Capítulo 24.-

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HongDae, Corea del Sur.

Terminé la llamada con mi suegro. Óscar Rivera me había llamado a nombre de su esposa y tras un ligero regaño me agradeció por amar de esa manera tan protectora a su hija. De igual modo me sentía avergonzado.

Acomodé el cuello de mi almidonada camisa antes de abotonarla. Había una cena en honor a JiYung y su nueva colección de cerámica a la cual, obviamente habíamos sido invitados a ir semanas atrás. Pensé que, tras el escándalo, ________ cedería a la propuesta. JiYung lo entendería sin necesidad de explicárselo, pero no sucedió. Al contrario. Se le veía emocionada con la idea de asistir.

Me pasé el saco por los hombros y tiré de la tela, alisándola. No me pondría corbata. Abotoné los puños del saco y coloqué mi reloj dorado en mi muñeca. Tomé una fuerte y profunda inhalación frente al espejo antes de salir de mi habitación e ir por mi prometida a su penthouse.



JongGu, Corea del Sur.

Estaba sentado en el sillón blanco con los ojos cerrados, inhalando el olor al perfume de _________. Me gustaba lo espaciosa y simple que era su casa. La decoración era muy elegante, pero también extraordinariamente agradable. La imponente vista desde las ventanas en arco se complementaba con el interior, pero no distraía la atención. La mezcla de maderas claras, piedra envejecida, colores fríos y vívidos toques de piedras preciosas era claramente cara, al igual que las obras de arte que colgaban de las paredes, pero se trataba de una exhibición de riqueza de buen gusto. Sin embargo, me sentía incómodo. Rebotaba la pierna con frenesí deseando que mi prometida saliera a decirme que había cambiado de opinión y ya no deseaba ir.

Cuando escuché el sonido de sus tacones, volteé. Había elegido un Vera Wang de seda color champán, con un corpiño de bustier sin tirantes, espalda abierta y una falda asimétrica con tela superpuesta al frente que terminaba centímetros por encima de la rodilla y una larga cola atrás.

Mis ojos brillaron al verla. Era preciosa. Aunque el color era discreto, sabía por su cuerpo lleno de curvas que definitivamente iba a llamar la atención. Y seguramente eso era lo que buscaba.

-Dios mío, ________- dije poniéndome de pie-. ¿Segura que deseas llevar ese vestido?
-Sí y no tenemos tiempo para cambiar de opción.
Se encogió de hombros sonriendo.
-Está haciendo algo de frío.
-Llevo un ensamble- tomó su bolso de mano de la cómoda y pasó su brazo por el mío. Comenzó a sacarme a rastras del departamento.
-__________....
-Vamos a ir, WooBin- contestó con sequedad-. Podemos divertidos con esto- recuperó el tono amable cuando estuvimos en el elevador. Acarició mi mejilla-. Puedo interpretar el papel de una morena tonta y guapa que va detrás de tu dinero y tú puedes hacer de ti mismo: el conquistador millonario con su último juguete. Aparenta aburrimiento e indulgencia mientras yo me cuelgo de ti y hago gorgoritos diciendo lo brillante que eres.
-Eso no tiene gracia- me quejé.
Ella me dio un beso.
-Te amo y quiero que el mundo lo vea.


*


Seúl, Corea del Sur.

WooBin apretó el volante con ambas manos y tomó una fuerte inhalación.
-Te amo- le repetí. Me miró y con un pequeño gesto, logró sonreírme.
En el instante en que se puso afuera del auto, se desencadenó una espectacular tormenta de relámpagos, con los flases de las cámaras disparándose en rápida sucesión.
-¡Señor Song! ¡WooBin! ¡Mire hacia aquí!
Rodeó su Ferrari y abrió mi puerta, me tendió la mano, y la luz se reflejó en los rubíes de mi anillo de compromiso. Sujetándome la falda con una mano, fui hacia él y apoyé mi mano en la suya. En cuanto salí, la cosa pareció empeorar.
-¡Señorita Rivera! ¡Una foto!
Los gritos eran ensordecedores, me deslumbré, pero conseguí mantener los ojos abiertos a pesar de los puntitos que me danzaban delante de las pestañas, y en los labios, una sonrisa ensayada. Me erguí, con una mano de WooBin en la parte baja de mi espalda, a lo que siguió el caos. Vislumbré a NamJun junto a la entrada, controlando el tumulto con la mirada. Alzó un brazo y habló por el micro que llevaba en la muñeca, comunicándose con alguien a sus órdenes. Cuando me miró, mi sonrisa era genuina. NamJun respondió con un enérgico gesto de la cabeza. En el interior nos recibieron dos coordinadores de eventos, que llevaron a buen ritmo la obligada sesión fotográfica, y a continuación nos acompañaron al ascensor que llevaba a la sala de recepciones. Entramos en aquel vasto espacio en el que se encontraba la élite coreana, una glamurosa reunión de hombres poderosos y mujeres elegantemente vestidas expuestas al efecto favorecedor de la tenue iluminación de las arañas de luz y una profusión de velas. Aromatizaban la atmósfera los grandes arreglos florales que adornaban todas las mesas del comedor, y una orquesta animaba el ambiente tocando alegres temas instrumentales que se mezclaban con el murmullo de las conversaciones. WooBin me condujo entre grupos de personas que se arracimaban alrededor de las mesas, deteniéndose a menudo con aquellos que salían a nuestro paso con saludos.

Uno en un millón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora