Más que morros enojados

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La bufanda de hilos rojos en medio de la persecución ascendió hasta mi nariz y no sé qué era peor, tener que jadear aquel aire congelado o no poder hacerlo. Acabé trastabillando a la entrada del edificio mientras, desesperado, halaba dicha prenda hacia el lugar que le correspondía.

—Estoy aquí, estoy vivo... Aunque no por mucho.

Con manos temblorosas revisé en mi celular la dirección una vez más, a la par que ignoré las llamadas perdidas de mi madre, tal vez para enterarse de la ubicación de su hijo a las diez de la noche.

Siempre he sido un niño rata. De alguna forma u otra, en ese momento pude comprobar que el transporte público no estaba hecho para personas apuradas; nadar contra la corriente era tan pesado como correr en dirección contraria al viento invernal; los de la escuela eran unos chismosos por tener publicada la dirección del alumnado en el muro; las bufandas servían para armas mortales y gritarle a una ancianita no era un bonito gesto. Además, el elevador es algo que necesitaba todo edificio en el mundo. Aquel en especial.

Suspiré como quien tomaba su última inhalación antes de tocar el timbre y esperé soplándome los guantes a que alguien me atiendese.

Tenía un hambre que no me dejaba ver pero por lo visto sí hablar, ¿por qué mi consciencia era tan parlanchina? No me dejaba descansar los oídos interiores; suerte mi voz es hermosa porque ciertamente sería para darse un ti...

—¿Vas a pasar ahí toda la noche? ¿Te gusta el color de la pared, acaso? ¿Le pinto un monito?

Parpadeé confundido y miré en dirección a la voz que interrumpió mi verborrea interior. Segundos después reparé en el chico alto con el cabello desordenado y largo hasta acariciar su cuello y orejas al igual del tope de sus ojos; hermosos ojos marrones que se tornaban rojizos en algunas miradas perdidas. Su mueca enojada me hizo retroceder y abrir la boca repetidas veces.

—Eh, ah, yo, pues, ya sabes...

— Tres horas Jeon, diez de la noche ¿Qué mierda haces aquí?

Tragué con fuerza mirando sus pies desnudos.

—Prefería que dijeras: Tres horas tarde, Jeon. A que dijeras: Han pasado más de doce horas y en doce más tu cadáver aparecerá en las noticias...

Acabé hablando con un tono bajito y estúpido, tal vez se apiadase de mí. No se podía ser tan despiadado, ¿no?

Corroboré al regresar la mirada a su rostro que el ceño continuana horriblemente fruncido, rápido cubrí mis orejas con las palmas de mis manos.

—¿Qué se supone que estás haciendo?

—Mi mamá me miraba justo así cuando me quería halar de las orejas, no es por nada pero apenas me las siento ahora mismo, capaz te quedes con ellas entre los dedos y luego yo...

— Por todos los cielos ¿Si te dejo entrar te callas?

Mira que le gustaba interrumpirme a media frase al muy bruto.

—Momentáneamente, sí.

Se hizo a un lado y me dejó espacio para colocar los zapatos llenos de nieve —primera nevada—, junto a la puerta, adentré mis pies congelados en las cálidas pantuflas que debía buscar.

«Por lo visto no recibe muchas visitas» observé.

— ¿Quieres café?

Arrugué la nariz desde el asiento acolchonado en el que me encontraba.

— ¿No tienes chocolate?

Sus comisuras se arrugaron y el gesto fue como un botón que me hizo sacudir la cabeza con una sonrisa tensa.

— Café es perfecto, gracias...

— Bien.

Mis dedos tamborileaban sobre mis muslos y, aprovechando que estaba de espaldas, susurré—: Con leche por favor... Mucha leche.

La situación era graciosa, hay que aceptarlo.

— Eres un puto bebé sea como sea.

«Iris in piti bibí

No me conoces chico rudo, soy todo un macho»

Bien, esa frase estuvo perfectamente equilibrada, Jeon. Ahora solo falta que abras la boca y la digas.

...

¿Para quedarme sin bebida caliente? Ni de joda, tenía hambre y frío. Mi orgullo no dolía tanto como eso.

Exploré con mi mirada la estancia. El apartamento era muy pequeño, demasiado para guardar una familia cómodamente; al alcance de mi vista tenía la sala de estar, lo primero con lo que te topabas al cruzar la puerta, un par de butacas y un pequeño televisor; había un pasillito a la derecha, fuera de mi rango de visión, por el que Tae acababa de desaparecer. Este debía desembocar en el baño, la cocina y una habitación, dos a lo máximo. Las paredes eran de un verde limón y las butacas carmelitas. Apostaba a que el apartamento estaba así desde un inicio...

Según mi primera impresión, Tae no tenía contacto con su familia, no había ningún nombre o número secundario al que llamar en emergencias, lo cual no me explicaba cuando Tae era menor de edad.

— Jeon, ven aquí.

Sufrí un ligero sobresalto al escucharlo llamarme y no tardé más de dos segundos en ponerme de pie.

— C... Claro.

La cocina era la única que no necesitaba del acceso a una puerta, tenía por entrada un diminuto arco y dos individuos eran lo único que podía acoger.

— ¿Estabas durmiendo cuando llegué?

Pregunté en voz baja como si tuviera miedo de romper la paz de su silencio y el agua hirviendo. Adoptó la posición de siempre, brazos cruzados encima del pecho y la parte baja de la espalda apoyada en la encimera, la única diferencia eran sus piernas cómodamente superpuestas, la derecha sobre la izquierda.

— No, realmente.

— ¿Puedo preguntar en qué te entretenías?

Negó con la cabeza y alzó la misma con una diminuta sonrisa de comisuras arrugadas.

— No aún, Jeon. Algún día lo verás.

Asentí lentamente, nutriéndome con verlo moverse por el espacio, tanteando entre la encimera que quedaba a su derecha e izquierda. Observé como agregababa cucharadas de algo que distinguí como chocolate espeso al agua hirviendo y con el tiempo se convirtió en una especie de natilla.

— Woah, huele delicioso.

Se encogió de hombros removiendo por última vez con la cuchara.

— Soy más que morros enojados, Jeon.

Eso removió algo en mi pecho, pero en lugar de retroceder o avergonzarme, sonreí en su dirección.

— Eso veo, Taehyung.

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Maratón: 1/?

Against My Nature [Taekook]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora