CAPÍTULO XXVI

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—Hola, señorita. Siéntese. —Mágicamente apareció una silla y mis piernas se flexionaron, sentándome repentinamente en la silla. —Tenemos que hablar. —Iba a pronunciar palabra, pero mi boca no se movía. Se inclinó. —Me llamo Lei. Un placer. —Su voz era ronca y vacía, era como si no sintiera nada. Pero me resultaba extrañamente familiar—¿Todavía no te has decidido, pequeña? El tiempo se agota...—¡Es la voz que sonaba siempre en mis sueños, pero ahora tiene forma! Lo malo era que me decía que decidiera, pero no sabía que debía decidir.

—Hermanito, creo que no nos hemos presentado bien. —Una chica hermosa con el pelo blanco y la piel de un vampiro se acercó. —Además, creo que no hemos sido muy específicos. Pero quiero que este sueño dure bastante, no nos solemos despertar muy a menudo. —Se acercó a mí con una sonrisa y me tocó el pelo. —Me presento, soy Hani, encantada.

—Hermanita, vuelve a tu habitación. Ahora no te necesito.

—Vamos hermanito, hace mucho que no me despierto. Hazme ese pequeño favor. —El chico tocó a la hermana y la hizo desaparecer. —No la necesito. —Se acercó a mi. —Tienes que elegir entre el bien o el mal, pero no consigues decidirte. Eso no nos ayuda, queremos salir ya. —Paró de hablar y suspiro. —Sigues sin entenderlo ¿eh? Entonces seré más claro. En ti se encuentra un espíritu, él cual ya conoces y sabes su nombre, que te puede destruir y te puede salvar. —¡¿Pero que está diciendo este tío?! —Pero deberás elegir entre la destrucción y la salvación. —Volví a intentar a hablar pero me fue imposible. —No te dejare descifrarlo tan fácilmente, necesitamos saber si eres la indicada. Pero debes hacerlo rápido, no te queda mucho. En cuanto un ser nuevo entre, tú morirás.

Con esas palabras todo se volvió negro y me desperté en un espacio negro. Había dos esencias delante de mí. Una blanca y una negra. Me recordaba a los hermanos. Las esencias se acercaron a mi y se metieron una en cada muñeca. Las mire y dos símbolos se dibujaron. Luego unos dolores indescriptibles me recorrieron y me desperté. Me mire las muñecas, por suerte no había nada. Respire hondo y me levanté. Un dolor de cabeza y unas voces dolorosas me lo impidieron. Horus, Horus está aquí.

—¡Horus! —La cabeza me estaba por explotar y me costaba hablar. Horus entró en la habitación casi tirando la puerta abajo.

—¿Que pasa?

—Mi...cabeza...—Tenía las manos en la cabeza y estaba a punto de gritar de dolor. —Es...como en...la...piedra...—¡Que pare ya! Horus se echó en la cama y me rodeo con los brazos.

—De acuerdo, pensaré en al...¡Anubis!¡Él lo paró la última vez! Ahora vuelvo.

—Por favor, date prisa...—No iba a aguantar mucho. Solamente oía gritos.

Horus salió pitando de la habitación. Me estaba doliendo mucho la cabeza, nunca me había pasado. No podía buscar una solución, no podía ni pensar en algo. Los segundos me parecían minutos. Horus...Anubis... Horus entró hiperventilando con Anubis por detrás. Anubis se tiró hacia mis brazos y me cogió con las dos manos. Mi dolor de cabeza comenzó a bajar, pero los ruidos no paraban.

—¿Mejor?

—Si, pero las voces siguen ahí...

—Son muy fuertes y no quieren irse. Necesito algo para sacarlos de ti, pero es como si vinieran de tu interior. —Se me paró el corazón. Comencé a marearme. —Isis, por lo que más quieras no te duermas...—Era imposible, los párpados me pesaban y me faltaba el aire.

—¡Isis, escuchame!

—N-no puedo...el...aire...—Horus se acercó a mí y me beso. Soplo y me paso algo de aire. Pero me seguía durmiendo y no sabía porque. Me mire las muñecas, los símbolos habían aparecido pero los chicos no parecían verlo. —Las muñecas...tienen...

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