Capítulo 28.-

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Jeju, Corea del Sur.

-Para haber hecho un vestido que ni se fotografió te vez muy contenta.
Giré y sonreí a WooBin permitiendo que el viento fresco y la brisa del mar, me desacomodaran el cabello. WooBin me dio rodeó la cintura con los brazos y me sentí segura bajo su magistral toque, feliz porque por fin, todo había acabado. Feliz por la evidente dicha de estar con él nuevamente en la costa de una playa. El placer burbujeaba dentro de mí, haciéndome sentir ligera hasta dar la impresión de que estaba flotando.
-Estoy muy contenta- le aseguré, pese a que me ardían los ojos por él cansancio, mi alma descansaba en paz abrazada por aquel deseo que yo conocía íntimamente. Si las almas pudieran unirse con los deseos, las nuestras estarían inextricablemente entrelazadas. Giré y le puse una mano en la nuca y acerqué su boca a la mía. Cuando nuestros labios se tocaron, WooBin sonrió y pegó su frente con la mía, abrazándome con tanta fuerza que me levantó en el aire. WooBin era un hombre perfecto de carne y hueso, un hombre que cometía errores y aprendía de ellos, un hombre que intentaba ser mejor para mí, un hombre que deseaba que lo nuestro funcionase tanto como yo.-. Nunca estoy tan contenta como cuando estoy contigo-le dije.
-¡Ah, _______!

Su beso me dejó sin respiración.

No dijimos nada más durante el largo camino desde la costa hasta el hotel. Había oscurecido cuando llegamos, pero el vestíbulo al aire libre estaba muy iluminado. Enmarcado por exuberantes plantas y decorado con maderas oscuras y azulejos de cerámica de colores, la recepción daba la bienvenida a los huéspedes con un estilo fresco pero elegante. Mi cabello estaba revuelto y el vestido se me veía maltrecho. Mi maquillaje había desaparecido en la ducha, dejándome pálida y con restos de manchas oscuras. Mientras que él llevaba el traje bien planchado, el cabello perfecto. Pero el dominio de WooBin con respecto a mí quedaba claro por el modo en que me agarraba y me conducía al interior de nuestra suite, llevándome delante de él y apoyando la mano en la parte inferior de mi espalda. Me hacía sentir segura y aceptada, pese a que él fuera con su inmaculado atuendo y yo no estaba con mi mejor aspecto. Le quise por ello. Yo sólo deseaba que no estuviese tan callado. Había dejado de hablar desde hace un par de horas. Entramos al dormitorio y abrí las ventanas. Soplaba una cálida brisa que me besaba la cara y me revolvía el pelo. La Luna creciente dejaba una estela de luz sobre el mar y los lejanos sonidos de risas y música me hicieron sentir aislada de un modo que no era del todo placentero. Nada iba bien cuando WooBin estaba mal.
-¿Te gusta? -preguntó en voz baja. Me di la vuelta para mirarle y oí cómo se cerraba la puerta en la otra habitación.
-¿La vista?-. Asintió secamente-. Es hermosa.
-He pedido que traigan la cena. Tilapia con arroz, un poco de fruta fresca y queso.
-Genial. Estoy muerta de hambre.
-Te traje más ropa y un par de pijamas por si quieres cambiarte. Las colgué en el vestidor.
Me quedé mirándolo, consciente de los metros que nos separaban. Sus ojos relucían bajo la suave luz que emitía la tenue iluminación de las embarcaciones y las lámparas de las mesillas de noche. Se mostraba inquieto y distante.
-WooBin... -Extendí la mano hacia él—. ¿Estás bien?
-Mi reina-. Soltó un suspiro. Se acercó lo suficiente como para tomarme la mano y llevársela a los labios. Al acercarse, pude ver cómo dirigía los ojos hacia otro lado, como si le costara mirarme. Sentí nauseas en mi vientre-. Te amo-. Pronunció. Después, me atrajo hacia sus brazos y me besó dulcemente.
-Cielo. – Le coloqué la mano en la nuca y le devolví el beso con todas mis ganas. Él se apartó rápidamente.
-Vamos a cambiarnos para la cena antes de que la traigan. Estoy deseando quitarme algo de ropa. Di un paso atrás a regañadientes, admitiendo que debía tener calor con el traje, pero notando todavía que algo no iba bien. Aquella sensación empeoró cuando WooBin salió de la habitación para cambiarse y yo me di cuenta de que no íbamos a compartir el mismo dormitorio.
Me quité los zapatos de una patada en el vestidor, que estaba lleno de demasiada ropa para un viaje de fin de semana.

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