Capítulo 2

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Hubo un silencio que ocupó toda la sala, ella caminó hacia el sillón y se sentó en un costado. Miré sus rodillas, se veían tan suaves que me provocaban tocarlas para sentir su textura, sólo por curiosidad, pero me mantenía firme en no fallarle a Martín.

Sentí como su dedo mayor y su anular se paseaban por mi espalda, me reté a soportarlo, pero mi sangre comenzó a hacer lo que ni la taza de té ni la manta (con la que comenzó este huracán de acontecimientos que yo intentaba controlar de manera inútil) pudieron, se iba calentando mi cuerpo de a poco.

Cuando la ansiedad me atacaba, hacía un ejercicio que leí en algún lugar o creo que escuché a alguien mencionarlo -no estaba para averiguarlo-, pero me calmaba, mientras sus dedos me erizaban la piel y sentía como mi miembro se llenaba de sangre, comencé a practicarlo en mi mente, "cielo azúl, zapato negro, sol amarillo, árbol verde", cuando me di cuenta, mi miembro, que me había traicionado, estaba completamente firme entre su mano derecha que lo sostenía con la delicadeza que alguien sostiene a una mariposa para que no se escape.

—¿Qué haces?— pregunté, sin intenciones de dejar que se detuviera.

Puso su dedo índice izquierdo en mis labios para que hiciera silencio. Yo ya no era yo, no hubo Martín ni banqueta ni ejercicios para la ansiedad que me detuvieran. La tomé por la cintura y la subí sobre mis piernas, su mirada se presentó a menos de tres centímetros de mi rostro con una sonrisa de triunfo. Me besaba el cuello mientras mis dedos hurgaban en su sexo como acariciando el borde de una copa, -llovía entre sus piernas-, yo ya no quería parar y ella se retorcía de placer sobre mí, me puse de pié mientras ella se posaba sobre sus rodillas venerando mi sexo, lo tomó con sus dos manos y lo disfrutó como la fruta que jamás probó en su existencia. Su delineador se corría sobre sus mejillas a la vez que ella tomaba una foto que yo no pude y tampoco quería evitar.

No había nada que me torturara más que el delito moral que cometía conscientemente. Por asuntos de la biología todos necesitamos juntarnos, esta no iba a ser la excepción, me calmaba un poco el hecho de que ya Martín no la adoraba como antes, o quizá ni siquiera la pensaba con regularidad, Abigaíl había pasado a segundo plano para él, pero me golpeaba nuevamente que entre los amigos y los hombres existen ciertos códigos, son como mandamientos de esos que aparecen en algún capítulo de la biblia, "no matarás, ama a tu prójimo como a ti mismo", el que se me venía a la cabeza se asemejaba mucho al último que mencioné, cuando quieres a alguien no le haces daño y yo estaba pisoteando algo que había guardado con mucho cuidado y afecto desde mi infancia, y eso me torturaba, pero ya estaba aquí, ella a punto de acariciar un orgasmo y yo con las pulsaciones por encima de lo normal.

Su espalda que para mí era un lienzo nuevo, pero el cual yo presumía debió ser usado por varios que como yo, no se resistieron a pintar en él. Puse besos en la línea que marcaba su columna mientras mis manos exploraban sus senos firmes y redondos, otra perfecta creación de lo que sea que nos haya puesto aquí, ella llevó mi ofrenda cilíndrica a su altar y lo introdujo, al mismo tiempo que mi cuerpo nervioso se movía y mi boca se hundía en su cuello, -menuda mierda tener esos destellos de sadismo-, envolví mi mano con su cabello y tiré de él, cada vez que halaba con fuerza y de manera firme sentía como tocaba lo más profundo de ella, usé mi otra mano que esperaba su turno y la tomé del cuello, podía tocar todo lo que había ahí, desde músculos hasta sus venas, su piel de tono caucásico se enrrojecía muy rápido con cada apretón de mi mano, eso me elevaba y ella soltaba un gemido extasiado tras otro, gloria plena.

DESNUDO (En proceso)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora