarlos.

   —Enana, esto es diferente—, la humana trató de convencerla. —Ellos son mucho más fuertes que los demonios que enfrentamos antes. Ahora solo quedamos tres. Ellos tienen ejércitos enteros.

   —¿Y qué? Somos más fuertes ahora de lo que éramos antes. Podemos atacar, podemos ganar.

  —Entiendo lo que sientes pero...

  —No, tiene razón—, interrumpió Tsaindorcus Vaision. —Hice un trato con la Teocracia.

   —¿¡Eh!?—preguntaron las dos con un salto.

   —¿¡Estas loco!?—le gritó la vampiresa.

   —Landfall—, le dijo el dragón. —Podemos ganar. Pero los necesitamos.

   —...

   La chica guardia silencio sin saber que contestar. Lo único que sabía de esa nación era que no sabía mucho. Pero tenían fuertes guerreros y objetos poderosos.
   ¿Pero sería suficiente?

   —Es nuestra mejor oportunidad—, intentó de nuevo el de platino.

   —No estoy dudando de ti—, la anciana se acarició la parte de atrás de la cabeza con un suspiro cansado. —Pero yo no confío en ellos.

   —Te matarían si pudieran, lo sabes.

   —Si, lo se.

   —¿Pero...?

   —Pero tú y yo sabemos que esta es la única forma.

El silencio reino en la sala. Sin embargo,  ellas no estaban convencidas.

—Si no hacemos algo—, dijo el dragón. —Se repetirá una segunda horda de Reyes de la codicia. Se que no estuvieron para cuando pasó... pero les aseguro que no fue agradable.

—¿Entonces qué? ¿Qué es lo que vamos a hacer? Seguramente lanzarte a matarlos resulta una excelente idea, ¿no? Te funciono muy bien la última vez—, una mirada asesina ataco a Rigit. —Perdona... Evileye, lo siento.

—Ya contacté con los cardinales. Vendrán dentro de poco para terminar el acuerdo. Lo que importa es que ellos desaparezcan. Es para proteger este mundo, como siempre lo he hecho.

Memorias del rey hechiceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora