43. Muerto

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-No quiero que ningún otro ayude, -dijo Harry en voz alta, y en el silencio absoluto su voz sonó como la llamada de una trompeta-. Así es como debe ser. Tengo que ser yo.

Voldemort siseó.

-Potter no quiere decir eso, -dijo, sus ojos rojos estaban abiertos de par en par-. Así no es como funciona, ¿verdad? ¿A quién vas a utilizar como escudo hoy, Potter? ¿A tu chica sangre sucia?

-A nadie, -dijo Harry simplemente-. No hay más Horrocruxes. Solos tú y y yo. Ninguno puede vivir mientras el otro sobreviva, y uno de nosotros está a punto de desaparecer para siempre.

-¿Uno de nosotros? -se burló Voldemort, y todo su cuerpo estaba tenso y sus ojos rojos fijos, una serpiente a punto de atacar-. ¿Crees que serás tú, eh, el chico que ha sobrevivido por accidente, y porque Dumbledore tiraba de sus cuerdas?

-¿Fue un accidente, cuando me salvó mi madre? -preguntó Harry. Se movian lentamente de lado, ambos, en un círculo perfecto, manteniendo la misma distancia el uno del otro-. ¿Accidente, cuando decidí luchar en ese cementerio? ¿Accidente, que no me defendiera esta noche, y aún así sobreviviera, y volviera para luchar?

-¡Accidentes! -gritó Voldemort, pero aún así no atacaba, y la multitud de observadores estaba congelada, como petrificados, y los cientos de personas del Vestibulo, nadie parecía respirar excepto ellos dos-. Accidente y casualidades y el hecho de que te escondes y gimoteas tras las faldas de grandes hombres y mujeres, ¡y me permites matarles en tu lugar!

-No matarás a nadie más esta noche, -dijo Harry mientras giraban, y se miraban directamente a los ojos, verde contra rojo-. No podrás volver a matar nunca a ninguno de ellos. ¿No lo entiendes? Estaba preparado para morir para evitar que hicieras daño a esta gente...

-¡Pero no lo hiciste!

-...tenía intención de hacerlo, y eso es lo que cuenta. Hice lo que hizo mi madre. Protegerles de ti. ¿No has notado como ninguno de los hechizos que les has lanzado les han tocado? No puedes torturarles. No puedes tocarles. No has aprendido de tus errores, Riddle, ¿verdad?

-Te atreves...

-Sí, me atrevo -dijo Harry-. Sé cosas que tú no sabes, Tom Riddle. Sé un montón de cosas que tú no. ¿Quieres oir algunas, antes de cometer otro gran error?

Voldemort no habló, pero rondaba en circulos.

-¿El amor de nuevo? -dijo Voldemort, su cara de serpiente se burlaba-. La solución favorita de Dumbledore, que él afirmaba conquistaba a la muerte, aunque el amor no evitó que cayera de la torre y se rompiera como un muñeco de cera vieja. Amor, que no evitó que aplastara a tu madre sangre sucia como a una cucaracha, Potter... y nadie parece amarte a ti lo suficiente como para adelantarse estaba vez e interceptar mi maldición.

-¿Quién dice que no? -gritó Annie con rabia intentando avanzar. Los brazos de Blaise se lo impidieron. Volemort la ignoró.

-¿Qué evitará entonces que mueras esta vez cuando ataque?

-Solo una cosa -dijo Harry, y siguieron rodeándose el uno al otro, absortos el uno en el otro, separados solo por el último secreto.

-Si no es el amor lo que te salvará esta vez, -dijo Voldemort- debes creer que tienes una magia que yo no tengo, o alguna otra cosa, ¿un arma más poderasa que la mía?

-Las dos cosas, creo -dijo Harry, y vio el destello de sorpresa cruzar la cara de serpiente, aunque se disipó instantáneamente. Voldemort empezó a reir, y el sonido fue más aterrador que sus gritos, enloquecido y sin humor, y resonó a través del silencioso Salón.

Annie y las Reliquias de la MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora