Capítulo 20

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Tal como le había pedido, Martín en señal de tregua, acudió a mi encuentro al salir del trabajo. Nos tendimos a caminar, le conté con lujo de detalle todo (otra vez).

—¿Qué sugieres que hagamos?— continuó Martín —No te puedes quedar de brazos cruzados, Lautaro, tu credibilidad como hombre está por el piso, estoy aquí para que lo solucionemos juntos, como siempre—.
Culminó Martín con su mano derecha en mi hombro.

—Tú dime, conoces cada hueco donde Abigaíl puede estar, yo no tengo ni puñetera idea donde pueda estar esa maldita idiota—. Dije furioso recordando todo el lío en el que me metió.

—Oye, detente, confía en mí. Tengo una idea que te va a agradar y además podrás cobrar y calmar toda esa ira, hombre—.

Ni siquiera las palabras del espigado Martín me pudieron calmar.
Seguidamente comenzó a exponer su idea.

"Abigaíl sale a trotar todos los días a las siete de la mañana, yo estaré en su ruta haciendo cualquier cosa para que nos topemos, le diré que hablé contigo y que admitiste que fue verdad todo lo que ella me contó, le inventaré algo para que acepte una cita en mi casa, donde estarás tú esperando tu momento. Cuando tengamos nuestra cita con la sádica y estemos dentro de mi casa, haremos lo necesario para que pague por pisotearte así."
Cerró su exposición.

Lo definió perfecto con una palabra, me "pisoteó", ahora era mi oportunidad de vengarme, tenía el apoyo de quien menos pensé, sabiendo quién es Abigaíl para Martín, él estaba haciendo con nuestra relación lo contrario a lo que yo.

—Lo traicioné, aún así decide ayudarme a renovar mi orgullo—. Pensé.

Martín estaba colocando por encima de cualquier cosa nuestra amistad después de todo.

—¿No te importa que te haya traicionado?— le pregunté.

—Para nada, me alegra que no hayas traicionado tus instintos— prosiguió —yo siempre me traiciono a mi mismo y no he podido dejar de hacerlo, veo que fuiste lo suficientemente valiente para dar el paso y dejar de hacer cosas que sólo complacían a los demás—.

Seguimos nuestra caminata por la seis.

Cenamos en un restaurante vegetariano y hablamos de cuando sería nuestro "Día D". Acordamos que sería en tres días, Martín me sugirió descansar, que él se encargaría de organizarlo.

Nos despedimos con un abrazo de los de antes, con dos palmadas en la espalda, eso siempre reconfortaba viniendo de Martín.

Llegando a casa, crucé la esquina que me dejaba caer frente a mi edificio y pude ver a Julieta esperando con los brazos cruzados del frío en la entrada.

Me acerqué, estaba llorando, sus ojos estaban hinchados, rojos y las lágrimas caían sin parar.

—¿Qué sucede, amor mío?— le dije tomándola de un brazo para abrazarla.

—Volvió el cabrón— soltó entre llanto.

—¿De quién hablas?— pregunté alejando mi cabeza para secar sus lágrimas —subamos y hablemos esto—. Le pedí dándole un beso en la frente.

Julieta no paraba de llorar, al entrar a mi departamento se sentó en el sillón más pequeño y comenzó a contarme lo que aún yo no entendía.

"Guido, el padre de Santiago está en la ciudad, no entiendo que quiere, lo vi hablando con el guardia de seguridad de mi edificio cuando estaba llegando a casa y vine corriendo a buscarte, no tengo idea de cómo diablos supo donde vivo, estoy muy nerviosa y no sé qué hizo con mi hijo, no lo vi con Santiago y yo no quiero irme a casa." Terminó muy acelerada.

Le pedí que se calmara y le preparé una taza de tila, eso la ayudaría a relajarse y a dormir. Mi casa siempre estaría dispuesta a acogerla. 

Julieta durmió esa noche en mi casa por miedo a ir a la suya, Guido era un psicópata que la golpeaba cuando eran pareja, si apareció por acá es porque algo busca y obviamente es a Julieta.

Sin embargo, estaba sin Santiago.

DESNUDO (En proceso)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora