Capítulo 10 .-

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Nueva Caledonia.

Desperté sintiendo la luz de la ventanilla en la cara. Abrí los ojos y me encontré con el rostro de mi prometida. Miré el perfil de _________ separarse de su revista cuando el piloto mencionó que estaríamos por aterrizar. No había dormido en el viaje, estaba demasiado animada para hacerlo. Cuando llegamos al completo turístico. Soltó una risotada.

Sonreí viendo a mi hermosa prometida relucir en su máximo esplendor.

-¡WooBin! ¡Mira el mar!- sonrió emocionada-. ¿No es bellísimo?
Le brillaban los ojos. Solía hablar en español cuando las emociones le calentaban la cabeza. El viento calmo golpeaba con su cuerpo, revoloteándole el largo vestido floreado, desordenándole el cabello. Ni siquiera trató de arreglarlo. Me sujetó de la mano y tiró de mí, dirigiéndome con torpeza a la arena.
-Ahorita nos vemos- anuncié a mis amigos antes de dejar el cuerpo liviano, y permitir que me tirara a su merced.
-¿Si los vamos a volver a ver?- gritó YiJung
-¡No lo sé!- respondí. Escuché sus risas.

_________ se descalzó con velocidad, quitándose de sus zapatos con una patada. Me reí cuando la vi correr hacia el mar. Era como una niña emocionada.

___________ Rivera era una mujer criada para cubrir apariencias. Se le daba bien adoptar el gesto neutro, el tono cortés y referirse con elegancia y clase a cualquier persona que quisiera mantener una conversación con ella. Sin embargo, mi preciosa reina mantenía oculto una efervescente personalidad, y era aquí, en este lugar, en privado, donde decidía sacarla.

El pecho me palpitó de gusto cuando escuché su amplia carcajada al dar una pirueta sobre la arena. Amaba a mi mujer, y traerla al mar era por fin verla. Libre. Plena.
__________ había aprendido a ser recelosa con su privacidad. Se hizo un adulto demasiado rápido por su trabajo, y nunca se dio el tiempo de disfrutar de las pequeñas cosas. Su madre, Mónica, la había educado con severidad y mano firme, inyectándole en la cabeza una cruel filosofía: Nadie debe de verte vulnerable. Y lastimosamente para mi prometida, su sonrisa amplia y perfecta era un sinónimo de ello.
Las primeras veces que conviví con ella, recién inició nuestro compromiso, me costaba verla como la adolescente que había conocido en París. El miedo le destellaba en los ojos. Dudaba de sí misma mucho más de lo que quisiera aceptar. A veces, ella misma creía que no merecía las cosas buenas que le pasaban, y cada vez que se sentía ligeramente expuesta, se congelaba la mirada y colocaba esa perfecta máscara para protegerse. Sin embargo, yo lograba ver detrás de ello.

Apliqué paciencia y dedicación para poder hacerla sentir segura. Hice de todo para que confiara en mí. Mantenía como un logro personal el haberlo conseguido y más aún, el que pudiera externarlo con la misma naturalidad delante de mis amigos, bueno, nuestros amigos.
La primera vez que la vieron comportarse así, fue una sorpresa para todos. Les demoró cinco meses poder escuchar la carcajada de mi prometida, y fue en este mismo lugar. Así que cuando tuve oportunidad, no dudé en comprarlo.

Había aprendido a vivir con mi hermosa mujer de dos caras, y esta es, la más hermosa de ambas. Iba a protegerla aún se me fuera la vida y mantenía la esperanza de lograr que fuera su único rostro. Pasase lo que pasase, iba a lograr que mi hermosa ____________ pudiera ser ella sin necesidad de que mirara a ambos lados.

Corrí y la sujeté por la cintura, alzándola. Chilló al verse en el aire. Su risa era mi única motivación de existir. La apreté contra mi absorbiendo su fuerza. Me estremecí lo más hondo al saber que yo podía darle este poco de paz, pero seguía sin ser suficiente. Nada iba a ser suficiente después de lo que ella me había regalo.

¿Qué había sido? Todo.



Estaba acostado en un camastro, vistiendo solo unas bermudas para el mar. Estaba cómodo y relajado con los lentes de Sol puestos. Sin embargo, había una mirada furtiva que no me permitía dormir. Sonreí.

Uno en un millón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora