3- Sustos y recuerdos.

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April

Mientras Bastián estaba haciendo fila para pagar, yo me quedé viendo unos osos de peluche en el supermercado, eran enormes y me habría encantado comprarlo para los niños, se acercaba navidad y el cumpleaños de Bradley y nuestro primer aniversario de bodas. Busqué a Bastián y fruncí el ceño al ver y escuchar lo que estaba pasando con él y la cajera, una adolescente.

—¿En serio? —le preguntó mi esposo.

—Sí, ¿quieres fresa? —Bastián ladeó la cabeza.

—Prefiero la menta —sonrió y la chica le dio un chicle—. Gracias —me acerqué a él y le quité el chicle de la mano, la chica y Bastián me vieron sorprendidos.

—Gracias... —leí el nombre en su playera—, Iris —sonreí—, me encanta la menta —quité el envoltorio del chicle y lo metí en mi boca.

—Ladrona —Bastián negó.

—Oye, ¿qué me darás para nuestro primer aniversario de bodas? —puse mi mano en su hombro.

—Confórmate con el chicle que me robaste —me aleje y lo vi mal.

—Que tacaño eres, ese chicle te lo dio Iris —señalé a la chica que seguía viéndolo embobada. Me ignoró y se quedó viendo las compras.

—Mierda, olvidamos los pañales de Brendan y la comida de Mickey. Voy a ir por ello, espérame acá —asentí.

Cuando la chica y yo estuvimos solas noté que tenía ganas de decirme algo, pero no se atrevía, así que me adelanté a decirlo yo:

—Es guapo —bajó la mirada—. Relájate, a veces me pasa eso, él aparece siendo tan perfecto y yo tan tonta dispuesta a darle todo —sonrió—. Pero a pesar de eso, no es perfecto —rodé los ojos—. Es demasiado terco, sobreprotector y es tan relajado que lo odio, en lugar de seguirme las discusiones me ignora.

—A mí me parece perfecto —lanzó una carcajada.

—Bien, te cambio a mi esposo por un oso de peluche.

—¿Tan poquito valgo? —Bastián apareció por detrás.

—Quiero uno de los osos grandes, esos cuestan más —ladeó la cabeza y asintió.

—Nada mal.

Terminamos de pagar y nos despedimos de la chica que seguía embobada con el tonto de mi esposo. 

—Ni siquiera sé qué te ven —le dije cuando iba conduciendo a la casa.

—Lo mismo que tú —sonrió y fruncí el ceño.

—No lo creo —mordí mi labio inferior y lo vi de pies a cabeza—. Eso no está a la vista —sonrió.

—April, diablos, cálmate, no hay lugar dónde pueda estacionarme —lancé una carcajada y él puso su mano en mi pierna.

Dejó el auto en el garaje y entramos a la casa con las compras, al hacerlo fruncí el ceño porque estaba todo oscuro.

—¡Papá! —grité sin mover un sólo músculo, estando mi papá con los niños sólo significaba tener el piso cubierto de juguetes y no quería romper alguno de mis huesos con una caída provocada por ellos—. Papá, ¿dónde est...? —un estruendo muy cerca de mí me interrumpió.

—¡Mierda! —Bastián se quejó—. Maldito tren de juguete —escuché como lanzó el tren y luego como se rompió algo de cristal.

—¿Eres idiota o qué, West? Ya rompiste algo, tarado.

—Malditos juguetes, no les compraré más —se quedó callado y todo volvió a quedarse en silencio—. Ap... ¿me tocaste la pierna?

—Estoy en el mismo lugar de antes.

Pequeños West II [West#2.5]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora