Capítulo 29.

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A eso de las siete de la noche los detectives ya estaban en la estación. Con los ánimos por el piso cada uno se sentó en su escritorio esperando alguna orden. Walker se paró frente a su unidad y llevándose las manos a los bolsillos suspiró.

—Ya pueden irse —dijo de la forma más segura que pudo. Necesitaba mantenerse fuerte y demostrarlo.

—Sargento, pero... —Sarah trato de hablar, pero no encontró palabras. Apretando los labios volvió al silencio.

—Ya no hay nada por hacer. Así que vayan a casa y descanse —los cabizbajos detectives y oficiales se quedaron inmóviles— ¿Acaso no me escucharon? les he dado una orden.

Todos acataron lo dicho y casi que arrastrando los pies salieron de la unidad. Era de esos días en los que se sentían insuficientes pues no siempre todos los casos se ganan, no siempre salvan a la víctima, no siempre llevan al criminal a la cárcel. En ocasiones también fallan, en ocasiones tienen tristes, amargos e irónicos finales para los casos, en ocasiones terminan con un horrible sinsabor por las fallas de la justicia, fallas que los hacen detenerse a pensar que, aunque se esfuercen día a día seguirán siendo sencillos humanos que tendrán que seguirse enfrentando a un mundo lleno de iniquidad.

—Iré a ver a Lizzie, —dijo Jay en cuanto llegaron a la dodge— pero te llevaré primero a casa.

Aly, aunque todo el día se había mantenido ocupada no podía negar que muy dentro de si se sentía triste por saber que al llegar a casa el cachorro que la acompañaba en las mañanas y le alegraba las noches ya no estaría en casa. A ese sentimiento le agregó la frustración por el caso del día.

—No tengo afán de llegar a casa, me iré por mi cuenta.

—¿Segura?

—Muy segura.

La detective guardó su placa y arma. Vagó por las calles de la ciudad mientras escondía sus manos en el enorme abrigo.

Tonto, husky. Por qué tenía que ser tan tierno.

Suspiró y continuó recorriendo las calles tratando de tomar los caminos más largos para no llegar tan rápido.

En casa de los Müller ya cenaban junto a Pierce. Los años de fumar le habían manchado los dientes notoriamente y las bolsas bajo sus ojos era el reflejo de los largos años de trabajo. Cuatro hombres esperaban fuera de casa mientras que los tres de adentro hablaban de diversos temas y disfrutaban de lo que Ruth había dejado preparado antes de irse.

Derek acosaba a Andrew con la mirada, pero ninguno de los dos sacaba el tema, entre tantos cruces de miradas insistentes Pierce notó que algo no estaba bien.

Dejando los cubiertos sobre la mesa dejó de apoyar los antebrazos y se cruzó de brazos— ¿Qué pasa? —preguntó con un tono áspero.

—Creo que es el momento perfecto para ir por algo de vino —dijo Derek poniéndose de pie.

Pierce lo siguió con la mirada hasta que terminó por desaparecer. Alzó una ceja y se enfocó en Andrew— ¿Qué sucede? Los dos se están comportando como un par de críos que me ocultan algo.

—Es por el husky —dijo con voz grave.

Pierce se relajó apoyando nuevamente los antebrazos sobre la mesa— Una buena adquisición ¿no? Aun no sé si dejarlo para la casa o para alguno de mis clubes.

—Queremos al husky para nuestra casa. —dijo yendo directo al grano y ahorrándose tener que vacilar— Ese es el asunto.

—Es un buen perro, una excelente raza.

La promesa de dos almasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora