Capítulo 7

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- En la ca-lle-lle veinticua-tro-tro, ha sucedi-do-do -cantó Inés mientras jugaba a chocar las manos con su madre- ¡No mamá mal! -dijo cortando por énesima vez la canción y cruzándose de brazos enfadada mientras miraba mal a la rubia.

Tres años y medio eran pocos para saber con seguridad cuál era la personalidad de la sépitma hija de la familia Guerra-Doblas. Lo único que tenía claro en ese momento Mimi es que su hija tenía muy poca paciencia y muy mal genio, pero eso tampoco le sorprendia, porque últimamente en esa casa nadie estaba de buen humor.

Desde que nació Inés, todos los ojos fueron para ella, y en ese momento lo que más preocupaba era que con la llegada del octavo miembro estallase en un ataque de celos, tal y como pasó con Lola cuando nació ella. De hecho, hasta hacía bien poco, Lola no la podía ni ver, pero desde que comenzó el colegio empezaron a acortar distancias, y suerte que fue así, porque la pequeña solo quería jugar con ella y no hacía más que acercarse a lo que la mayor respondía con empujones o tirones de pelo.

- Ay hija si es que cada vez lo haces de una forma distinta -se quejó Mimi, ya desesperada de no conseguir que la pequeña estuviese satisfecha con sus habilidades a la hora de jugar a las palmas.

Ambas llevaban un buen rato sentadas en la alfombra del salón de casa intentando jugar a ese maldito juego, pero lo cierto es que tanto una como la otra estaban ya hartas de la cancioncita y las palmas, aún así Inés seguía insistiendo en jugar ya que era muy cabezota y quería hacerlo bien, por lo menos una vez.

- Así mamá -le explicó de nuevo la pequeña- sucedi-do-do -dijo poniendo mucha énfasis en sus movimientos de brazos y manos.

- Vale, vale -dijo Mimi posicionándose para empezar de nuevo.

- En la ca-lle-lle veinticua-tro-tro, ha sucedi-do-do un asesina-to-to, una vieja-ja mató un ga-to-to, con la pun-ta-ta del zapato-to -cantó finalmente y de una vez por todas Inés mientras chocaba las palmas con su madre, harta de paciencia- Pobre vieja, pobre gato, pobre punta del zapato -terminó la canción por primera vez en toda la tarde.

Mimi rompió en aplausos en un intento de convencer a su hija de que lo habían hecho estupendamente, aunque la cara de la niña demostraba todo lo contrario. A esas alturas, Inés ya estaba cansada del juego, y de nada había servido el esfuerzo y la paciencia de la rubia, porque ya no le hizo ningún tipo de ilusión haberlo logrado.

- ¿Ahora? -le preguntó su madre al ver que no decía nada.

- Bueno... -dijo nada convencida.

- ¿Jugamos a otra cosa? -le propusó Mimi que estaba deseando con todas sus fuerzas hacer algo menos complicado, o por lo menos, algo en lo que su hija fuese menos exigente con ella.

- ¿A qué? -preguntó su hija que también quería hacer otra cosa pero no sabía el que.

- ¿Cosquillas? -dijo Mimi lanzándose sobre la pequeña y empezando a revolver sus dedos en la barriga de la pequeña.

- No -dijo Inés riendo a carcajadas mientras se revolvía por la alfombra del salón- ¡Ayuda!

A la rubia siempre le había gustado hacer cosquillas a sus hijos, moría de ternura al verlos reír a carcajas, ese sonido tan tierno y tan único parecía que le daba años de vida. En pocos segundos, ambas quedaron bocarriba agotadas muriendo de la risa, y la pequeña, cuando recuperó un poco el aliento, se tiró encima de Mimi para devolvérsela.

- No, no, allí no que me meo de la risa -le dijo Mimi a la niña mientras esta reía a carcajadas y se tirba encima suyo de la forma más brusca posible- Para, para -le pedía mientras intentaba aguantarse la risa sin ningún tipo de éxito cuando la pequeña caía al lado suyo, riendo a carcajadas.

Nueve y medio | ‪WARMIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora