Nos Vemos en el Infierno

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Y finalmente llego mí día; más bien, mi último día.

Contemplaba a varias personas a través del espejo: la madre de Elena, un sacerdote cuyos susurros parecían traspasar el cristal y molestaban mis oídos,  dos testigos que no tenía ni la mas remota idea de quienes eran y ya.

Por el simple hecho de no estar atado a esta silla de metal, que aparte de apretarme fuertemente mis extremidades, también hacía que me ardiera el culo y la espalda, capaz me hubiese levantado y golpeado al sacerdote que ya me tenía las bolas hinchadas – a pesar del amarre a la silla. La señora Vickers, si, la madre de Lenz me miraba de una manera extraña, no logre descifrar su sentimiento: no estaba ni feliz, ni triste. Ni llena de rabia, ni una sola lágrima…parecía que estuviese completamente vacía.

Mientras tanto, yo, tuve una absoluta reminiscencia que viví las ultimas dos horas: esa conversación con la madre de Lenz….de hecho, fue lo primero que hice al levantarme: un guardia de seguridad me aviso la visita de alguien; en el acto supe de quien se trataba, puesto que el día del juicio ella me pidió conversación.

Luego de lo ocurrido con King Kong, hice el esfuerzo por dormir, lo logré al cabo de unas tres horas…

Lo cierto es que Nikari y Elena fueron las dos mujeres que estuvieron en mis sueños. Y no eran sueños para nada bonitos, ni tampoco feos: era como una especie de recopilación de: “lo mas valioso que Roger Stein ha tenido en su vida, pero que a la larga, la cagó” si, si al menos me hubiesen dado una cadena perpetua, hubiese escrito un libro bajo este nombre, si señor…pero no, no me dieron la cadena perpetua, me dieron la pena de muerte en acto inmediato. La justicia quería deshacerse de mí lo más rápido posible, así que aquí estoy.

Capaz, si escribía este libro (así fuese en las hojas de papel higiénico o en las servilletas) me iba a asegurar de que hubiese un poco de humor, después de todo soy un payaso…¿no?

-       Vamos sabandija, alguien quiere verte – grito el guardia, me senté desperezándome poco a poco

-       ¿Quién es? – pregunté con voz fría, luego, solté una risita pendeja

-       Una mujer – respondió- ya veras.

-       Ah, si – dije al recordar que Natalia, la madre de Lenz quería hablar por ultima vez conmigo.

Pensaba que tendríamos una pequeña sala de interrogatorios para charlar, pero no fue así: se trataba de una extensa fila de teléfonos protegidos por un cristal, para asegurar que las visitas no nos transfirieran cosas o nosotros intentáramos agredirlos….me senté en una de las tantas que había. Ella estaba ahí: algo expectante  por hablar conmigo

-       ¿Disfrutando sus últimas horas? – pregunto ella con amargura

Nunca Hables con ExtrañosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora