Hacía un tiempo qué...

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Hacía ya un tiempo qué, inocuo, no retornaba a éste desentrañable camino.

Hacía tiempo qué, sin respuestas, y con muchas preguntas, no deambulaba en mis pensamientos.

Hacía tiempo qué, vigilante, no me oía parlotear sobre cosas sin importancia; emanando así más preguntas, sin sentido, sin respuestas.

Hacía mucho que no escribía; solia hacerlo por horas, como si conversase con un amigo. Extrañé el presagio indefinido de las incongruencias, pues estas confieren sentido a mis oraciones.

Hacía mucho qué, con gratitud, no peregrinaba a orillas de un frío abismo; refrescando el calor de mis pesares, apaciguando las quimeras.

Extrañaba ese lugar donde las ideas vagaban sin rumbo, como una especie de entropía, donde cada palabra y oración encuentran su lugar de forma natural.

Extrañaba detenerme un instante a leer, para advertir que en pequeños instantes me desconectaba; seguramente, facilitando el paso de un sin fin de emociones, materializadas posteriormente en efímeros textos. Más tarde, reintegrandome a ese mundo infinito, en el cual suelo perderme con inconsciente frecuencia; quisquillosas aguardaban por mi, otorgando respuestas a preguntas no realizadas, y preguntas cuyas respuestas fueron obviadas, como deliberadamente eludes el dolor, la angustia, el miedo, la ansiedad... Solo para digerir comodamente el hecho de no saber si aquí vivo, o sueño.

Extrañaba los suspiros sin asuntos, sin contextos, sin pensamientos.

Extrañé el temblor de mis manos al pensar de más, y corregir cada error sin temor al tiempo.

Extrañé sentirme libre.

Extrañé amar como el río a los peces, o a las rocas, o como los arboles a las aves.

Hacía mucho que no extrañaba, y extrañé no hace mucho algo vanal que me trajo de manera paulatina al presente, donde rápidamente solté, para aferrarme a la libertad.

Diario de un pensador.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora