32. Pasos para conducir y no morir en el intento.

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32. Pasos para conducir y no morir en el proceso.

–Repítelo bien.

Me desperé, llevaba dos horas haciendo lo mismo una y otra vez, una y otra vez...

PASOS PARA CONDUCIR Y NO MORIR EN EL PROCESO

-El uno: rezar. A San Pepe Pato o a quién fuera, pero conmigo al volante éste era un paso muy imprescindible.

–Oh San Pepe Pato, patrón de los patosos, vigílala en todo momento, tráenos veinte mil ángeles de la guarda y por si acaso resérvame una entrada en el cielo.

–Heath, no te quiere ni tu gracia.

-El dos: encontrar un lugar seguro, solitario, y lo más amplio posible para evitar riesgos de estrellamientos.

–Ahora arranca el coche y pisa el acelerador lentamente.

Concentrada, las manos a las diez y diez sobre el volante, bien sentada, y mirando el amplio aparcamiento vacío que tenía por delante. Al menos no había riesgo de atropellar a nadie por allí.

Tenía el pie sobre el pedal, y tal y como Heath me acababa de pedir presioné sobre él para avanzar lentamente.

–¡¡Frena, frena!!–me gritó.–¡¡Detén este maldito trasto!!

Yo simplemente había hecho fuerza sobre el pedal, y el coche había salido disparado hacia delante algo descontrolado y me estaba estresando Heath demasiado.

–¡Que te comes la farola, FRENA!

Pisé un pedal y el coche se frenó bruscamente apenas a un metro de la farola. La inercia nos empujó hacia adelante y nos quedamos en silencio recuperándonos del susto.

–Enana,–susurró.–relájate e intenta dar marcha atrás.

Inspiré una bocanada de aire, me coloqué en posición de marcha atrás y giré la cabeza para ver a dónde me dirigía.

–Bien, vas despacio, ahora gira hacia la derecha. Despacio.

Giré hacia la derecha y despacio.

–¡La otra derecha, la  otra!

–¡¿Puedes no marearme?!

–Gira, que gires, Megan.

El volante estaba completamente girado y no tenía ni idea de en qué dirección estaban puestas las ruedas.

–¡Mierda!

Volví a girar el volante como podía y el coche dio un brusco giro hacia la derecha, casi derrapando.

–No, ahora quita la marcha atrás y acelera un poco.

Aceleré, pero con el estrés no era capaz de pensar tantas cosas a la vez. Y como el coche iba demasiado deprisa hacia atrás giré hacia un lado y a otro sin control esperando no chocar con las farolas de final del aparcamiento.

–¡Frena!–me gritó de nuevo.–¡Pisa el freno, joder!

Intentaba estabilizar el coche pero iba dando giros y derrapes por todo el aparcamiento. Hasta que Heath reaccionó, se me acercó, y agarró una pierna para que pisara el freno mientras a la vez intentaba conducir en línea recta.

El coche frenó de golpe, otra vez a menos de un metro de una farola.

–El tres: nada de contactos físicos con tu profesor, que puede distraerte de la carretera.

Así se quedó exhausto Heath, había pasado miedo, pensé. Él, tirado encima de mis piernas tan cómodo. Encima mío.

Hola cosquilleo, ¡cuánto te había echado de menos¡, y adiós cordura.

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