Mocoso

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Huyó como un pequeño gatito asustado, simplemente se levantó dejándome en el suelo y retrocedió con expresión impactada. No obstante, tras tomarse unos minutos en los que no me atreví a abrir la boca; sacó un pequeño frasco del bolsillo interior de la chaqueta de la escuela. Lo vi acercarse, destapó el pomito de forma cilíndrica e interior transparente y, sin preguntar o sin esperar que me apartara, simplemente roció el líquido en la curva de mi cuello y también, para mi vergüenza, sobre la superficie del pantalón, en la zona del interior de mis muslos.

No tuve que preguntar, el olor llegó a mis fosas nasales por sí solo y mi desarrollado sistema olfativo me dio la respuesta. Un olor masculino y fuerte a café, que por sí solo era insoportable a la par de desagradable pero... Pasado un rato, en el aire se mezcló el nuevo amargo café con mi propia fragancia, el dulzor de una leche calentita y galletas de jengibre.

Mándenme al psiquiatra, pero estuve muchas veces planteándome comerme a mí mismo.

Se colocó el frasco justo donde estaba y satisfecho con el resultado se dio la vuelta para retirarse. No dijo una palabra más, pero yo tampoco. Tae no era mi amigo, mi compañero o aliado; la supuesta tregua nació de mi atrevimiento, y acabó con la llegada de mi razón.

Aún tembloroso de piernas me incorporé y empapé mis palmas con agua fría para pasarlas de mi rostro a mi cabello hasta dejarlo parado en puntas.

«Muy bien, Jungkook, ya terminaste con el jefe, ahora todo será más fácil... Espero»

Y lo fue, el primer día todos se me acercaron con caras burlonas pero apenas a estar unos metros de distancia sus rostros cambiaban en demasía y retrocedían sin más, comentando lo suyo.

Ñe, realmente me daba igual. Mientras no se metieran conmigo pues todos felices.

Pasó el día sin más dramas, mi "madre" no me regañó por las ondas que me faltaban en el pelo ni la escasez de brillo labial, que, a pesar de ello, algo en mi cuerpo mantuvo mis labios extrañamente rosas.

En fin, Omega.

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Agradecido con el de arriba estuve cuando pude recuperar mi puesto en aquella clase. Atrás, a la altura perfecta para observar a los sucios mundanos por debajo de mis narices y sin la constante molestia de sus olores torturándome el sistema. Me acomodé restregando de izquierda a derecha el trasero en el asiento e indiferente continué sorbiendo de mi juguito de plátano. En la mañana de aquel día, tras comprobar que el olor a café seguía impregnado, también me sentí feliz de saber que era ese delicioso aroma el que los mantenía alejados.

No me explicaba el por qué, pero lo aproveché a lo grande.

Estudiaba a las personas a mi alrededor como no hice al llegar y mi mirada no se tornó diferente hasta chocar con mi compañía de asiento.

Durante unos diez segundos me mantuve sorbiendo del absorvente, atrapado en un estado de estupefacción total y haciéndome con la presencia del chico a mi lado.

Cabello negro azabache tan desorganizado y precioso como lo recordaba, el piercing atravesando la piel del exterior de la ceja derecha, apenas una barrita negra brillante y amenazadora. Unos ojos recios y tan negros como el vacío mismo, pero con las luces jugueteando en ellos. Mantenía la misma mueca despectiva que recordaba, sus preciosos labios perfectos arrugados en un mohín precioso y... ¿Dije ya que era precioso?

De pronto, los ojos que antes repasaba en mi cabeza como escritor que revisaba diez veces su ensayo, se quedaron fijos en los míos.

¿El resultado? Que suerte que la conquista siempre ha sido lo mío.

Los cables de mi cerebro se entrecruzaron y en lugar del jugo de plátano descender tranquilamente por mi garganta, ascendió con fuerza hasta salir disparado a chorros por mi nariz.

«Soy un crack, lo sé»

A pesar del asqueroso ruido del líquido expulsado por mis agujeros nasales nadie se fijó en mi persona, la mesa frente a mí, objetivo al que "apunté" con tal de no llenar de jugo/moco a lo más cercano que tenía a un crush, acabó salpicada sin remedio.

Agarré mi nariz con los dedos presionando en un estúpido intento por minimizar el dolor. Escocía.

Un toquecito en el hombro me llamó la atención a mi derecha y al mirar con reticencia encontré un pañuelo. Su mano de dedos largos y flacuchos me extendió la tela con casi indiferencia y yo, a rebosar de rojo, la tomé con la mano que no cubría mi nariz. Lloriqueé por lo bajo un poco pero acabé recibiendo con gran agrado la tela tibia y suave en la parte superior de mis labios; cerré los ojos unos segundos para inconscientemente disfrutar del tenue olor a menta que esta desprendía.

Abrí los ojos con lentitud, ignorando lo que antes era un interesante juego de sumisión por las cabezas debajo de la mía, para enfocarlos en el chico pálido a mi lado, que, ajeno a las burlas que bien podría darme, se quedó quieto con la barbilla descansando plácidamente sobre su mano.

—Un día de estos morirás, Jeon.

La voz salió tan ronca como recordaba, un maullido bajo, un ronroneo que me hizo temblar. Sus palabras me acariciaron la audición y por un breve momento, me sentí en casa.

—¿Y... Yoongi? ¿E... Eres mi Yoongi?

La comisura de su labio se levantó y me miró por el rabillo del ojo. La sonrisa pensarán que es poca cosa, pero contrario a toda opinión, para mí era la sonrisa más bienvenida del mundo.

—Mírate como me llamas tu Yoongi.

Aparté el pañuelo para hablar con más claridad, el corazón golpeándome la caja torácica.

—Eres tú... Joder eres tú.

Su sonrisa creció, se giró en el asiento para abrirme los brazos y aguardar.

—¿Me extrañaste, mocoso?

Against My Nature [Taekook]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora