Capítulo 3

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Después del pecado estuvimos sentados en la alfombra que estaba en el centro de la sala, Abigaíl desgastaba un cigarro y yo tenía mi espalda pegada al sillón, dejé caer mi cabeza hacia atrás y miraba el techo rústico y blanco.

-¿Te acabas de dar cuenta de algo, Lautaro?- me preguntó mirando como se iba desgastando la punta de su vicio.

-¿De que supiste aprovechar mi vulnerabilidad?- le dije con resignación.

-No, mi querido Lauti. Que al final somos carne, y no está para nada mal que dos personas tengan sexo, no puedes quedar bien con todos. Martín es tu amigo hace muchos años, fue mi compañero, pero tienes que saber que si dejas de hacer las cosas que deseas o dejas pasar momentos como estos por esa mierda que llamas lealtad, te estás siendo infiel. Somos pecadores desde el nacimiento y tú has intentado toda tu vida serle infiel a tu naturaleza por complacer tu lealtad. ¿Te parece justo? - agregó.

Abigaíl había pisoteado mi moralismo y yo no supe que decir, ella tenía razón. Me había pasado un par de veces, trataba de no fallarle a alguien y ese mismo terminaba dañándome a mí. Entonces pensándolo bien, no soy tan culpable, sí, a medias, no tan culpable, pero culpable al fin. Nadie abre su mente por una conversación de tres minutos.

Me estuve fallando a mi mismo todo este tiempo.

Nos levantamos y nos apresuramos a taparnos, ella se puso su ropa interior y encima de eso un pantalón de algodón tipo pescador, y una camiseta blanca, se recogió la cabellera que había estado bailando con mi mano y se hizo una cola. Por otra parte yo tomé la manta que había caído en algún lugar antes de la batalla y me tapé.

Se escuchó la voz de Martín llamándome desde abajo, pero ¿cómo supo que estaba en la casa de Abigaíl? Eso me puso pensativo. Me asomé al balcón y ella lo hizo subir, él traía uno de esos bolsos deportivos que siempre usaba para ir a sus entrenamientos de fútbol cuando éramos adolescentes, supuse que ahí dentro estaba la ropa que por fin me vestiría.

Al entrar me miró y no dijo ni media palabra, sólo sacó unos vaqueros, una camiseta, una chaqueta de cuero y unos zapatos deportivos, era él otra vez, sacándome del lodo.

Tenía un sentimiento de culpa y un leve miedo de que algún gesto de mi cara me delatara.

Martín me conocía tanto que podía entender que había sucedido si yo cometía algún error. Creo que disimulé muy bien y él no se dio cuenta de que yo había mordido la manzana, me vestí y cuando me dirigía de manera muy natural a Abigaíl para despedirme y agradecer su hospitalidad, Martín le propuso quedarse un rato más. Sé que en el fondo la extrañaba.

-Traje camarones, sé que te gustan mucho y creo que no hay mejor manera de agradecerte, acá nuestro amigo Lautaro prepara un buen fetuccini, no nos podemos ir sin que demuestre sus habilidades culinarias- dijo Martín mientras le sonreía amigablemente a Abigaíl que tomaba un vaso de agua sentada en la banqueta aquella en la cual estuve yo.

-No me parece mala idea, además ya se acerca la hora de comer- dijo aprobando la prolongación de nuestra arbitraria visita.

DESNUDO (En proceso)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora