Capítulo 45.

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Andrew Müller nunca había tenido una vida sana. Desde muy joven se había visto envuelto en el mundo criminal. Un jodido carácter y la paciencia de mierda que se mandaba con otros lo habían ayudado a imponer su presencia por encima de cualquiera, lo cual lo hizo escalar muy rápido en cada negocio que tenía.

Tenía varios delitos encima y los demonios reinaban en él día y noche. A simple vista era un hombre realmente cautivador, pero su verdadera forma de ser era poco agradable y para nada buena pues su falta de paciencia lo hacía irse a los golpes casi que de inmediato cuando algo no le gustaba.

Era un hombre realmente difícil de comprender pues para lo que unos podían ser cosas completamente macabras e inhumanas para él sería un sencillo y divertido juego que le distraería la mente. Cuando trabajó para Pierce no se le admiraba tanto por sus habilidades física que eran muy buenas de hecho, la razón por la que más se le conocía era por lo calculador, manipulador y maquinador que podía llegar a ser pues teniendo el control daba órdenes para mover todas las fichas a su beneficio y así ir ganando más dinero.

Nunca había logrado congeniar con las personas pues ninguna aparte de los miembros de su familia soportaban la forma en la que él podía pasar de estar completamente sereno a la ira en cuestión de segundos y quizá era entendible que otros no lograran una buena relación con él, no cualquiera podía aguantar lo volátil e inestable que llegaba a ser cuando algo o alguien lo molestaba. Eso cambió aquella noche que vio a Alison Mendes, la curiosa señorita que logró llenarlo de una completa e inexplicable calma que nunca había sentido, aquella lo entendía porque era igual a él, pero también que lo obligaba a ser más y mejor que solo un rabietas y es que por ella él empezó a manejar aquel lado bueno que tenía muy escondido. Solo con ella dejó a la vista aquella bondad. Solo con ella dejó salir a flote su lado débil y amoroso.

Desde que él se entregó por completo a ella tanto de alma como cuerpo supo que no habría nadie más para él. Nadie lo iba a controlar y centrar tanto como ella lo hacía. Nadie lo iba a amar en lo bueno y en lo malo como ella lo hacía.

Él supo que sin ella lo perdería todo y cuando estuvieron separados por más de una década él sintió que una parte de él ya no estaba en su sitio pues como se lo dijo una vez, una parte de él siempre sería de ella. Aunque estuvieron separados, él estaba bien porque sabía que su otra mitad seguía en algún lugar del mundo viviendo una buena vida.

El solo imaginar perderla lo volvía loco y por ello, aquella vez en la que una horrible llamada le informó que ella se encontraba en estado crítico se cegó y golpeó con violencia un muro en blanco que fue lo más estable que encontró para intentar descargar el asqueroso dolor en su pecho pues lo único que le decían de su amada era lo mal que se encontraba y lo único que le quedaba era esperar.

El esperar lo impacientaba. Estaba molesto y tuvo que salir de la sala de espera junto a Derek pues sentía que iba a terminar golpeando a un cualquiera solo porque estaba cabreado. Eran pocos los minutos que llevaba esperando por una mejor información, pero se sentían como si hubiesen pasado largas y abrumadoras horas. Sabía que no podían salir a todo momento dando informes de lo que pasaba, pero mientras los médicos trataban de salvar una vida él sentía que perdía la suya.

Su cabeza dolía como si le martillaran sobre esta, la sangre pesada que le corría hacia que sus venas se vieran más expuestas, sus pulmones intercalaban un ritmo entre enviar aire con fuerza y el simplemente movimiento de no querer seguir más pues por un momento este sintió que sus pulmones dejaron de funcionar, ahogándolo y su corazón se detuvo sin el ánimo que querer encargarse de un cuerpo que se iba a sentir sin vida si volvía a perder a la mujer que amaba y esta vez para siempre.

La promesa de dos almasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora