Capítulo 28: Una sociedad de mierda y hermanos solo de sangre.

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ARES

Me pesaba la conciencia como nunca antes, me encontraba entre la espada y la pared. Los nervios me carcomían por dentro, y comenzaba a crear cierto sentimiento posesivo que no me gustaba para nada. Desde aquella vez que se había quedado dormida abrazada a mi en el suelo de su habitación, parecía como si todo se tratara de ella, nada de lo que hacía me interesaba, y tampoco tenía muchas ganas de socializar con más personas que no fueran ella. Me partía la cabeza pensar en la idea de que no era mi novia y ya estaba desarrollando algún tipo de cariño enfermizo por la chica. 

Y esta vez, no me alejé. No tuve la decencia de ser el maduro de los dos y hablar en bueno términos sobre nuestra situación. 

Incluso ahora, no podía dejar de sentir celos, celos de que anduviera con el mismo chico que andaba perdido por ella no hace mucho. El maldito Cole, parecía que a todos lados donde mirara aparecía el idiota para andar de perrito faldero con Sophia, y cuando yo me acercaba, ella no demostraba ningún signo de que fuera siquiera un poco más importante que él. Ahora, el concurso de miradas mordaces que se perdía la pequeña chica a mi lado eran inolvidables. Él quería que me alejara, y yo me quedaba allí, justo al lado de ella con los brazos cruzados sobre el pecho.

—¿Estás bien?— me preguntó Sophia mientras salíamos casi corriendo del edificio— Te noto algo estresado.— Caminaba dando saltitos para darme alcance, mientras yo iba enfurecido con la vida. 

—No, no tengo motivo para estarlo— le contesté secamente, pero era más una manera de autoconvencerme que de atacarla. 

—Bien... Estás sensible, lo entiendo— susurró y me tomó los dedos para poder agarrar mi mano, ya que iba detrás mío y no me daba cuenta de lo rápido que la estaba haciendo caminar. 

Con ese simple gesto tierno, me tenía babeando, así que hice más lento el paso y dejé que me tomara la mano. Nunca había vivido la experiencia tan estúpida de sostener la mano de una chica que te gusta, pero me doy cuenta de lo increíblemente íntimo que me resulta, podría decir que es un gesto que es hasta más personal que el mismo sexo, a pesar de que en este es la persona y tu como vinieron al mundo y en su aspecto más vulnerable. Pero hay algo en la manera en la que me toma la mano que me hace sentir como si fuera un gesto íntimo, algo que no hace con todos.

—¿Me estás escuchando, Ares?— me pregunta mirándome desde su altura. 

—No, lo siento, tengo la cabeza en cualquier lado— le sonrío con arrepentimiento. 

—Te estaba diciendo que falta poco para el cumpleaños de Katherine y que pensaba hacer una fiesta de disfraces, en una de las hermandades de la que es amiga— me explicó mientras retomamos el camino a mi fraternidad.

—¿De disfraces? ¿No es suficiente con la niñería de Halloween?— le digo sin intenciones de sonar agresivo.

—¿No te gustan las fiestas de disfraces?— levanta las cejas.— Creía que su grupo era de esos que les encanta ir de algún disfraz en conjunto, como Las Tortugas Ninjas. 

No pude evitar carcajearme, pero es que no podía verla tan seria diciendo "Las Tortugas Ninjas" e imaginarnos a los muchachos y a mí llegando a una fiesta llena de chicas, vestidos como tortugas karatekas.

—¿¡Qué!?— se quejó sin comprender.

—Tu carita diciendo Tortugas Ninjas— me río y me suelta la mano indignada.

—Bueno, no es tan descabellado, estaba buena la idea— frunce el ceño.

—Si sabes que las fiestas de disfraces, creo que en todos lados, es para que las chicas tengan un motivo para vestirse más... Destapadamente— intento no sonar machista, pero es la realidad, los varones llegamos a esas fiestas y notamos como podríamos habernos puesto nuestra ropa de calle y a ellas les importaría menos que un pepino.

OXÍGENO PARA MÍ ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora