25- Peligros.

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April

No lo podía creer, esa mujer no dejaba de sorprenderme y ganarse mi odio, ¿cómo había sido capaz de hacerle eso a mi papá? Él no merecía tal cosa, lo de ellos dos fue una aventura y yo un accidente, mi padre nunca la amó y ella lo tenía claro, pero a pesar de eso mi papá siempre se hizo cargo de mí, muchos años no estuve junto a él porque no tenía tiempo, Jackson estaba enfermo y debía cuidarlo. Pero eso ya había pasado, papá y yo éramos muy unidos y lo que menos quería era que le pasara algo malo.

—Amor, tranquila —estábamos sentados a fuera de la estación de policía—. Toma —Bastián me dio una botella de agua y una pastilla, una de las que Carl me había recetado.

—Cada día que pasa la odio más —me tomé la pastilla de mala gana—. Estoy harta, lo que más deseo ahora es que esa mujer desaparezca de nuestras vidas, ya no aguanto más —empecé a llorar de pura rabia.

—Lo sé...

—¡No! Nadie tiene una mínima idea de lo que siento, la misma mujer que me dio la vida me la está destruyendo —me puse de pie y me sujete el cabello con ambas manos.

Sentía que mi cabeza iba a reventar, mi respiración estaba acelerada, me dolía el pecho, pero más me dolía estar viviendo eso. Mi vida era lo más cercano a la perfección que podía conocer, tenía una hermosa familia, pasábamos por altos y bajos, pero estábamos juntos, superábamos cada obstáculo, pero eso era diferente, era más complicado y tenía miedo. Tenía miedo, mucho miedo de perderlo todo.

—¡Ap! —escuché el grito de Bastián, pero ya era tarde, mis piernas no soportaron más el peso de mi cuerpo y caí al piso.

Vi correr a Bastián hacia mí, pero antes de que llegara hasta donde estaba, perdí el conocimiento.






Escuché unos sollozos y abrí los ojos, sentado a mi lado, con su frente recostada a mi mano sobre la cama, estaba Bastián. Mi esposo estaba llorando y eso me partía el corazón.

—¿Qué debo hacer para que estés bien? ¿Qué debo hacer para que todo esto acabe? Si te pasa algo yo me muero, no puedo vivir sin ti —tenía un tuvo en mi boca y no podía hablar, así que apreté su mano. El levantó la mirada y me vio—. ¡Oh, amor! —se levantó y besó mi frente—. Dios, tuve tanto miedo, yo... —empezó a llorar mucho más que antes—. Tienes que dejar de... No te quiero perder mi amor, tengo mucho miedo de perderte, yo no puedo estar sin ti —apreté su mano.

Yo también estaba llorando, quería decirle que iba a ser fuerte, que iba a poder, que no los iba a dejar, que yo tampoco podría vivir sin él, pero no pude, así que limite a intentar transmitirle mis sentimientos a través de apretones de mano y miradas cristalizadas, porque no podía parar de llorar.

Presionó un botón en la cama y un rato después llegó un doctor y una enfermera, le pidieron salir a Bastián y sacaron el tuvo de mi boca, sentí horrible y tenía mucha sed. La enfermera me dio agua y pude hacerle una pregunta al doctor.

—¿Cuánto tiempo... tengo aquí? —él me vio.

—Dos días —cerré los ojos. Dos días, dos días sin ver a mis hijos, sin estar con ellos—. Déjeme decirle que es un milagro que esté tan bien después de haber tenido un pre infarto, a su edad no es algo común, pero hablé con su doctor y me puso al día de su condición —asentí—. Lo que usted necesita ahora es descansar y alejarse de todos los problemas, porque ahora fue un pre infarto, pero la próxima puede ser un infarto fulminante.

Escucharlo decirme eso me hizo reaccionar: si seguía estresada dejando que todo lo que esa mujer hacía me afectara como lo estaba haciendo, le iba a dar el gusto de acabar con mi vida, de impedirme ver crecer a mis hijos, envejecer al lado de mi esposo. No, no le daría ese gusto.

Pequeños West II [West#2.5]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora