❖ Boku No Hero Academia, One shots con temática de Soulmate uwu.
❖ Vivirás la experiencia de ser el/la alma gemela de tus chicos favoritos (y/o chicas) de esta academia, y, si es posible, también los ajenos a U.A.
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Me despido de la manera más energética que puedo de mi mejor amiga mientras la puerta de su tren se cierra y finalmente tomamos caminos diferentes para ir a casa.
Dejo ir un suspiro, algo cansada por tener que estar sonriendo todo el rato. Es irritante fingir que no tienes la cabeza llena de problemas sin resolver mientras pasas el día "como cualquier otro".
Mi teléfono comienza a sonar y, reconociendo de quién se trata contesto sin ver siquiera.
— ¿Bueno?
— ¡(T/N)! ¿Ya vienes a casa?
Se me escapa una pequeña sonrisa al escuchar la voz de Denki, un híbrido que "adopté" cuando era muy chica. Lo encontré en la calle algo sucio y decidí llevarlo a casa para bañarlo, pero terminó quedándose 17 años (y contando).
— Sí, estoy de camino Kami —él hace un sonido ligero parecido a un aullido, emocionado—. ¿Cómo van las cosas entre mamá y papá?
— No muy bien, tu padre salió cerrando la puerta fuerte y tu madre lo siguió, se fueron hace unos 15 minutos.
— Gracias a dios no estarán en casa, no paran de pelear.
Mientras hablo con Kaminari, comienzo a caminar en dirección a mi hogar. No es una casa grande, de hecho no tiene ni siquiera un segundo piso, a menos que cuentes el tejado como uno.
El vecindario en el que vivo es también bastante pequeño, diría algo descuidado incluso. Los vecinos no son malas personas si sabes darle por su lado bueno, y es mucho mejor tenerlos de amigos que de enemigos (comprobado).
Cuelgo la llamada cuando me encuentro a unas casas, después de hablar de diferentes temas que, a decir verdad, no tienen relevancia.
Saludo a la señora con 3 gatos que vive al lado mío y ella me da una sonrisa de vuelta, moviendo la pata del gato al que acariciaba en esos momentos.
— ¡Llegué!
Cierro la puerta tan rápido como la abrí, apoyándome en ella y dejándome caer sentada al suelo. Kaminari aparece por la puerta de la cocina con un mantel puesto por encima de su ropa habitual.
— ¿Estás cansada? —pregunta, dirigiéndose hacia mí con una bandeja de galletas recién hechas en las manos—. Hice galletas.
— Se ven horribles —y era verdad, parecían más cuadradas que nada y las chispas de chocolate o eran inexistentes o tenían más que la misma masa—. Gracias.
