Capítulo 9.-

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GangNam, Corea del Sur.

-Espérame aquí.
-Ni hablar- dije tomando la palanca de la puerta-. Iré contigo.
-___________...
-No, cielo. No seré razonable- corté-. Esa niñata ha tenido de objetivo a dos de mis amigos y cree que no haremos anda al respecto- me sorprendió las palabras que utilicé, pero continué-. No soy indefensa. Al tratar con ustedes, está tratando también de mí.
-Es problema nuestro. Yo me encargaré.
-Si tienen un problema, WooBin, es mi problema también.

No me esperé a escuchar su sermón. Abrí la puerta del auto y puse mi pie derecho fuera, impulsándome a salir. Utilizar los recursos de WooBin era algo que jamás había hecho en mi vida, me hacía sentir como si en nuestra relación la balanza se inclinara hacia su lado. Aunque no creía que fuera a echármelo nunca en cara jamás, no iba a permitir que él se encargara solo de esta situación que consideraba tan personal.

Entro al local, las luces opacas iluminan con calidez la fachada de cristal y la alfombra roja que cubre la acera. Hay una fila larga de personas esperando por entrar. No me detengo con el portero. Apenas ve a WooBin se corre dejándonos el paso libre.
Mi prometido se me empareja y toma mi nuca. Tomo una fuerte respiración sintiendo la descarga eléctrica recorriéndome la columna. Mi ansiedad desapareció. Hago lentos mis pasos. Dentro, está YiJung con las manos en los bolsillos de su pantalón sastre. Me mira y enarca una ceja.
-No preguntes- susurra WooBin.

Hay gente muy bien vestida por todas partes, pegada a las barandillas. En sus manos solo hay copas largas llenas de champán. Detrás de cada barra observo a los hombres de aspecto impecable y a las mujeres con ropa glamurosa. Este sitio es muy elegante, un club de lujo reservado únicamente para la élite coreana.

Es entonces cuando localizo al dueño del lugar, sentado en una mesa del reservado. Arreglado con un conjunto de saco y bufanda, esperándonos. Contengo mis ganas de ir y exigirle el nombre de su guitarrista a gritos. Aprieto mi lengua contra el paladar. WooBin enreda su brazo con el mío. Camino con paciencia y haciendo sonar mis altísimos tacones de tiras Louboutin, dirigiéndome hacia él. Contoneo mis caderas en mi ceñido vestido azul eléctrico sin mangas

Su endereza al tenernos enfrente, su rostro se contrajo un segundo, nervioso. Se levantó, recibiéndonos en su mesa. Después de sentarme, lo miré de arriba abajo. Cruzo la pierna permitiendo que la larga abertura enseñe mi piel. Su mirada lujuriosa recorre mi cuerpo, pero hago como que no la he visto. WooBin toma nuestras manos entrelazadas y las coloca sobre la mesa, haciendo que nuestros anillos resplandezcan bajo la luz artificial. El hombre retira su mirada de inmediato. Se remueve incómodo, carraspea un poco para disimular.

-Es un poco complicado- repitió negándose a darnos el nombre de su empleado.
Suspiré escuchando las lentas técnicas de "negociación" que había. Decidí actuar de forma más eficaz. Con mi mano izquierda comencé a apretar mi muñeca derecha, con fuerza.
-¿Sabe?- mi voz sonó serena, casi seductora. Interrumpí su charla-. Es un lugar muy bonito.
-Gracias- sonrió el hombre que teníamos delante, complacido por el alago.
-Sería una pena que lo cerraran-. Mis pasivas palabras salieron bañadas en advertencia. La felicidad del hombre se opacó unos instantes-. Me gusta salir de vez en cuando, ya sabe, bailar un poco. Pero, soy algo sensible- dije ejerciendo cada vez más presión sobre mi piel. Pude sentir la mirada de WooBin sobre mi perfil-. Despierto con moretones en el cuerpo, y...- suspiro con inocencia-. Estos lugares son tan oscuros. No logro recordar los rostros bien, ni qué me ha pasado. ¿Quién me habrá lastimado? ¿Un comensal? ¿el guitarrista? ¿el dueño?- el cuerpo del hombre se tensó como si alguien le hubiera dando un latigazo-. Me asusto- sonrió con timidez-. Y cuando me asusto, llamo a la policía.
Dejo de ejercer presión, revelando una marca. La silueta de mis dedos resaltaba con bordes rojos e inflamados. Sabía que se me borraría en un par de minutos, pero el aspecto era tan dramático que funcionaría.
-No, no puede hacer eso.
-Tenemos cierta reputación- sonrió YiJung-. A nadie le gustará saber que aquí hay personas así de violentas.
Nos miró con el gesto desfigurado en angustia.
-Señores...
WooBin se rio, interrumpiéndolo.
-No quiero ver a mi prometida herida- farfulló-. Puedo hacer que cierren este lugar.
-¿Cerrarlo?- el hombre comenzó a asustarse.
-¿Un mes?- picó YiJung.
-Podría hacerlo en una semana.
-¿Qué?
-¿El edificio de alado, no es tuyo cielo?- pregunté
-Podría empezar mañana- blofeó mi prometido.
-No hablará en serio, señor Song- intentó reírse incómodo.
-El nombre- repetí harta de la situación-. Ya.

Uno en un millón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora