Capítulo 20: Un par de razones

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Me ha pasado más de una vez... Despertar y pensar "mi vida es una santa mierda" y no porque tenga que ir a algún lugar en especial al que no quiera asistir (ejem, colegio), sino porque me siento la última mierda en el mundo, a la que nadie le presta un mínimo de atención pero está allí. De esas mierdas que lo único por lo que la notan es cuando hace algo mal, después se puede comprar pintura blanca y hacer de pared al lado de todos... Y si... Eso es una mismísima mierda.

Antes de siquiera levantarme, tengo que pensar en razones por las que lo hago, tienes que preocuparte cuando esas razones pasan a ser nada, cuando ya no tienen sentido para ti. Cuando te das cuenta que estar en tu cama y dormirte para siempre es lo único bueno que se puede hacer con lo que te espera en el día.

Hoy es ese tipo de día. Sí, hay un chico apuesto acostado al lado mío, más dormido que una roca, pero eso de pronto me da sumamente igual. Reposo mi espalda contra la cabecera de la cama y junto mis piernas contra mi pecho, todo me da sumamente igual y no puedo decir que eso no me asuste. Estoy en un estado donde mis ojos se desenfocan, están secos y mi cuerpo se queda estático como si no quisiera salir nunca del sueño.

A mi lado, Ares se va despertando, abre los ojos azules y hermosos que tiene y me mira, yo no lo hago, pero sé que es eso lo que está pasando porque mi periferia me lo indica. No lo miro ni un poquito, no estoy lista para hablar aún.

Ares parece darse cuenta, mete una mano para posarla entre mis piernas y mi estómago, me acaricia la panza en un gesto tranquilizante. Luego me toma un mano y la aprieta, parece querer que vuelva a él. Entonces se levanta, abandonando sus caricias, se para de la cama y da un bostezo, se dirige adormilado hacia su baño, cierra la puerta y... Estoy otra vez sola.

Me levanto yo también. Debería irme, entiendo que ahora sea mi novio, pero no quiero que mi hermano o alguien se entere así, viéndome salir de su cuarto con su ropa puesta. Tengo su ropa puesta. Encima parezco semi desnuda. Tomo mis cosas del suelo de la habitación y me dirijo rápidamente hacia la puerta de salida.

¿Debería decir adiós ahora que es mi...?

—¿A dónde se supone que vas?— una voz masculina a mis espaldas me detiene, me volteo a ver y es Ares quien me observa desde la puerta de su baño con un cepillo de dientes en la boca y un torso totalmente glorioso y desnudo.

—A... ¿Ningún lado?— le sonrío y me retiro de la puerta hacia su cama devuelta, me tiro boca abajo, totalmente rendida. Escucho su risita desde atrás y como vuelve a entrar en el lavabo para terminar de lavarse los dientes.

—Reina, ¿Quieres contarme qué pasó?— exclama desde el pequeño espacio. Yo gruño un "no", es muy grosero, pero no tengo ganas de recordar todo ese miedo y el hecho de que me aseguraron la muerte por una llamada.

Mi cuerpo tiembla.

Estoy muerta, soy mujer muerta. Que bien. Tengo ganas de llorar, otra vez. Grito contra el colchón como un modo de descargar toda la impotencia. Y entonces, siento que alguien se acuesta delicadamente sobre mi, tengo medio cuerpo bajo el cuerpo del otro sujeto. Es Ares, obviamente.

Me besa la mejilla y el cuello, me acaricia el pelo y apoya su barbilla en mi hombro. Luego me hace estirar las manos sobre mi cabeza y las agarra con las suyas, me hace mimos en las manos mientras comienza a hablar.

—Sea lo que sea, no te lo guardes si es peligroso para tu salud, conejito— me da un beso en la mejilla— Eres muy buena para estar sufriendo, Sophi. Prepárate, deberíamos salir en cinco minutos si no queremos cruzarnos con ninguno de los holgazanes.

—¿Te acabas de diferenciar de ellos?— me río de él— Eres igual de holgazán que todos los de esta casa, querido. Tendrás veintidós pero tienes la madurez de un adolescente prematuro.

OXÍGENO PARA MÍ ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora