Capítulo 20.-

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JongGu, Corea del Sur.

Me hallaba tumbada en la cama, acurrucada junto al costado de WooBin. Mis pantalones habían desaparecido y él estaba desnudo, con su magnífico cuerpo aún empapado en sudor. Mi prometido yacía boca arriba, con el brazo doblado por encima de su cabeza, resaltando sus músculos definidos; mientras el otro estaba enroscado alrededor de mi cuerpo, moviendo inconscientemente los dedos arriba y abajo sobre mi torso. Su respiración empezaba ahora a normalizarse y el corazón se le fue calmando por debajo de mi oreja. Su olor era delicioso. Olía a pecado, a colonia y a WooBin.

-No recuerdo cómo hemos llegado a la cama -murmuré con voz rasposa y casi ronca. Su pecho retumbó con una carcajada. Giró la cabeza y me besó en la frente. Yo me acurruqué contra él con más fuerza, pasándole el brazo por la cadera para sujetarme a él.
-¿Estás bien? -preguntó con voz tierna. Eché la cabeza hacia atrás para mirarlo. Estaba sonrojado y sudoroso, con el pelo cayéndole por las sienes y el cuello. Su cuerpo era una máquina bien engrasada, acostumbrado a la vigorosa combinación de artes marciales que practicaba para mantenerlo en forma. No estaba agotado.
-Eres un lujo exquisito para cualquier mujer. Un voluptuoso y sensual...
-Calla-. Antes de que pudiera ver sus intenciones, se dio la vuelta y me arrastró debajo de él-. Soy asquerosamente rico, pero tú sólo me quieres por mi cuerpo.
Levanté la vista, admirando la forma en que su oscuro pelo enmarcaba aquel extraordinario rostro.
-Quiero el corazón que hay en su interior.
-Es tuyo-. Me envolvió con sus brazos y sus piernas se entrelazaron con las mías, estimulando mi piel hipersensible con el áspero vello de sus pantorrillas.

Parpadeé mirando el techo y me di cuenta de que me había dormido. Entonces me invadió el pánico, la horrible certeza de despertarme de un maravilloso sueño y volver a una realidad de pesadilla. Me incorporé, aspirando bocanadas de aire, sintiendo una tremenda opresión en el pecho.

WooBin.

Casi me echo a llorar cuando le vi acostado a mi lado, con los labios ligeramente entreabiertos, profunda y acompasada la respiración. Estaba aquí. Apoyándome en el cabecero de la cama, me obligué a tranquilizarme, a saborear el inusitado placer de observarle mientras dormía. La cara se le transformaba cuando estaba despreocupado. Esos momentos me recordaban lo joven que era en realidad. Era fácil olvidarse de ello cuando estaba despierto e irradiando la tremenda fuerza de voluntad que me dejaba sin aire. Con unos dedos llenos de adoración, le retiré de la mejilla sus oscuros mechones de pelo, fijándome en que había adelgazado. Nuestra separación le había pasado factura, pero lo había disimulado muy bien. O tal vez yo le veía siempre como alguien perfecto y sin mácula. Moviéndome con cuidado, apoyé la cabeza en una mano y observé a aquel hombre desmedido que embellecía mi cama. Rodeaba la almohada con los brazos, exhibiendo unos bíceps esculturales y una musculosa espalda adornada con los arañazos y las marcas, en forma de media luna, de mis uñas. Sonreí gustosa y completamente chiflada me escurrí entre sus brazos. WooBin se removió, pero al sentirme, me aceptó gustoso.
Volví a dormirme, dejando que el calor de su piel me arrullara.

WooBin y yo habíamos pasado todo el domingo juntos como vegetales en la cama. Rodé de gusto cuando me enteré que también iba extender su visita hasta la noche. Hoy había utilizado las cosas que mantenía en un cajón en mi casa, siendo el punto culminante de mi mañana, ayudar a WooBin a vestirse. Le abotoné la camisa y él se la remetió entre los pantalones. Él se subió la cremallera y yo le acomodó el cuello. Él se colocó la chaqueta y yo le alisé la ropa perfectamente confeccionada por encima de su igual de elegante camisa, sorprendiéndome al descubrir que podía ser tan maravilloso verle ponerse la ropa que quitársela. Era como envolver mi propio regalo. Todo el mundo vería lo bonito que resultaba el envoltorio, pero sólo yo conocía al hombre que había dentro y su verdadero valor. Sus íntimas sonrisas y su profunda y ronca risa, la suavidad de su tacto y la fiereza de su pasión quedaban reservadas para mí.

Uno en un millón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora