3. Hondo

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ZIA

Mi cuerpo es sumergido en agua tras aquella caída, el niño se remueve inquieto y sus ojos denotan su angustia. Retrocede en el momento en que me acerco e intento tranquilizarlo recibiendo una mirada curiosa al escucharme hablar, por instinto abre la boca con intenciones de replicar más no emite nada. Al ofrecerle la mano duda, pero finalmente la sostiene, lo apego a mí y la busco con la mirada viendo su cuerpo descender inconsciente.

En el fondo del océano con ella en brazos y el crío en mi espalda miro fascinados arrecifes de coral e infinidad de peces, por un segundo me embriaga la emoción, pero desisto al recordar nuestra situación. Miro hacia arriba distinguiendo diminutas cabezas en la lejanía, decidido emprendo la marcha recorriendo kilómetros hasta la Isla Deka. No ejerzo demasiada velocidad durante el trayecto, pero si la suficiente colocando su cuerpo sobre la arena con sumo cuidado una vez llegamos, remuevo cabello de su rostro para admirarla y en base a su pulso soy consciente de su estado.

Desconcertado dirijo mi vista al crío, su estómago se mueve ante su respiración agitada mientras sus ojos me observan.

—Ven -Extiendo mi brazo en su dirección, dubitativo se acerca posando su mano sobre la mía y el drástico cambio de temperatura es notorio. Muerdo la muñeca de mi brazo derecho y se la ofrezco detallando un par de iris tan puro como el blanco en su esclerótica. Cuando sus labios tocan mi piel sus ojos se cierran degustando la sangre mientras su cercanía me provee distinguir con mayor claridad los cuatro rasguños que marcan su rostro.

Con sus diminutos brazos firmes alrededor de mi cuello me adentro a la isla hasta la otra punta para sumergirnos una vez más bajo el agua. Habiendo llegado a Diero la coloco con suavidad contra una pared pidiendo al niño mantenerse a su lado, prometiendo regresar y con apoyo del pueblo llego hasta el Clan Ica. Soy guiado por suelo rocoso y construcciones a base de rocas hasta un espacioso patio rustico donde varios hombres conviven en lo que durante las noches se convierte en una fogata.

—Señor, lo buscan.



NARRADOR

De colores se pinta el cielo que decora sobre Sol Saliente, mientras fuego fluye en el interior de sus habitantes donde especies proyectan sus diferencias por medio de enfrentamientos mortíferos. Hombres luchan mientras otros huyen de las garras del enemigo, pero la sangre corre por ambos lados siendo algunos tocados por la muerte.

No muy lejos el cielo brilla con plenitud evocando alegría y desconocimiento donde hombres desconcertados observan curiosos a un joven con vestimenta húmeda y mirada penetrantes, así como sumamente alto y proveniente de otro continente. Pese a su estado su porte es digno y evoca fuerza lo cual todos denotan.

Un hombre adulto de cabellera negra y ojos avellana se levanta entre todos con sus ojos fijos en el joven desconocido.

—Alfa, una disculpa por presentarme de esta manera, Zia Lexington Juera, príncipe de Luna Gris -expresa el ojiazul mostrando su emblema. —Necesito pedirle un favor.

A juzgar por su aspecto no recurre a demasiadas preguntas, pero lo que el príncipe le pide lo deja con más dudas.

—¿Qué necesita?

—En pocas palabras, una transfusión de sangre y si es posible un chequeo médico general.

—Muy bien, ¿quién es el paciente?

—Sinceramente, no estoy seguro, ¿podría contárselo en el camino?

Príncipe y alfa andan, palabras y diversas expresiones son el centro de aquella caminata hasta que ambos varones observan en la lejanía al niño sujetar la mano de su madre para ante su cercanía tomar una actitud protectora a con ella emitiendo gruñidos a sus presencias.

—¿Qué quieres con mamá? -desafiante expresa al joven, cauteloso ante la presencia de un alfa.

—Solo deseo su bienestar, de haber querido dañarlos lo hubiera hecho con anterioridad.

—A él no lo quiero -confiesa el infante hacia el licántropo.

—Su ayuda es vital, nos encontramos en su territorio.

El pequeño niega con la cabeza mientras sus ojos luchan por no empañarse.

—Ella está mal, requiere una transfusión de sangre, no morirá, pero entre más tardemos estará más propensa a debilitarse y le afectará al recuperarse.

—Él no... -solloza por la presencia del hombre adulto.

—Él no la dañara.

Aquel de ojos azul oscuro toma a la chica entre sus brazos bajo la atenta mirada del niño y aún temeroso parten tras el hombre rumbo a una casa rustica de roca y madera. En su interior una pareja de adultos mayores los recibe ofreciendo una habitación para la pelinegra quien es colocada sobre la colcha con suavidad y en espera de ser atendida. Mientras tanto, la mujer ofrece un vaso de agua al niño con respiración agitada recibiendo una negativa, el joven de cuclillas vuelve a ofrecerle beber de él.

—¿Cuánta sangre bebes diariamente?

Lo observa negar con la cabeza, enfocado en la tristeza de sus ojos blancos.

—Una, o tres veces por semana tomo una bolsa.

El ceño del ojiazul se frunce molesto por la falta de atención hacia el menor comprendiendo su estado deplorable.

—Desconoceré datos por ser tu esencia híbrida, pero todo vampiro requiere mucho más que eso durante su infancia, la falta de ello te debilita, de haber sido solo vampiro habrías quedado inconsciente hace mucho -Niega conteniendo su molestia para sí mismo para no asustarlo. —Ya hablaremos acerca de esto -expresa. —¿Cómo te llamas?

—Drake -responde cohibido sintiéndose el centro de atención ante los diversos pares de ojos puestos en su persona envolviéndolo una extraña sensación en su interior además de incomodidad.

Entretanto en el interior de la habitación dos chicas atienden a la pelinegra desprendiendo las telas húmedas, dejando al descubierto un cuerpo demacrado y marcado por hematomas, rasguños y cicatrices que deja a ambas chicas perplejas ante su estado. Requieren de tiempo para atenderla adecuadamente, además de confirmar las fuertes agresiones sexuales que han producido en ella un desgarre perineal de gravedad.

Horas más tarde su estado es informado tanto al príncipe como al alfa donde puños son apretados, aire es expulsado de sus fosas nasales con brusquedad y un par de ojos azul oscuro se vuelven más que penetrantes conteniendo una vez más las sensaciones furiosas que lo atacan internamente. No se adentran de regreso a la casa hasta haberse calmado con el fin de no alarmar al pequeño que aguarda en su interior preocupado por el estado de su madre, quien tras verlo atravesar la puerta se pone de pie en espera de respuestas.

Zia y Drake se internan en la habitación donde la pelinegra reside sobre una cama con una aguja en el dorso de su mano derecha. El crío permanece con las manos dubitativas en la orilla de la cama, temeroso de acercarse para acariciarla y ser rechazado, el joven por su lado observa apoyado desde la pared con la curiosidad de conocer su nombre.

—¿Cuál es su nombre? -Sus palabras salen en murmullo temeroso ante la respuesta.

—Akemi.

Compromiso rotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora