Capítulo 33.

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Varios y molestos golpes empezaron a escucharse en la puerta principal de la casa de los Müller. Los celulares empezaron a sonar, pero nadie contestaba, la insistencia en los golpes y en las llamadas no cesaba. Derek salió de su habitación, malhumorado con quien fuese que estuviese molestando. Entró a la habitación de Andrew y notó que el celular de él también sonaba.

Acercándose y moviéndolo del hombro logró despertarlo— ¿Esperamos a alguien?

Andrew, sacando la cabeza de debajo de la almohada musitó un no. Cuando su celular sonó empezó a palpar hasta llegar a la mesita de noche y tomarlo. Sus ojos se negaron a exponerse a la luz y por ello tardó unos segundos en lograr reconocer el nombre del remitente.

—Es Ruth —dijo con voz somnolienta.

Derek se frotó el rostro— ¿Y ella qué quiere a las ocho y media de la mañana?

—No lo sé. Contéstale. Quiero dormir.

Los Müller al fin se percataron de que seguían golpeando la puerta principal. Al escuchar la voz de Ruth gritando sus nombres, cruzaron miradas y aun adormilados salieron de la habitación. Andrew arrastró sus pies hasta tumbarse en el sofá, estaba demasiado cansado pues hacia solo tres horas que habían llegado a casa para poder dormir. Derek fue quien abrió la puerta.

Ruth pasó corriendo hasta llegar a la sala de estar. Agitada y con una mano en su pecho trató de recuperar el aliento— ¿Cómo están ellos? —Derek llegó a su lado, cruzándose de brazos sin entender el escandalo— ¿Han sabido alguna noticia? ¿Les correspondía estar en ese lugar?

Derek se sentó diagonal a Andrew, estirando las piernas y dejando ir la cabeza hacia atrás— ¿De qué hablas?

—Aly y Jay, sus amigos, los detectives, de ellos hablo. ¿Cómo están?

Andrew se sentó y apoyó sus codos en las rodillas— ¿Es en serio, Ruth? ¿Nos despertaste solo para recordarme que llevo semanas sin tener una puñetera idea de dónde o como están?

Ruth entendió que ellos no sabían lo que estaba pasando— Algo horrible pasó hace unos cuantos minutos.


Era una mañana tranquila y alentadora en Chicago. Los tantos asistentes y voluntarios estaban con la mejor energía para la carrera de beneficencia. Los ciudadanos se estiraban y sonreían, yendo de un lado a otro mientras contribuían con la recolecta. Los oficiales de policía y demás departamentos ayudaban con la organización, los puestos de donaciones y el tener botellas de agua para cada persona.

Los adultos disfrutaban del día mientras los niños alegremente esperaban el inicio de la carrera. Era solo buenas personas reuniéndose para una buena obra.

Todo ello acabó cuando algo explotó al lado de la línea de meta, un ensordecedor ruido aturdió a todos. Lo siguiente fueron algunas estructuras viniéndose a bajo, unos gritos de auxilio empezaron a escucharse, el humo y polvo cegaban a todo aquel que intentara orientarse.

Jay se retorció en el suelo. El fuerte sonido le había hecho perder algo de estabilidad. Levantándose se revisó, estaba bien. Miro a su alrededor y vio a varias víctimas y personas que trataban de ayudar. Tocio un par de veces y trató de buscar a Aly. La última vez que la había visto ella iba caminando a la línea de meta con unas cajas llenas de botellas de agua.

Sintiéndose casi desesperado apoyó las manos en las rodillas, tratando de regular la agitada respiración. Tranquilizarse y ofrecer ayuda, eso era lo que debía hacer.

Un par de botas negras se pararon frente a las suyas— Jay.

Alzando la mirada y recuperando su postura vio a Aly— Rage —dijo al tiempo que le echaba un escaneo visual de arriba abajo y observándola de forma detenida. A simple vista estaba bien, pero necesitaba asegurarse de que no tuviera alguna hemorragia interna— ¿Estás bien?

La promesa de dos almasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora