Arthur

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Emilio

Joaco decidió pedir un servicio de transporte que lo regresara a casa, lo ayude a sacar su maleta y dejé un beso en su cien como despedida definitiva, él deposito uno en mi mejilla y sin mirarnos a los ojos ni una sola vez, subió al auto y se marchó, dejándome atrás, sacándome de su vida para siempre, suspiré pesado viendo desaparecer el auto ante mis ojos con el corazón latiendo a tope al ser consciente de lo que perdí, después de varias horas ahí parado sin moverme, subí a mi auto con el que llegamos juntos hasta aquí, ahora solo y maneje a casa de Tom para tomar las cosas que había decidido conservar, al hacerlo me encontré con aquella carta que me dieron hace días y no había leído, esperando porque lo hiciera en la mesa de entrada, así que la abrí y me senté en el sillón para hacerlo.

Emilio

A través de los años he conocido a Joaco muy bien, está lleno de bondad y de dolor por el pasado, por ti.

Los traje aquí porque no quiero que vivan con arrepentimientos, quizás están destinados a amarse y necesitaban recordar.

No sé si van a estar juntos, eso no lo sé y si no funciona lo extrañaras tanto que a penas podrás moverte, sentirás que no tienes propósito en la vida, una razón para seguir, pero no hay nada que hacer, sino esperar, esperar hasta que serenes.

Seguirás con tu vida y te llegarán regalos, yo estaba perdido cuando murió Clara, hasta que un niño llego a mi cochera, quiero que sepas que fuiste un regalo para mi y te lo agradezco.

Leer la carta de Tom movió muchos sentimientos dentro de mi, así que decidí salir a caminar un poco, no tenía un rumbo establecido, solo deje que mis pies siguieran su camino a donde quiera que fuera y por casualidad de la vida, hasta que me encontré frente a la tumba de Manu, cuando apareció Vero, al verme sonrío y se acerco a mí.

-Supe que volviste, vi las flores en la tumba de Manu- habló con una tranquilidad envidiable sin dejar de sonreír.

-No había podido hacerlo en mucho tiempo Vero- hablé cabizbajo metiendo mis manos en los bolsillos de mi chamarra.

-Recibimos el dinero- dijo mientras comenzábamos a caminar hacia la salida del lugar donde descansan los restos de mi primo -no tienes que enviarlo, no nos debes nada- frenó en seco volteando a verme.

-Ah ¿cómo sabes que yo lo envíe?- sonreí de lado volteando a verla.

-¿Quién sino tú?- soltó una pequeña risa volviendo a caminar negando con la cabeza suavemente -¿quién envía efectivo en el correo?- me miro burlona.

-Creo que supuse que si enviaba un cheque con mi nombre no lo cobrarías- me sincere volviendo mi vista al camino.

-Trataste de que no fuera contigo- sentí su mirada pesar en mi, así que voltee a verla -ambos lo hicimos, no fue tu culpa- negó con la cabeza más energéticamente que antes sin despegar sus ojos de los míos.

-Es solamente algo que vive en mi cabeza- aparté la vista llevándola hacia el suelo, pateando una pequeña piedra que había cerca de mi pie -lo recuerdo todo el tiempo- me detuvo tomándome del brazo, moviendo mi cuerpo en su dirección.

-Mírame- pidió pero no le hice caso -mírame Emilio- movió mi brazo para que lo hiciera pero no pude -tú no lo asesinaste- pude percibir que su voz sonó muy baja y el agarre de su mano se tenso un poco -ellos lo hicieron- se entrecortaron sus palabras así que tome valor y la mire.

-Y ahora a Arthur- negó con la cabeza bajando su vista al suelo.

-¿A que te refieres?- fruncí el ceño.

Una parte de miDonde viven las historias. Descúbrelo ahora