6. Duda existencial.

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6. La duda existencial.

Le odiaba. A muerte. Nunca había odiado a nadie tanto en toda mi vida.

Era un estúpidoimbécilcatetoidiotasincerebronineuronasocompradasenunchino. Y cómo el nuevo entrenador no se había presentado en el gimnasio no encontraba manera humana de desahogarme. Bueno, me imaginaba tumbándole de un puñetazo y algo era algo.

O rayándole el coche. No, tampoco quería pasarme demasiado con él. Con el puñetazo sería suficiente.

Con aquellos pensamientos tan alegres salía de casa aquel lunes. Y como yo siempre era tan afortunada, me perdí buscando la parada del metro. Y la del bus también.

Di varias vueltas a mi manzana, y a las tres manzanas de al lado, pero no hubo manera. Y encima, le pregunté a una señora pero me tomó por china.

¡¿Cómo?! Uno de esos misterios tan grandes de la vida. Pues esa señora tan inteligente empezó a explicarme de maravilla los pasos exactos que tenía que seguir para llegar hasta allí.

En chino.

Frustrada, porque era la tercera vez que pasaba por delante de casa, le di una patada a una lata que rebotó en una farola y golpeó en un coche que tenía detrás.

–¿Estás perdida?

Tal vez si deseaba con mucha fuerza que Heath desapareciera de la faz de la tierra con el poder de la mente lo conseguiría.

–Para nada, sé perfectamente adónde voy.-respondí empezando a andar más rápido.

Él arrancó el coche y avanzó hasta ponerse a mi par.

–Te he visto dando vueltas un buen rato con esa cara de zombi recién levantada que llevas.

No tenía que entrar en su juego, él tan sólo disfrutaba provocándome y no iba a conseguirlo, desde luego.

–¡TU ERES UN MALDITO ZOMBI!

–Gracias. Me estoy planteando dejarte aquí tirada.

–Por mí perfecto. De hecho, era lo único que deseaba desde que has aparecido.

Puso los ojos en blanco y soltó una carcajada, apoyado en la ventanilla de su coche.

–No tienes ni idea de cómo llegar. No seas cabezota y monta.

–No quiero.–me negué.

–Entonces no me dejas más opción que seguirte durante todo el camino, que serán alrededor de unas tres horas. Y seguro que tú te mueres de ganas por disfrutar de mi compañía tanto tiempo.

Como bien sabía que era capaz, entré dando un portazo y me dijo (de forma amable, según él) que me abrochase el cinturón.

Silencio incómodo. Cri cri, cri cri. Tres semáforos y ni una palabra. Aburrido.

Para cortar el silencio, puse la radio. Mi emisora favorita era RockFM, porque era la que más me despertaba por las mañanas y no tenía anuncios. Pero Heath pulsó el botón y cambió a otra emisora que hacía un programa de llamadas.

Volví a cambiar. Y él hizo lo mismo. Iba a cambiar de nuevo, cuando él me agarró la mano en el momento preciso para evitarlo.

–Ni se te ocurra. Es mi coche.

–Soy tu invitada. Deberías dejarme elegir.–protesté.

–No quiero. Odio tus gustos.

–¡Pero si no los conoces!

–Te conozco a ti y eso es suficiente.

–No me conoces en absoluto.

–Bueno, sé que besas fatal.

Otra vez. Me lo acababa de repetir. Noté como empezaba a ponerme roja de vergüenza, y miré hacia la ventanilla.

–Gracias por tu sinceridad, Heath.

–De nada.

–¡Busca en el diccionario el significado de ironía! Y de paso el de inteligencia.

–Encima que te aviso para que no te lo digan otros chicos. Pero que cara tienes...

Llegamos al semáforo y el color cambió a rojo. A Heath le quedaban 86 segundos de vida.

–Y bien bonita, por supuesto.

–Lo que tienes de guapa te falta de inteligencia.

A esas alturas me había vuelto para mirarle, nuestros ojos se habían quedado a la misma altura y lanzaban chispas mientras yo comenzaba a ponerme roja de rabia y me salía humo por la cabeza. Por desgracia, su golpe había sido muy bueno y no se me ocurría una respuesta que pudiera dejarle peor, lo que me hacía enfurecerme aún más si cabe. Al verme así, sacó su media sonrisa y acarició suavemente mi barbilla.

Él recorrió las facciones de mi cara lentamente, y haciendo fuerza se inclinó hacia adelante, hasta casi rozarme con sus labios. Y yo, maldita sea, me sentía incapaz de moverme.

–Admite que te mueres de ganas de que te bese ahora mismo.

–Ni lo sueñes.–negué rotundamente.

–Sí...habrás estado practicando con la almohada toda la noche.–empezó a poner morritos y a lanzar besos al aire.–Para mejorar.

–Maldito creído, ayer solamente me pillaste desprevenida.

–¿Segura?

–Pues claro.–aseguré.

–Entonces desmuéstrame que sabes besar hasta que me quede sin aliento.

–No.–tragué saliva nerviosa.

–¿Qué más te da? Peor que ayer no puedes hacerlo, ni te imaginas las ganas que me entraron de vom...

Tuve que callarle. Sí seguía así iba a acabar con mi dignidad.

Ejem, ejem, hace tiempo que la perdiste...

¡Déjame en paz, voz interior!

Le dejé mudo por completo. De una torta, por supesto. Se creía que iba a acercarme a su preciosa boca después de todas las cosas sucias que me había dicho.

Abrió y cerró la boca un poco sorprendido, pero el semáforo se puso en verde y seguimos adelante.

Ninguno soltó ni una palabra. No teníamos nada que decirnos.

–-Megan, deberías hacerme caso.

–¿Que insinúas?

–¿Quieres elegir la plaza de aparcamiento?

–¿Por qué siempre cambias de tema cada vez que no quieres hablar? El sitio del fondo está bien.

–No lo hago. Y ahí no entra el coche.

–Sí, y lo sabes, y por eso ahora estamos a dos conversaciones a la vez. ¿Que quieres apostar si entra?

–Haces que se me olvide todo, hasta de por qué discutíamos. Como mi coche tenga un sólo rasguño vendrás a limpiar mi casa el fin de semana y a cocinar.

–Era porque no coincidimos en gustos musicales. Y si gano será al revés. Hecho.

–Luego no me culpes si coges unos kilitos de más con mi delicioso arte de la cocina.

–Gracias, no sabía que te preocuparas por mí.

–No lo hago por ti, sino porque no quiero que hundas el sillón de mi coche.

–¡Eres un...

–Imbécil, lo sé. ¿Cuántas veces me lo has dicho ya?

–Y te lo seguiré recordando, no te preocupes.

El sitio estaba lo más alejado posible de la gente. Perfecto, no quería que me viera con ese...esa cosa.

Además salí lo antes posible porque había alguien a quien me urgía ver para preguntarle una duda existencial.

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