Capítulo 3

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Aunque la tarde era corta, daba para mucho. Ese día a Ana le tocaba ir a buscar a su hija al fútbol, como casi cada martes. Su hija era una apasionada de ese deporte, desde antes de andar ya iba detrás de la pelota y cuándo aprendió a hablar, no calló hasta que la apuntaron al equipo del barrio.

A Ana le gustaba llegar un poco antes y ver a su hija jugar un rato, aunque tampoco no mucho, porque más de 15 minutos se le hacía pesado. La verdad es que, aunque llevaba más de 10 años recorriéndose todos los campos de fútbol de la provincia, aún no se había aprendido ni las normas más básicas de ese deporte, y dudaba hacerlo en algún momento. Y a Naira también le gustaba que alguna de sus madres la fuese a ver, o al menos hasta hacía unos meses.

Lo cierto es que tanto ella como su melliza estaban ya en plena adolescencia y eso, aunque era un trago por el que todos tenían que pasar, les estaba pasando más factura de la cuenta. Quizás por qué eran dos a la vez, quizás porque sus madres estaban más susceptibles, pero toda la casa estaba harta de ese par. Pero al menos, mientras jugaba al fútbol, era feliz, y su madre también, con tal de verla a ella feliz.

Naira era la hater por excelencia de la casa. Para ella siempre había algo que criticar, con lo que estar disconforme o por lo que enfadarse. Ella siempre había sido así, pero ahora, su nivel de odio se había multiplicado y tenía aún más objeciones a cada palabra que sus madres decían. Por suerte, sus madres sabían que tenía buen fondo, y era una niña que, por muy enfadada que estuviese con alguno de sus hermanos, si tenían un problema era la primera que estaba allí para ayudar.

- ¡Gol! -rompió Ana en aplausos alabando a su hija.

Aunque solo era un entrenamiento, ella saltaba de alegría mientras su hija la miraba desde el campo con sus ojos fuera de órbita porque la estaba avergonzando delante de sus compañeras de equipo y lo que era peor, delante de las chicas mayores que estaban entrenando al otro lado del campo.

Ana, al darse cuenta, volvió a sentarse en las gradas y sacó su móvil, en ese momento preferiría hablar con alguno de los padres, pero lo cierto es que era la única que asistía a los entrenamientos. Los demás padres ya solo se limitaban a pasar con el coche y recoger a sus hijas. Y fue entonces cuando pensó que, quizás, su hija tenía razón y debía dejar de ejercer de madre animadora.

Aprovechó para repasar su correo, aunque hacía tiempo ya se había prometido que nada de trabajo fuera de la Universidad, a veces pecaba y lo hacía, pero solo en momentos dónde no tenía nada mejor que hacer. Tenía la bandeja de entrada que echaba humo, a principio de curso había un montón de dudas que saltaban de los alumnos y a ella, le encantaba responder a esos correos. Algunos le hacían gracia, sobretodo los de los alumnos de primer curso que se mostraban asustadizos por la inmensidad de la Universidad.

- ¡Mamá! -gritó Naira a su madre desde debajo de las gradas.

Aunque pudiera parecer extraño, Naira era la única que no llamaba mami a Ana. Para poder diferenciar a las madres, ya desde hacía muchos años, se había asignado el papel de mami a Ana y el de mamá a Mimi, fue algo que salió con naturalidad de la hija mayor y así se había establecido para el resto de hermanos, menos para ella. Para Naira era demasiado cursi llamar mami a su madre así que no hacía distinción entre ambas, lo cuál, como era evidente, provocaba confusiones a menudo.

- Voy -dijo la morena guardando su móvil- ¿Que tal mi niña? -continuó Ana besuqueando a su hija.

- Ay, para -se quejó la niña.

- ¿El pelo mojado? -dijo cogiendo uno de sus mechones oscuros- Te vas a resfriar -le advirtió su madre.

- Que no mamá -le replicó, como siempre.

Nueve y medio | ‪WARMIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora